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El psicoanálisis. Esa práctica burguesa, vetusta y poco científica

El psicoanálisis no es solo una teoría sino un acontecimiento caliginoso en la historia de la humanidad

voces de la uam

Mujer sentada, con la espalda vuelta a la ventana abierta, de Henri Matisse.

Mujer sentada, con la espalda vuelta a la ventana abierta, de Henri Matisse.

Parte II

Hace algunas semanas, un colega académico me cuestionaba –incisivamente– la poca adaptabilidad del psicoanálisis a los malestares de nuestros días. En su monserga, ofrecía una unilateral lectura alrededor de aquello que la teoría psicoanalítica realizaba –o podría ejecutar– alrededor de los inconvenientes o sufrimientos psíquicos de estos tiempos tales como la violencia del crimen organizado, del sistema patriarcal o de las nuevas convenciones y acaecimientos de la sexualidad de nuestra era. Debo confesar que en ese mismo momento asentí –y quizás acepté con cierto desasosiego– los corrosivos, aunque lacónicos, reclamos de mi compañero. Horas más tarde, de camino a casa, medité profundamente en torno a la vigencia del psicoanálisis ante los malestares que aquejan hoy en día a nuestra civilización. Esa misma noche emprendí la escritura de esta entrega.

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El psicoanálisis, vale la pena mencionarlo, no es una mera teoría sino un acontecimiento caliginoso en la historia de la humanidad. Por lo menos desde el armado metapsicológico del descubrimiento freudiano de la pulsión, la práctica analítica –en sus dimensiones clínicas, políticas y culturales– ha florecido como un discurso insertado en la subversión de sus tiempos. El psicoanálisis es un discurso que reconoce la existencia mundana como una vida afectada por las vicisitudes y las exigencias culturales. Como observó José María Pérez Gay en su Profecía de la memoria, “la historia del psicoanálisis ha sido la de una innumerable cadena de rupturas y escisiones” y en ellas se pone de manifiesto la claridad pesimista de los avatares de la humanidad. La riqueza del psicoanálisis ha superado la clausura de su tiempo cronológico porque ha devenido como una fuerza de indagatoria crítica y revulsiva de la inscripción interpretativa de la cultura en un sentido dialéctico.

El psicoanálisis sobreviene y se reactualiza por la repetición en medio de lo mismo dentro del abismo de lo material. Es decir, el sujeto conoce su historia y, casi como afirmación angustiante, está condenado a repetirla o a desplazarse con ella. La repetición está anclada en el recuerdo y puede posibilitar una reelaboración de las mismas situaciones traumáticas –en el sentido de un corte– de la existencia humana. El psicoanálisis es extremadamente vigente porque introduce frecuentes diferencias en las inscripciones lógicas del sufrimiento psíquico y sistémico de los sujetos. El psicoanálisis convive y concibe el conflicto actualizado entre el deseo y las normas culturales que dan lugar al psiquismo humano.

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Esa práctica vetusta inaugurada por Freud viabilizó una acogida singular de los roces aún insalvables e incomprensibles de la sexualidad con la humanidad regularizada y bien pensante. Freud recordó que la genitalidad era ciertamente un tema menor en medio de las disposiciones de la sexuación cultural e indeterminada. Freud, puntualmente, evidenció un rechazo de la rígida dominación de las técnicas que apostaban por el progreso científico y la dominación de la cultura burguesa en el siglo XX. Freud era un científico que permaneció en el territorio de la situación especulativa ante la fascinación por la lectura funcional de los tejidos del médico Bichat. ¿Habría entonces que dudar del progreso de la humanidad? ¿A qué excesos nos destinaba la estructura demencial del capitalismo del incipiente siglo XX? Estas preguntas fueron reveladas cuidadosamente por Freud con su desconfianza sobre el recalcitrante futuro apaciguado de la humanidad. En palabras actuales, ¿Quedaría espacio para el sujeto no cuantificable y domeñable por los datos en un sistema gobernado por los imperativos regularizadores? Todas estas interpelaciones regresan, una y otra vez, sobre las realidades funestas y adecuadas al dato verificable en el mundo digital. En consecuencia, los planteamientos freudianos bien podrían ser una brújula crítica sobre el pretencioso avance del conocimiento científico y técnico de las dinámicas contemporáneas del capitalismo de plataformas digitales.

Hace ya casi cien años, Freud escribió varios argumentos reveladores para la existencia humana en las dimensiones del capital incipiente en sus días y su porvenir. El escrito tenía por nombre El malestar en la cultura. El término en alemán utilizado por Freud, Unbehagen, mostraba el desasosiego de la cultura capitalista ante las escenas inestables de la felicidad subjetiva. Hoy en día, la búsqueda de la felicidad aparece como una incesante demanda de la sociedad; y con ello, acontece la dictadura de la excitación regulada y la imperativa estabilidad psíquica. Desde aquellos días, la posición freudiana manifestó, desde su ahora supuesta añeja condición, el temor de que la libertad humana quedara consagrada a posiciones hondamente demenciales como la imagen del cuerpo, los ideales, la culpa y los excesos provocados por la lujuria de un sistema económico centrado en utilizar y administrar el deseo humano.

La interpretación freudiana del mundo no sólo se contentó con formular los alcances inciertos de la vida sexual cultural. En paralelo, la teoría freudiana criticó los alcances fustigadores de la cultura capitalista que se encuentran en constante relación con los designios del saber técnico de la ciencia y su administración de los saberes dominantes en la sociedad actual. Con Freud ha quedado claro que la ilusión del progreso regulado, la liquidez y la supuesta inmovilidad del sistema económico político del mundo no es más que la respuesta represiva socializada y moralina de las manifestaciones pulsionales. En consecuencia, Freud es un lector económico-político de los placeres frívolos y presentes del hombre en la sociedad capitalista.

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Respondiendo a mi colega bastaría decir que la novedad del psicoanálisis no puede ser medida con el lente positivo de la ciencia; todo lo contrario, el psicoanálisis revisita la dimensión ambigua y obnubilada de un ser humano que está subsumido en las exigencias y regulaciones del sistema en sus placeres excesivos. Quizás, y afortunadamente, el psicoanálisis en su dimensión clínica y política sea un reverso y una provocación a las dinámicas reinantes de un sistema entregado a la acumulación narcisista y a la determinación de la existencia en vías de la vacuidad que permanentemente anida en la dimensión del progreso cultural y regular del individuo socialmente normalizado.

*Egresado del Doctorado en Psicología Social de la Unidad Iztapalapa y profesor de la Licenciatura en Psicología de la Unidad Xochimilco