Opinión

Las próximas tribus de Morena

El pensamiento contrafactual consiste en plantear una realidad alternativa a partir de un acontecimiento que no pasó, pero que pudo haber sucedido. Si bien un dicho popular reza que “el hubiera no existe”, trazar escenarios distintos a los de la realidad resulta útil para plantear las consecuencias que hubiera sido lógico esperar en condiciones distintas a las que se dieron. De la mano del pensamiento contrafactual encontramos uno complementario que no borda sobre lo que hubiera podido ser, sino sobre lo que podría ser. El pensamiento especulativo, conocido por algunos como prefactual, nos permite aproximarnos a lo que es posible que suceda. En buena medida, la prospectiva y el análisis político se tratan de esto. Hagamos un ejercicio prospectivo sobre lo que podría suceder en Morena a partir de las elecciones presidenciales de 2024.

A partir del escenario político vigente, en las elecciones presidenciales de 2024 se presentarán al electorado dos grandes propuestas. Por un lado, Morena y sus aliados plantearán a los votantes la continuación de lo que ellos mismos han bautizado como la Cuarta Transformación, en tanto que del otro estarán, de forma individual, en coalición o ambas, el PAN, el PRI, el PRD y Movimiento Ciudadano, quienes ofrecerán dar un giro de 180 grados y cambiar lo que hasta ahora se ha hecho. Antes de que todo esto suceda y la competencia electoral comience, los partidos tendrán que realizar diversos procesos internos para designar a quienes serán sus candidatas o candidatos, y es justamente en este punto en el que proponemos iniciar nuestro análisis prospectivo basado en la mera especulación.

La fuerza electoral que ha tenido Morena desde su fundación se debe, mayoritariamente, al liderazgo de Andrés Manuel López Obrador como dirigente partidista, primero, y como presidente de México, después. En 2018, nadie dudaba que él sería el candidato. Hoy, a prácticamente un año de conocer quién abanderará esta opción política, las especulaciones señalan, principalmente y con distintas posibilidades, a Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal.

El hecho incontrovertible es que, simpatías y preferencias aparte, ninguno de estos cuatro personajes puede hoy considerarse como candidato indudable. Ni ellos lo piensan así, ni tampoco los simpatizantes de Morena. Nadie de ellos se acercará, ni remotamente, a la popularidad y liderazgo que en 2017 tenía de López Obrador y que le permitió construir, a partir de un movimiento y no de un partido, la candidatura presidencial. Debido a la falta de popularidad y liderazgo de estos cuatro posibles candidatos, así como a la naturaleza de Morena como movimiento y no como partido, es que la fuerza de los acuerdos y alianzas políticas que quien abandere la candidatura pueda forjar, será infinitamente inferior a la alcanzada por López Obrador en 2018. Si en 2018 se concretaron acuerdos sólidos y se fraguaron alianzas relevantes, ello se debió al liderazgo del candidato – del que en un año nadie gozará – y no por la fuerza de un movimiento convertido en partido – que para las próximas elecciones seguirá sin gozar de ella –.

Para 2023, la candidata o candidato de Morena tendrá en contra a los otros tres que no hayan sido seleccionados, carecerá de una militancia institucional y disciplinada y cargará con los negativos del actual gobierno. A López Obrador podrá alcanzarle para designar al candidato o candidata. Incluso, su impulso puede llevar a que Morena gane las elecciones. Empero, la fractura morenista empezará en cuanto se defina la candidatura, continuará durante la campaña bajo el esquema de “brazos caídos” y se agudizará con independencia del resultado final. Lo que hace unos años hizo fuerte a Morena – el liderazgo de un solo hombre por encima de las estructuras partidistas – será lo que a partir de 2023 comience a debilitarlo y fragmentarlo en cotos de poder o tribus políticas.

Cuartoscuro

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