El mundial de futbol en Catar, deporte que es parte de la cultura e, incluso, de la política, mantiene a muchos entretenidos. A mí no me interesa mucho, no prende mis ánimos ni mi pasión. Nunca he tenido un entusiasmo por lo deportivo. Hago ejercicio, eso sí, siempre. Supongo que el soccer, como el futbol americano, como el beisbol, que me gusta sin verlo porque es lo que le gusta a mi hijo Sebastián desde chiquito, resulta una fascinación que heredan los padres hombres a los hijos, no tanto a las hijas. Aun así conozco a seguidoras muy empeñosas de los deportes. Ahora las chavas juegan soccer en muchos países del mundo. Yo pertenezco a la generación del ballet y de las niñas que queríamos ser bailarinas. Mi papá, que había hecho los deportes de su época, veía en televisión los mundiales de futbol, más por interés cultural que por apasionamiento. Sus verdaderas preferencias era la lectura y la ópera, predilecciones que me transmitió para siempre. También, mi padre fue el primero en comprarme un disco de los Beatles y de los Stones y con eso comenzó mi fervor por el rock.
Hubo otro aprendizaje con él, la política, o sea, la lectura de los que ocurre en los gobiernos y entre ellos. A él la política y la historia lo cimbraron y cambiaron el derrotero de su vida, ya que, como español republicano, vino a exiliarse en México. Observó a la dictadura española desde muy lejos, siguió en la prensa la caída estrepitosa del nazismo, el fortalecimiento de la Unión Soviética, presenció desde cerca los movimientos del imperialismo yanqui, la revolución cubana, pensaba que el futuro se encontraba en el estudio de la ciencia y mantuvo sus ideas socialistas hasta el final. El XX Congreso del Partido Socialista Soviético, donde se revelaron las atrocidades cometidas por Stalin, debieron alejarlo de cualquier interés que le despertara aquella geografía de los soviets, no más allá de su música y de sus escritores. Presenció cómo amigos suyos comunistas españoles dejaban a sus familias para irse a rendir cuentas o qué sé yo en la Unión Soviética y no volvían más. El partido era una deidad exigente y con pocos principios. Papá no regresó a España, porque murió, prematuramente, antes que Franco. Para él, el mundo quedó dividido todavía entre países libres y países comunistas y en un México en el que imperaba el PRI.
Hoy, el pasado nos alcanza. El presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, que apalea a los cubanos de la isla con poquísima comida, apagones interminables de luz, cárcel al que se mueva tantito y, aunque su gobierno comercia con varios países, incluso con los Estados Unidos, dirige el coro plañidero del embargo a Cuba, visitó al presidente de Rusia, Vladimir Putin y ahí, en el Kremlin, condenó enérgicamente las sanciones que varios países han impuesto al gobierno ruso por su invasión a Ucrania. Ofreció, además, su apoyo total a Putin frente al que llamó al imperio yanqui como un enemigo en común. El presidente ruso respondió lo siguiente:
“La Unión Soviética y Rusia siempre han apoyado y siguen haciéndolo al pueblo cubano en su lucha por la independencia y la soberanía. Siempre nos hemos opuesto a todo tipo de restricciones, embargos y bloqueos. Siempre hemos apoyado a Cuba en la escena internacional y vemos que Cuba adopta la misma posición frente a Rusia. Todo esto es el resultado de la tradicional amistad que estableció el camarada Fidel Castro” (Nota de Carmen Menéndez en Euronews).
Ambos mandatarios develaron después, o antes, una estatua de Fidel Castro.
En México. Rosario Piedra Ibarra, titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, compareció el martes ante la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados. Su recomendación, tan criticada porque no es de la incumbencia de CNDH, que se llevara a cabo la Reforma Electoral propuesta por Andrés Manuel López Obrador, derivó, dijo Rosario Piedra, de una masacre ocurrida en 1952, “en los que más de 500 ciudadanos mexicanos que se manifestaban de forma pacífica, y, lo único que pretendían era que se respetara el derecho al voto, y hubo fraude electoral, y eso no puede seguir pasando en este país” (Nota textual de Enrique Gómez de El Universal).
Para ese julio de 1952, cundo las mujeres mexicanas todavía no tenían derecho al voto, Miguel Henríquez Guzmán había iniciado formalmente una campaña presidencial desde agosto del año anterior. Lo intentó mucho antes, cuando en 1945 lo hizo para representante del PRM, Partido de la Revolución Mexicana (que antecedió al PRI). Este militar constitucionalista recibió el apoyo y la confianza del presidente Lázaro Cárdenas y para el año del 45, el presidente Ávila Camacho respaldó a quien sería su sucesor, Miguel Alemán. En 1952 los henriquistas, sus seguidores, y Miguel Enríquez volvieron al ruedo político, bajo los principios de la Revolución Mexicana. Una gran mayoría de los mexicanos estaba inconforme en aquellos años con el gobierno de Alemán Valdés y quería un cambio. El caso es que, pese a que el oficialismo se había comprometido a mantener elecciones limpias, antes de las cifras finales del conteo de votos, se anunciaba ya el triunfo de Adolfo Ruiz Cortines. En su libro Ruptura y Oposición. El movimiento Henriquista 1945-1956, publicado por la editorial Cal y Arena, la historiadora Elisa Servín trata ampliamente este episodio y, desde luego, la masacre que se perpetuó en La Alameda cuando varios se manifestaron para proclamar que la elección había sido fraudulenta. Unas doscientas personas perdieron la vida en ese entonces. Apunta Alicia Servín:
“Mientras llegaban al punto de reunión los henriquistas iban gritando ¡Fraude electoral! En eso, un infiltrado disparó desde un balcón al jefe de granaderos, el teniente Uribe, hiriéndolo. Sin averiguar, pues era ésta, al parecer, una señal planeada, la fuerzas armadas comenzaron a disparar contra los congregados, a echas gases lacrimógenos, a dar culatazos, obligándolos a dispersarse en diferentes direcciones.”
El Instituto Nacional Electoral, INE, que, como tal, después del Instituto Federal Electoral, IFE, surgió en 2014 es un organismo electoral reconocido en el mundo entero y, desde que se llamó IFE, en el año 1990, ha protegido y organizado limpiamente las elecciones en nuestro país. ¿Entenderá Rosario Piedra Ibarra cuáles son las enormes capacidades y las garantías que ofrece este organismo, al que López Obrador quiere cambiar para volver al pasado, a un pasado no tan lejano como el movimiento henriquista sino al año 1988?
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