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En los años sesenta, durante el gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964) se determinó que todos los ríos de la urbe se incorporarían al sistema de drenaje

El histórico plan para librar a la CDMX de las inundaciones

CDMX y las inundaciones Cambio de drenaje calle 16 de septiembre, 1953. (Gobierno de la Ciudad de México, Secretaría de Cultura, Museo Archivo de la Fotografía (MAF). Fotografía 000196003.)

A lo largo del siglo XX, la capital mexicana dejó de ser una ciudad acuática para convertirse en una ciudad pavimentada de grandes avenidas, planeada para el transporte motorizado. Bajo capas de cemento y asfalto quedaron ocultos ríos, manantiales y acequias que habían formado parte del paisaje y de la vida cotidiana. Hoy, frente a la crisis hídrica y ambiental, nos preguntamos cómo terminamos enviando el agua de nuestros ríos, lagos y canales por un tubo.

El modelo hidráulico que definió esta transformación fue el sistema combinado de drenaje, implementado en 1903, cuyo esquema integra en una sola infraestructura la evacuación de aguas residuales y pluviales.

El ingeniero Roberto Gayol, autor del proyecto, creía estar librando a la capital de la enfermedad y de las inundaciones llevando tanto las inmundicias como el exceso de agua fuera del Valle de México.

Veía en el sistema combinado de drenaje la forma más limpia y moralmente adecuada de expulsar las excretas, utilizando el agua como vehículo para su rápido desalojo y evitando así la acumulación y el contacto directo con las aguas de desecho.

Entre los argumentos que lo convencieron de elegir este modelo frente al sistema divisor —que separa el agua pluvial de la residual— estaba la propia condición de la ciudad que “literalmente descansaba en un pantano”, según los ingenieros.

Hacia 1900, la prensa describía a la capital mexicana como de “Zanjas interiores, pozos infectos, plazuelas anegadas perpetuamente, grandes caños descubiertos y azolvados, depósito de toda suerte de inmundicias y desechos, ruinas podridas, letrinas, basureros, muladares…”

La adopción del sistema combinado buscaba, en una sola obra, sanear y desaguar: resolver la insalubridad y dar salida al agua en conjunto. Para Gayol, ambas funciones quedaban resueltas en la misma infraestructura.

Este impulso técnico se inserta en una historia más larga. El proyecto de desecación comenzó en la época colonial con la aprobación del Túnel de Huehuetoca en 1607, que pronto se convirtió en el Tajo de Nochistongo en 1637, cuyos trabajos marcaron el inicio del ambicioso y prolongado esfuerzo por expulsar las aguas del Valle de México.

La materialización de una tierra seca ocurrió en el Porfiriato, tres siglos después, con el Gran Canal del Desagüe y la red interna de atarjeas. Los gobiernos posrevolucionarios ampliaron esas obras con nuevas infraestructuras hidráulicas y programas de pavimentación, transformando de manera definitiva el paisaje lacustre en uno urbano y homogéneo.

En este proceso, los canales de riego y navegación —como el Canal Nacional— dejaron de ser rutas agrícolas y sitios de festividad para convertirse en focos de insalubridad que debían ser eliminados.

Lo mismo ocurrió con los aproximadamente 45 ríos que cruzaban la ciudad—-Churubusco, La Piedad, Consulado, entre otros— progresivamente entubados y transformados en colectores.

CDMX y las inudaciones Una de las estrategias ha sido entubar los ríos.

Inundaciones en la ciudad

A medida que se consolidaba el sistema combinado de drenaje y el proyecto de desecación, se erigía también una mirada sobre el agua: para la mayoría de ingenieros, médicos y funcionarios, los cuerpos de agua eran focos de infección, obstáculos para el crecimiento urbano y rezagos de un pasado indígena y rural a superar.

En los años sesenta, durante el gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964) se determinó que todos los ríos de la urbe se incorporarían al sistema de drenaje.

Hoy sabemos que el sistema combinado de drenaje para desaguar y sanear tiene consecuencias importantes: sobreexplotación de los acuíferos, hundimientos del suelo e inundaciones.

Al mezclar y expulsar por la misma red el agua pluvial y residual, la lluvia deja de infiltrarse: se pierde la recarga natural y se extrae más agua del subsuelo, lo que a su vez hace que la particular arcilla de la que se forma el subsuelo de la capital mexicana se comprima generando hundimientos desiguales.

De este modo, las tuberías pierden pendiente, forman “columpios” haciendo que el desalojo del agua sea lento y se acumulen sedimentos, durante las tormentas, la red se sobrecarga, provocando las inundaciones. Desaguar la ciudad también ha imposibilitado su aprovechamiento local y aumentado la dependencia de traer agua de otras cuencas con costos económicos y energéticos.

Con la paulatina desaparición de cauces a cielo abierto, los ríos y canales que alguna vez formaron parte de la vida diaria se redujeron a nombres de calles, estaciones del metro y recuerdos borrosos. Xochimilco, junto con sus canales, trajineras y chinampas resiste como vestigio de aquel paisaje acuático. Su permanente situación de riesgo habla de un ecosistema frágil, que todavía puede ser recuperado.

*Colaboración de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM

Fuentes:

Natalia Verónica Soto Coloballes (en prensa) “Gobernar las aguas, gestionar la ciudad: entubamiento de ríos y canales en la Ciudad de México (1900-1975)”, en revista Historia Ambiental Latinoamericana y Caribeña.

Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle de México, Boletín Hidrológico de la Cuenca del Valle de México, Ingeniería Hidráulica en México VII, no. 1 (enero-junio de1953): 101.

“Las enfermedades de la estación,” Popular: Diario independiente de la mañana, 5 de febrero de 1903, año VII, no. 2195, 1.

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