Opinión

El sucesor del monarca

La transferencia del poder político ha tenido su propia historia. En las primeras comunidades humanas probablemente el cambio de mando estaba determinado por la fuerza bruta. En las tribus dominaban con seguridad los machos alfa. La lucha por el poder a su interior se resolvía en peleas físicas donde los vencedores, ganaban también el derecho de dirigir al grupo y los vencidos se subordinaban bajo su mando, hasta que una nueva disputa desafiara el poder establecido. Los conflictos inter tribales se definían de la misma forma.

En el imperio romano la sucesión del emperador estuvo plagada de conflictos armados y asesinatos.

En el imperio romano la sucesión del emperador estuvo plagada de conflictos armados y asesinatos.

Cuando se formaron las primeras ciudades y con ellas los primeros reinos, el cambio de mando y su legitimación sufrieron transformaciones de forma y de fondo. En las primeras ciudades sumerias y en algunos otros lugares, existen indicios de que el rey duraba en el trono un periodo determinado, establecido por algún ciclo astronómico o de otra naturaleza, al final del cual el rey era sustituido por uno nuevo.

Las excavaciones realizadas por el arqueólogo británico Leonard Wooley en la región de la antigua ciudad de Ur, en las décadas de los años veinte y treintas del siglo pasado, parecen confirmar lo anterior. Wooley y su equipo llegaron a descubrir un número importante de tumbas de reyes sumerios. En ellas encontraron que cada monarca fue enterrado con su consorte y toda su corte, así como con infinidad de objetos de valor y diversos animales. El rey se llevaba todo a la tumba lo que podría simbolizar la falta de interés de heredar su riqueza y su trono.

James Frazer en La rama dorada, documenta ampliamente la existencia de lo que llamó el regicidio ritual. Una práctica llevada al cabo por algunos pueblos en la que el rey era sacrificado después de haber cumplido un número determinado de años en el poder. En esta época y lugares, es posible que la astrología jugara un papel determinante en la justificación y legitimación de esta forma de poner fin a un reinado y transitar al siguiente.

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Las dinastías faraónicas egipcias fueron tal vez las primeras en introducir la práctica de transferir el trono por las reglas de la herencia por consanguinidad. En este caso, no era sólo la fuerza o la influencia de los astros las que las legitimaban, sino la idea de que la familia real contaba con el favor divino y había sido escogida por sus dioses para gobernar indeterminadamente. El poder emanaba de Dios y sólo Dios lo podía quitar. El gobierno y la religión estaban estrechamente vinculados y entre ambos colaboraban para reforzar los fundamentos subjetivos del ejercicio del poder real.

Durante el imperio romano la sucesión del emperador estuvo plagada de conflictos armados y asesinatos. Las monarquías europeas refinaron, posteriormente, las reglas de sucesión por consanguinidad, sin que disminuyeran por ello las disputas por el poder, las luchas ocurrían muchas veces de forma violenta. En Los Reyes Malditos, historia novelada del escritor francés, Maurice Druon, podemos adentrarnos en la forma en que se heredaban los tronos y se desataban las disputas. Las alianzas forjadas extramuros a partir de los matrimonios entre herederos de diferentes familias reales, avivaron las peleas por los derechos de sucesión y muchas veces fueron motivo de guerras sangrientas. La iglesia católica fue el fiel de la balanza en muchos de los conflictos sucesorios.

Desde el año 1000, escribe Druon la idea de Francia se encarna en una familia reinante y se trasmite tan obstinadamente de padres a hijos que la primogenitura de la rama principal se convierte rápidamente en legitimidad suficiente. “Desde la elección del primer Capeto hasta la muerte de Felipe el Hermoso hubo once reyes en apenas tres siglos y cuarto, y cada uno dejó un heredero varón.”

EL hijo legítimo del rey en turno con derecho a sucederlo fue conocido, desde el año 1350 hasta 1830 como “El delfín de Francia”. Originalmente el nombre delfín era un título nobiliario de los condes de la región ubicada al sureste de ese país, Dauphiné de Viennois, luego se usó para nombrar al sucesor del monarca.

La democracia como régimen de gobierno cuestionó las fuentes (divina y consanguínea) de la legitimidad monárquica y estableció nuevas reglas del juego para la transmisión pacifica del poder. Su avance en la historia moderna no ha sido lineal ni ha estado exento de descalabros. Hay quienes apuntan, como Samuel Huntington, que el mundo, desde el siglo XVIII, ha vivido olas y contra olas democráticas.

El México de prácticamente la totalidad del siglo XX tuvo un régimen político formalmente republicano, democrático representativo, laico y federal. En la práctica la “democracia” mexicana durante la era del partido único funcionó con algunos rasgos heredados de la forma monárquica. En La presidencia imperial, Enrique Krauze analiza las raíces históricas del fenómeno. El poder único concentrado en la figura del presidente movía todos los hilos y controlaba de manera discrecional a los otros poderes de la república y a los diferentes órganos del estado. El candidato del partido en el poder, elegido por la voluntad exclusiva del presidente, tenía asegurado el triunfo en unas elecciones que simulaban ser democráticas. Para efectos prácticos el presidente heredaba el poder a su favorito, a su “delfín”.

Existía una especie de acuerdo social tácito o una enorme tolerancia para que el titular del ejecutivo federal ejerciera el poder más allá de sus atribuciones escritas en la Constitución y las leyes. Jorge Carpizo bautizó como “atribuciones metaconstitucionales” a todas estas prácticas del presidente que no tenían asidero legal, pero que éste no tenía empacho en ejecutar gracias al enorme poder que era depositado en su figura.

Durante la transición democrática se impulsaron diversas reformas políticas y administrativas que intentaron acotar el poder presidencial, generar un mayor equilibrio republicano y establecer condiciones más equitativas y justas para la competencia electoral y la transmisión pacifica del poder político. En la actual administración se ha ido a contracorriente de esta tendencia y se ha querido reeditar el tiempo en el que el presidente actuaba fuera de sus atribuciones. La reconcentración del poder en la figura de un presidente que no se atiene a las reglas escritas, ocurre ante la apatía o tolerancia a la simulación de una gran parte de la ciudadanía, por lo que las instituciones del estado y la sociedad que sirven de contrapeso tienen la última palabra.