Opinión
El populista Boris Johnson ya está donde debe: en el caño de la historia
Fran Ruiz

El populista Boris Johnson ya está donde debe: en el caño de la historia

Nadie extrañará a la ambición rubia británica y su cabellera imposible. El que se creía capaz de sortear cualquier crisis ya es historia y sale de la peor manera posible: expulsado por los suyos, hartos de tanto escándalo y de engañar a la opinión pública británica, que amenazaba con castigar duramente al Partido Conservador en las urnas, si no echaba a patadas al payaso populista que creía que el número 10 de Downing Street era su residencia permanente.

Boris Johnson (nacido hace 58 años en Nueva York) no tendrá un pedestal cerca del de su admirado Winston Churchill, frente al Parlamento británico. Lo más cercano que llegó del legendario primer ministro fue tratando de imitar su poderosa oratoria ante tiempos difíciles. Pero una cosa es dirigirse a una angustiada nación para decir “lucharemos en cada playa, en cada colina… jamás nos rendiremos (ante la la amenaza de invasión nazi)”, y otra muy diferente lo que dijo el miércoles el recién dimitido premier cuando se negó a hacer las maletas, como le pidieron los dirigentes tories. Alegando otra amenaza similar, pero que no lo es ni de lejos, proclamó: "Cuando los momentos son duros y el país afronta presiones económicas, con la mayor guerra en Europa en 80 años es el momento en que uno espera que un Gobierno continúe con su trabajo y no se marche".

Boris Johnson

Boris Johnson.

EFE.

Hasta el último momento, Boris (es más conocido por su nombre que por su apellido), el último cachorro surgido de las dos instituciones elitistas inglesas por excelencia, Eton y Oxford, pensó que él era la solución para los problemas de su país, cuando en realidad el problema era él mismo.

Si el fantasma del conflicto en Irlanda del Norte está reviviendo peligrosamente; si los especialistas y el personal de enfermería europeos han abandonado los hospitales británicos; si los empresarios no saben dónde vender su mercancía, cuando antes el mercado natural era el continente europeo; si falta mano de obra, por veto a la entrada de inmigrantes, y si sus universidades ya no acogen a mentes brillantes de todo el mundo, como ocurría hasta hace poco, es por culpa de su empeño en sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea, mediante mentiras —inmigrantes criminales, Europa nos roba, el dinero de la sanidad pública se va a Bruselas…— y, una vez negociado el doloroso divorcio, haciendo trampas al violar parte de lo pactado.

De hecho, si Churchill salvó al Reino Unido, Boris puede que haya condenado al país a no llamarse nunca más así, si sale adelante el referéndum de independencia de Escocia y si los escoceses deciden separarse de la “pérfida Albión” (Inglaterra) para volver a reencontrarse con sus socios de la UE.

Pero lo que realmente sacó a Boris del poder fueron sus fiestas regadas en alcohol con su gabinete en pleno pico de la pandemia, cuando la gente era multada por salir a la vuelta de la esquina o llegaba asfixiada a los hospitales.

El 30 de noviembre de 2021, el tabloide "Daily Mirror" abrió la caja de Pandora para Johnson, que nunca se llegó a cerrar. Fue entonces cuando se revelaron los primeros detalles acerca de las fiestas que se celebraron en Downing Street en flagrante violación de las reglas anticovid. La insistencia del "premier" en negar que esas celebraciones hubiesen tenido lugar, primero, y después por sostener que desconocía que hubiesen quebrado las normas, pese a que él mismo participó en algunas, dejaron a Johnson herido de muerte.

Sin embargo, su instinto de supervivencia le ayudó a convencer a una exigua mayoría de diputados conservadores para que le salvaran el pellejo en la moción de censura presentada el 6 de junio. Logró su objetivo, pero tres severas derrotas electorales del Partido Consevador en elecciones locales, hicieron saltar las alarmas: la opinión pública se había cansado de los malabarismos de su premier.

Bastó un nuevo escándalo y el enésimo intento de Boris por ocultarlo para que el jaque del Partygate se convirtiera en jaque mate.

El 30 de junio de 2022, el diputado tory Chris Pincher renunció después de presuntamente agredir sexualmente a dos compañeros invitados a un club privado en Londres. Tirando del hilo surgieron acusaciones previas de conducta sexual inapropiada sobre Pincher.

Las sospechas de que Johnson sabía el caso de su estrecho aliado y no dijo nada las confirmó el propio premier, cuando hace dos días admitió en la sede parlamentaria que se le “olvidó” informar de esas graves acusaciones. Su suerte estaba echada. Dos de sus ministros más importantes dimiten y exigen que haga lo mismo el primer ministro, que se resistió hasta que la rebelión de sus compañeros fue imparable.

Y así acabaron tres años de populismo inglés de la mano de Boris Johnson. Margaret Thatcher también fue expulsada por sus compañeros, pero nunca fue repudiada por la opinión pública británica, agradecida por ese golpe de patriotismo que fue la victoria en la guerra de las Malvinas. Por el contrario, el recién dimitido deja el Brexit como legado envenenado, mientras su figura se diluye por el caño de la historia y se ve obligado a buscar trabajo. Quizá lo encuentre en lo que mejor sabe hacer: escribir notas sensacionalistas. Así empezó su carrera.

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