Opinión

Un nuevo pacto social

Los hechos de violencia que padece México revelan la debilidad o la inexistencia del Estado, por lo menos en ciertas partes del territorio nacional. Lo que está ausente es un orden legal; no poseemos una cultura de respeto a la ley y el poder judicial hace agua por todos lados. No existe una policía eficaz, ni ministerios públicos competentes, ni procesos expeditos --que concluyan en sentencias-- y las cárceles son, de facto, escuelas y centros de reclutamiento para el crimen.

Un automóvil tipo Pick-up se encuentra destruido en la carretera que da acceso al poblado de Jesús María, Sinaloa.

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Cuartoscuro

Claro, hay excepciones, pero lo que es evidente es que prolifera la delincuencia. Tampoco existe en nuestro país un contrapeso que podría ser una ciudadanía comprometida o un sistema educativo de calidad. En ciertos sitios del territorio nacional se vive el estado de naturaleza que concibió Hobbes donde los hombres viven en guerra permanente unos contra otros, sin mediaciones legales o institucionales.

Es incorrecto culpar de este desorden solo al actual gobierno, aunque es ridículo que su estrategia de seguridad pública se resuma en la frase “abrazos, no balazos” y haber convertido a los soldados en detectives. Es patético. El origen del desorden es complejo y hay que buscarlo en circunstancias históricas: los rezagos, la glorificación de la violencia y el militarismo que trajo la revolución mexicana, la pobreza secular, la corrupción, el fracaso educativo, los obstáculos que enfrentó la democracia y, como dice Héctor Aguilar Camín, la falta de una ciudadanía formada en los valores de la democracia.

La incompetencia de los dirigentes políticos de México desde hace un siglo, ha contribuido sustancialmente al fracaso del Estado. Los políticos mexicanos no han estado a la altura. No han conocido la realidad social del país, no han sabido fortalecer al poder público, no han respetado la autonomía de los poderes, no entendieron, o n tuvieron valor para realizar una reforma fiscal. Las políticas fiscales que aplicaron esos líderes políticos fueron débiles y castigaron más a los trabajadores asalariados que a las empresas (eso explica que, en América Latina, México sea la nación que menos impuestos aplica al gran capital).

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A los políticos mexicanos les ha faltado inteligencia, valor, fuerza y voluntad personal, para tomar decisiones impopulares y para aplicar políticas de largo plazo o transexenales: siempre actúan en el corto plazo, siguiendo criterios pragmáticos, y con fines políticos electorales.

Tampoco hemos tenido una ciudadanía responsable. Las instituciones educativas y los medios de comunicación no se han propuesto --seriamente--, formarla. Domina el individualismo. El mexicano prefiere refugiarse en la privacidad y en el micro-universo familiar antes que atender sus compromisos con la colectividad.

Prisionero de su egoísmo, el ciudadano mexicano ignora –en gran parte--, la empatía, la solidaridad, la compasión y, en general, la idea del “nosotros”. La vida colectiva exige ética y disciplina, y, por lo mismo, hay ocasiones en que el ciudadano se define en contra de ella.

Aunque la existencia individual es también exigente pues la vida aislada, en solitario, de cada individuo, exige una lucha permanente en la cual hay que remontar adversidades, hacer frente a conflictos, tomar decisiones, correr riesgos, etc. y vivir en el sobresalto permanente, experimentando, alternativamente, episodios de alegría y de desilusión.

Urge volver al “nosotros”. México necesita construir (o re-construir) un pacto social sobre principios democráticos que abra nuevos cauces a la prosperidad y a la justicia, objetivos que sólo pueden ser alcanzados mediante un sistema educativo de alta calidad y mediante políticas inteligentes e informadas. México necesita unidad nacional, orden social, prosperidad y democracia.