Opinión

De la realidad a la ficción

El gobierno populista de México forma parte de una ola anti-civilizatoria que azota al mundo; es una reacción social pesimista ante los males que ha traído consigo el capitalismo globalizado y tecnológicamente avanzado.

En el plano educativo y cultural, el populismo rehúsa enfrentar los desafíos de la sociedad moderna, por ejemplo, no desea educar a las nuevas generaciones para hacer frente a la digitalización de la economía.

El “populismo educativo” mexicano aspira, en cambio, a invertir el desarrollo y reestablecer una imaginaria “vida comunitaria” que se inspira en un estereotipo de la comunidad indígena.

Esas elaboraciones se basan en un supuesto falso: que la sociedad mexicana está organizada sobre un piso constituido por “comunidades naturales”, lo cual no es verdad. Para bien y para mal, México es una nación moderna, industrial, urbanizada e integrada al mundo global.

Los problemas de México sólo pueden ser abordados racionalmente desde la perspectiva de la modernidad. Pretender llevarnos al mundo comunitario “original” es absurdo. Las comunidades ideales no existen. Los autores de los nuevos planes de estudio advierten esta inexistencia por eso proponen un programa especial para vigorizar la “vida comunitaria” en las áreas urbanas.

Lee también

Ese retorno a un orden natural, comunitario, ficticio, es una pauta que recuerda a Juan Jacobo Rousseau y parece repetir el mito del “buen salvaje”, según el cual el regreso de los hombres a un (supuesto) “estado de naturaleza” en el cual vivirán saludables y se amarán y respetarán los unos a los otros

Esta teoría inspiró las “comunas hippies” de los años sesenta que pretendían huir de las calamidades de la vida moderna. Ahora se saca del armario para aplicarla a la educación de nuestros hijos y nietos.

Pretender omitir la modernidad como fundamento de vuestra reflexión educativa es pretender omitir nuestra realidad. Equivale a conducir el gigantesco sistema de educación básica a un abismo mortal.

El giro que propone la SEP sólo puede traer consecuencias desastrosas pues es un movimiento en falso. Nuestras escuelas deben perfilarse a la atención de los problemas que trae consigo la sociedad moderna, sobre todo sus áreas más dinámicas como la pobreza, las desigualdades, pero, al mismo tiempo no puede dejarse de lado la producción de riqueza.

Claro, la educación básica debe igualmente dotar a los alumnos de un pensamiento crítico, impulsar la autonomía moral del alumno y proveerlo de un conjunto de valores, conocimientos y habilidades que le permitirán insertarse en la sociedad con una perspectiva visión crítica, comprensiva, transformadora y solidaria.

Clases en una primera de Acapulco, Guerrero

Clases en una primera de Acapulco, Guerrero

Cuartoscuro

Sobre todo, no eludir nuestra realidad y tratar de construir castillo en el aire. El individualismo es un hecho insoslayable de la sociedad moderna y debe ser punto de partida de toda educación formal o informal. Claro que hay una tendencia social negativa que hace del individuo un sujeto egoísta y desinteresado, pero, precisamente, la escuela debe encargarse de combatir esa tendencia.

Lo hará mediante la educación ciudadana o cívica que los nuevos planes de estudio, por cierto, eliminan como contenido. La Nueva Escuela Mexicana no tiene la intención de formar ciudadanos libres y críticos, por el contrario, fomenta una “pedagogía colectivista” y “comunitarita” como si estuviéramos en una sociedad comunista.

El objetivo irrenunciable de la educación básica es formar jóvenes fuertes, inteligentes, autónomos, críticos, con alta autoestima y plenamente conscientes de la realidad contradictoria en la que viven --y conviven—dotados de competencias adecuadas para incorporarse al mercado de trabajo formal donde pueda lograr su realización personal y contribuir al bienestar colectivo.