Opinión

Los oráculos y las encuestas

La obsesión de las personas por conocer el futuro o adivinar la causa de algunos acontecimientos inexplicables, han llevado a buscar las respuestas o explicaciones en artefactos y artilugios considerados idóneos para obtener las certezas buscadas. En épocas primitivas la mitología creó oráculos y el pensamiento mágico creó distintas técnicas de adivinación.

El Oráculo de Delfos

El Oráculo de Delfos

El arúspice, por ejemplo, era una persona dotada de un supuesto don divino para descifrar los presagios a través de la observación de las entrañas de los animales sacrificados. Los augures extraían sus vaticinios observando el vuelo de las aves o sus graznidos. También lo hacían interpretando las señales del cielo como los truenos y los rayos. Los astrólogos asociaban el destino de los seres humanos con lo que sucedía en el firmamento.

En la antigua Grecia existieron diversos oráculos muy concurridos, como lo consigna Robert Graves. El más conocido de ellos estaba situado en el templo dedicado a Apolo, ubicado en la ciudad de Delfos, al pie del Monte Parnaso. Cuenta la leyenda que el Oráculo de Delfos perteneció originalmente a la Madre Tierra quien eligió a la ninfa Dafne como su profetisa. Las profecías llegaban a su mente después de inhalar el humo o mascar hojas de laurel. Apolo se hizo del control del oráculo y en lo sucesivo fue este dios el que inspiraba los augurios.

Zeus tenía bajo su mando dos oráculos: uno en Dodona y otro en Olimpia. En el primero, la sacerdotisa predecía el futuro al escuchar el murmullo de las hojas de roble o del sonido emitido por objetos de bronce colgados en un árbol. En el segundo, las preguntas eran contestadas al examinar las entrañas de víctimas sacrificadas.

La diosa Hera tenía oráculos en Pagas, Egeira y Acaya. En esta última ciudad, lugar de los álamos negros, se cuenta que la sacerdotisa bebía sangre de toro. Heracles tenía un oráculo en Buta, donde las respuestas se conseguían lanzando cuatro dados. Los oráculos de Asclepio eran consultados por los enfermos para obtener remedios para sus males, cuya respuesta eran reveladas en sueños.

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Los oráculos no siempre daban respuestas claras, en ocasiones sus consejos eran ambiguos, confusos o enigmáticos por lo que el interesado tenía que interpretarlos con su propio criterio. Es famosa la interpretación que el rey Creso de Lidia le dio a una respuesta de la pitonisa. Creso en su guerra con Persia tenía dudas de si debía o no entablar una guerra con el poderoso ejército comandado por Ciro. Envió mensajeros con la pregunta al oráculo de Delfos y el mensaje que éste le devolvió fue: “Si atraviesas el rio Halis destruirás un gran reino”. Las palabras del oráculo fueron precisas, sólo que el reino destruido fue el del propio Creso, al perder la guerra.

Las sentencias de los oráculos, de alguna u otra manera, terminaban imponiéndose y era inútil tratar de eludirlas. El destino de Layo, rey de Tebas, fue sellado cuando el oráculo predijo que, si tenía un hijo, éste lo mataría y se casaría con su esposa. Fueron vanas las acciones de Layo y Yocasta por deshacerse del recién nacido. Edipo terminó cumpliendo al pie de la letra involuntariamente su trágica fortuna.

En la actualidad, en el ámbito de la política y particularmente en los periodos electorales las encuestas que miden las preferencias de los votantes por candidatos y partidos adquieren, para un amplio sector de la opinión pública, características oraculares. Sin mayor reparo se les asigna un poder de vaticinio que no tienen.

Hay quienes pretenden ver las encuestas como instrumentos para adivinar el futuro. Las encuestas de opinión política, cuando están bien hechas, son útiles para conocer -en un punto de la línea de tiempo- la predilección de los ciudadanos sobre los actores en disputa. Su aceptación o rechazo y otras cuestiones de interés específico son medidas a través de preguntas diseñadas exprofeso por los especialistas en la materia.

La opinión de los encuestados que se recoge y sistematiza en un momento dado, puede ser significativamente diferente en otro momento. La velocidad con que vuela la información pública y la propaganda política influyen en la volatilidad del sentimiento del electorado. Hay segmentos de la ciudadanía, particularmente aquellos que no están firmemente comprometidos con una ideología o partido, que son capaces de procesar información nueva y modificar su opinión previa. Los segmentos considerados como independientes o indecisos suelen ser más volubles en sus preferencias electorales. Un hecho inesperado o traumático llega a modificar el ánimo de la población respecto a un contendiente, un partido, o un gobierno.

Las encuestas que se realizan periódicamente registran la trayectoria pasada de las preferencias, pero es poco serio pretender proyectar, a partir de esta información, una tendencia hacia el futuro. No se puede vaticinar el destino político con mediciones de la semana pasada.

La práctica demoscópica en el terreno electoral ha sido puesta en tela de juicio en los últimos años, en México y otros países, porque los resultados finales de las elecciones han sido significativamente distintos a los que sugerían sus datos.

La duda creciente sobre la calidad y credibilidad de las encuestas es responsabilidad de algunas empresas demoscópicas que se han alquilado como parte de la propaganda política. Otras, no han tenido el rigor requerido para diseñar y actualizar las muestras representativas de la cambiante población objeto de medición, plantear correctamente las preguntas, capacitar a los encuestadores y supervisar el trabajo de campo. Minimizar el sesgo es un difícil desafío. El uso de robots o programas informáticos para la recolección de datos reducen el costo y el tiempo del levantamiento, pero pueden establecer nuevas dificultades y sesgos en sus resultados.

Otra parte del descredito de las encuestas políticas no es atribuible ni a su metodología ni a su práctica, sino a la incomprensión generalizada de sus alcances, posibilidades y limitaciones. Se les pide algo distinto a su naturaleza.

Los propagandistas se aprovechan de esa incomprensión y difunden resultados de encuestas -algunas de ellas realizadas por encargo- en las cuales se muestran ventajas a favor del partido que impulsan, con el objetivo de influir en el ánimo ciudadano. Pretenden sembrar la idea de que el futuro político está definido por esas mediciones y es inevitable, como si estos ejercicios estadísticos fueran oráculos divinos.