Opinión

Tres pillos de la Grecia antigua

En la mitología griega existen relatos que nos presentan a personajes desgraciados. Lo son porque han sido condenados por los dioses a realizar eternamente una tarea rutinaria y absurda, un trabajo tortuoso que lleva a ningún lado, o a padecer un castigo cruel y sin fin que desafía la resistencia física y la voluntad. Este tipo de mitos tiene múltiples lecturas y han sido analizados por filósofos, estudiosos del comportamiento humano, moralistas y utilizados como motivos artísticos, destacadamente en la poesía y la literatura. Se suele recurrir a estos personajes mitológicos para referirnos a alguna situación desafortunada, individual o colectiva, que padecemos y que metafóricamente es posible asociarla con sus desdichas. En la lista de estos condenados encontramos a Sísifo, Ixión Tántalo, Prometeo, y Perséfone, entre otros.

El castigo de Sísifo consiste en empujar una enorme roca desde la base de una montaña hasta su cima. Después del enorme esfuerzo realizado y antes de alcanzar la cúspide, la piedra se le escapa y rueda hacia abajo. Sísifo empieza de nuevo y siempre sucede lo mismo. Inicia su esfuerzo obedientemente una y otra vez sin lograr subir la piedra a lo más alto y sin evitar que se le escape. Sísifo realiza este trabajo sin fin por toda la eternidad.

La condena de Ixión es permanecer atado para siempre a una rueda ardiente que gira velozmente en los aires. Ixión nunca podrá desatarse ni la rueda hará pausa alguna para su alivio.

Tántalo fue colocado en un río del inframundo, con su cuerpo sumergido hasta la mitad, rodeado de diferentes árboles frutales cuyas ramas están arriba de su cabeza. Cuando Tántalo tiene sed y se agacha para beber, no lo puede hacer porque el agua que lo rodea se retira dejando un espacio seco a su alrededor. Y cuando tiene hambre no puede comer porque al alzar sus brazos para cortar las frutas, el viento pone las ramas lejos de su alcance. Tántalo, sin poder moverse, también es amenazado de ser aplastado por una roca que pende vacilante sobre su cabeza.

Prometeo es condenado por Zeus a permanecer encadenado a una roca ubicada en la cordillera del Cáucaso, donde un águila baja durante el día a comerse su hígado que es regenerado cada noche. Perséfone, por su parte, está castigada a pasar una temporada en la oscuridad del Tártaro junto a su raptor, Hades, y otra temporada a vivir en la superficie de la tierra acompañada de su madre, Deméter.

Las penas que cumplen estos personajes de la mitología son más conocidas que sus vidas, por lo que la pregunta obligada es: ¿qué fue lo que hicieron para merecer tamañas penitencias?

Sacando de la comparación a Perséfone, las historias tienen algunos rasgos en común. Sísifo, fundador de Corinto, tenía fama de ser un hombre astuto y diseñador de tretas que podían engañar a dioses y mortales por igual. Denunció a Zeus ante Asopo de ser el raptor de su hija Egina, era ladrón de ganado y engañó a la muerte en dos ocasiones.

Ixión es considerado el primer ser humano en matar a un familiar. Con tal de no pagarle la fabulosa dote que le había ofrecido a su suegro, Eyoneo, a cambio del casamiento con su hija, Día, lo asesinó arrojándolo a un foso con brasas. Los pobladores acusaron a Ixión de traición, se negaron a perdonar su crimen y deambuló como un paria. Zeus se apiadó de Ixión, lo purificó y lo hizo invitado permanente en la mesa de los dioses. Una vez ahí, Ixión quiso violar a Hera. Zeus descubrió sus intenciones y lo engañó inventando una nube en forma de la diosa a la que Ixión imaginó que poseía.

Tántalo, por su parte, también había sido favorito del Olimpo y los dioses lo invitaban a sus banquetes. En una ocasión Tántalo organizó una fiesta en la que, cuando la comida empezó a escasear, sacrificó a su propio hijo Pélope en el caldero y sus restos fueron ofrecidos como comida en la mesa. Todos se dieron cuenta del engaño y se abstuvieron de probar bocado, excepto Deméter que alcanzó a mordisquear parte del cuerpo del muchacho. Este fue el peor crimen cometido por Tántalo, pero no fue el único.

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Se conoce a Prometeo por haber robado el fuego a los dioses para ofrecerlo a los mortales y por ello se considera el primer héroe civilizatorio. Pero Prometeo también era un maestro del engaño. En una ocasión sacrificó una res en honor a Zeus. Destazó al animal y lo acomodó en dos envoltorios. En el más grande colocó el cuero, los huesos y la grasa; y, en el más pequeño puso la carne limpia. Le pidió a Zeus que se llevara el que fuera de su agrado y el dios guiado por sus ojos y su ambición escogió el envoltorio más grande. Cuando se dio cuenta del engaño montó en cólera: Prometeo pretendía ser más astuto que el mismo Zeus.

Mucho se ha escrito sobre estos mitos y se han analizado desde diferentes disciplinas y perspectivas. Hay quienes ven en ellos una clara lección moral y ética y el aprendizaje de la relación existente entre crimen y castigo. También en ellos se observan ejemplos de cómo la codicia, el exceso de orgullo y la arrogancia pueden hacer perder los estribos a personas inteligentes. Para algunos son claros ejemplos de impiedad. Otros consideran que, la actitud de los condenados constituyen auténticos actos heroicos de rebeldía y desafío contra el poder. En un trabajo muy detallado (Paradigmas de Ingratitud. Ixión y Tántalo en las literaturas griega y latina) María Gema González Ruz establece que estos personajes infringen las reglas establecidas en la convivencia social y civilizada porque son incapaces de percibir con claridad la realidad, inventan su propio mundo en los que su conducta y sus pensamientos son la mediada de todo y además viven engañados por su hybris sin control. En el caso de Ixión es engañado, escribe González Rus, por su “hybris erótica”.

A través de los relatos mitológicos de este tipo se puede observar, así mismo, la tensión que ha existido entre los desmesurados ímpetus personales y los límites que la sociedad ha encontrado para contenerlos.

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