Opinión

A ver quién aguanta más

(La Crónica de Hoy)

os tacos de canasta, los sopes, las flautas y los tlacoyos que venden por miles en el bosque de Chapultepec, no subieron de precio esta semana. Al menos no los que vende doña Rosa y otras vendedoras amigas de ella que decidieron aguantar unos días, antes de subirle uno o dos pesos a cada pieza. Lo que sí me confesó es que las tortillas las hicieron un poco más pequeñitas, cosa de nada, apenas se nota seño, a ver cuánto tiempo aguantamos así.

Lo que ya no aguantan son las ganas de visitar el zoológico. Desde que decidieron cobrar la entrada a la zona donde están los reptiles, ya no lo pueden hacer. Doña Rosa está furiosa, sube el tono de voz, sus manos alzan el vuelo. Lleva casi 40 años vendiendo antojitos en Chapultepec. Y nunca había pagado nada para entrar a ver a las víboras y a las serpientes que tanto le gustan. Iba con sus chamacos dos días por semana, mínimo. Y ahora no le alcanza lo que gana ni para entrar ella sola. Y menos pasearse en el trenecito que recorre de punta a punta el bosque de Chapultepec. Cuesta 30 pesos por persona, figúrese seño, ya ni la amuelan, ¡treinta pesos por persona la vuelta en el trenecito! A ver quién aguanta…

A ver quién aguanta más, era de niña mi juego predilecto. Lo jugaba solamente con mi amiga Inés. A ver quién aguanta más, decía alguna de las dos y nos mirábamos fijamente a los ojos, concentradas en lo que en ese momento se nos antojaba hacer o comer. La primera en parpadear perdía el derecho a decir qué vio en la mirada de la otra. Solíamos ver helados de mango, chicles motita, una alberca, conejitos de chocolate, el mar, el bosque de Chapultepec, una jícama con chile, el Popocatépetl. Cualquier cosa que estaba en el pensamiento de la otra. Y casi siempre acertábamos. Varias veces vi lombrices de tierra en la mirada de Inés epiléptica. El juego se terminó el día en que en lugar de lombrices vi a la muerte. Unos meses después Inés fue internada en un hospital psiquiátrico. No murió físicamente, pero murió, se fue, se convirtió en otra. Antes de ser internada, su mamá le pegaba con un comal cada vez que le daba una crisis epiléptica. Para que se le saliera el demonio del cuerpo. Y no aguantó más.

Alguna vez fui con Inés a Chapultepec. No sé ya hace cuántos años. En estos días me ha dado por volver, me habían dicho que hace poco terminaron la remodelación de una sección y en efecto. Está bien, me dice doña Rosa pero no quita el dedo del renglón y se vuelve a quejar del precio del trenecito. A Juan, un joven vendedor de papas enchiladas y jarritos locos, lo que no le gusta es que hayan puesto por todos lados a la Coca Cola, hasta en el techo del trenecito se pasean los enormes cascos del refresco. Se verían mejor los jarritos locos, dice Juan y sonríe, la sonrisa enchilada de los mexicanos.

Inés era muy gorda. Le encantaba comer tortillas, una tras otra, hasta llegar a seis. Después volvía a comer. En la Casa de los Espejos de Chapultepec, se quedaba un buen rato frente al espejo que la hacía ver aún más gorda, su rostro enorme, su mirada. Un día quiso saber si era ella o su imagen. En las imágenes no hay sonido, pensé antes de decirle que no era la de la imagen. Ahora sé que también puede haber sonido en una imagen, si se escribe poesía, pero de niña no lo sabía, a pesar de que de vez en cuando escribía algún poema. Para Inés yo estaba loca, en la imagen del espejo y en la vida. Sólo por escribir poesía y tener la piel pegada a los huesos. Tienes la piel pegada a los huesos, me decía y reía la risa de los espejos. Los espejos que aguantan nuestra mirada.

Los mexicanos tienen mucho aguante, comentó la otra noche un amigo que ha vivido largas temporadas en Estados Unidos. Los mexicanos que salen de México se quitan la máscara de la pereza. Y aguantan. Trabajan de sol a sol, se apuntan a turnos extras. Se desprenden del conformismo y del “ahí se va”. Eso dicen quienes han visto cómo han ido creciendo proyectos de un sinnúmero de mexicanos en el extranjero. Aunque hay miles, millones de mexicanos que también lo hacen en su tierra. Sólo que a veces no aguantan más. No aguantan los obstáculos que aparecen ante cualquier trámite. No aguantan más la corrupción, la falta de empleos, la contaminación, el hambre, el tráfico, las dos horas y media de camino, la mentira, el camión repleto, la asfixia. Hay unos que comienzan a dudar de todo, de todos. Y hay otros que están a la espera. Son los que tienen urgencia de creer.

Para creer, tienes que sentir la urgencia de creer, me dijo un día Chavela Vargas. Creer, ¿en qué? le pregunté. En la vida, en la verdad, en Federico García Lorca, fue su respuesta. Creer en los sueños, como Sancho Panza en su ínsula. O en la risa, en la mirada, en los amigos. Hay amigos que se fueron antes, pero todavía están.

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Sancho Panza tiene su escultura en el Bosque de Chapultepec. Y el Quijote también. Están en una pequeña plaza, separados por unas bancas redondas. Los mosaicos cuentan la historia de algún lugar de la Mancha. El rostro del Sancho Panza de Chapultepec es el de Diego Rivera. Y el Quijote es Salvador Dalí. Cuatro genios en dos. Con sus ojos de fiera.

Hay fieras y fieras. Unas están en el zoológico del bosque de Chapultepec o en las selvas. Otras están en las calles. Anoche me enteré que un hombre fiera violó a una niña que conozco. La dejó embarazada. La niña no quiere abortar, ni dar en adopción a su hijo. Se niega terminantemente a que se lo quiten. No escucha. No tiene ninguna intención de escuchar. Dice que no tiene miedo. Que ya no tiene miedo de no conseguir caminar, ya no tiembla por las noches, ya ha recuperado el habla. Y grita cuando le advierten que se irá a la calle si quiere tener a su hijo. A ver quién aguanta más.

Me dormí con la imagen de la niña violada. Soñé que la veía en el bosque de Chapultepec. Llevaba un chapulín en la mano y temblaba. Cuando me vio me dijo que quería ser libre. Pero la libertad tiene un nudo en las arterias. Y ya no aguanta más la libertad. La niña violada si. Pero tendrá que aprender a andar por el mundo a oscuras. O a jugar el juego de a ver quién aguanta más.

insulabarataria_mariacortina@hotmail.com

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