Opinión

Teología indígena, evangelización y días de muertos

Los días de muertos: el 1° y el 2 de noviembre son punto de encuentro entre la teología prehispánica y el cristianismo, porque la importancia que dan a la muerte es un crisol donde ambos se mesclan. No se puede entender la cultura indígena sin sus fiestas y ritos funerarios, y el cristianismo, define a la muerte como el momento decisivo para el encuentro del ser con su creador.

Cuartoscuro

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Mitología y religión eran parte cotidiana de la vida indígena, por ello, las celebraciones de Todos los Santos y los Fieles Difuntos prosperaron con facilidad; la evangelización encausó el tema hacia lo litúrgico, aunque al tiempo, prevaleció el sincretismo. La aceptación del catecismo no fue inmediata, entre otras cosas, por las diferencias idiomáticas.

Uno de los primeros obstáculos de la evangelización fue que, en la teología indígena, la dualidad de sus dioses que era lógica y natural, pues ellos veían al hombre y a la mujer como complemento en la reproducción humana y única vía para lograr la fertilidad. Este modelo se repetía entre los animales: macho - hembra, y así, el concepto lo aplicaron al sol y a la luna, al día y la noche… lo dual era complementario en el cosmos, y por ello sus dioses supremos fueron Ometecuhtli y Omecíhuatl, hombre y mujer. El prefijo náhuatl “ome” significa dos. Esta dualidad divina fue conocida con el nombre de Ometéotl, y a partir de esta pareja les resultó más fácil entender la creación.

Para los indígenas no había ni cielo ni infierno, aunque después de la muerte, sí había otro tipo de vida y existencia.

El Señor de la muerte se llamaba Mictlantecuhtli y su mujer: Mictlancíhuatl. “Cíhuatl” significa mujer. Ellos reinaban en el Mictlán, un lugar del inframundo propio para los muertos comunes, donde permanecerían hasta la eternidad sin pena ni gloria.

Además, estaba el Tlalocan, donde reinaba Tláloc la deidad del agua. A este sitio iban quienes morían a causa de un rayo, granizo o ahogados, y quienes padecieron enfermedades bubónicas. El Tlalocan, de acuerdo con dibujos en códices y un mural de Teotihuacán, era un jardín con flores, donde corrían arroyos y volaban aves y mariposas. Este escenario era lo más parecido al cielo cristiano pues se mostraba como un lugar de placer.

El destino de los muertos estaba condicionado a la forma en la que fallecían. Las mujeres que perdían la vida en el parto eran llamadas Cihuateteos y se representaban con el rostro descarnado, cadavérico. Se les ve de hincadas y sentadas sobre sus piernas, con las palmas de las manos extendidas hacia el frente. A partir del cuarto año del fallecimiento, las Cihuateteos se convertían en coloridas aves que acompañaban al sol en su viaje diurno, desde el amanecer hasta el mediodía.

Bernal Díaz del Castillo relata que la conquista de México Tenochtitlan fue anunciada con presagios, entre los cuales había una Cihuateteo que gritaba por las noches y se lamentaba por el destino que tendrían sus hijos los mexicanos.

Había otro tipo de aves, las que volaban junto al sol desde el mediodía hasta el ocaso. Eran los guerreros muertos en batalla, quienes también mutaban después del cuarto año de su fallecimiento. Una de las órdenes militares de México-Tenochtitlan era justamente los Guerreros Águila y en el escudo de la fundación de la ciudad vuelve a aparecer el águila, como símbolo del sol.