Cultura

Una autora cubana imprescindible que llega a México con El cielo de la selva, una novela feroz y espiritual escrita en la oscuridad de los apagones, donde la naturaleza devora, guía y revela la memoria profunda de América Latina

Elaine Vilar Madruga: la selva, la memoria y la escritura como destino

Desde que no sabía leer, Elaine Vilar Madruga se sentaba con un libro entre las manos y fingía que descifraba historias. Inventaba voces, tramas y mundos que aún no conocía. Ahí, dice, estaba ya “la simiente de escritora”, ese contagio inevitable que heredó de una familia donde todos amaban los libros. “La literatura es una forma de amar”, afirma. Desde niña supo que quería dedicarse a ello.

Elaine Vilar Madruga es una narradora, dramaturga y poeta cubana. Varias de sus novelas, cuentos y poemarios han sido reconocidos tanto en Cuba como en el extranjero, consolidándola como una de las voces más potentes y prolíficas de su generación.

Hoy, con una trayectoria internacional que crece a pasos firmes, Elaine llega a México con El cielo de la selva, una novela cruda, espiritual y profundamente simbólica donde la naturaleza no solo acompaña: devora, guía, castiga y redime.

La selva como dios y como infierno

En El cielo de la selva, el paisaje no es telón de fondo. Es protagonista. La autora la imagina como un ser amoral, sin brújula ética, un espacio donde el bien y el mal se confunden y donde el instinto —hambre antigua, devoración, pertenencia— gobierna. La selva, explica, comparte rasgos con los dioses primitivos: es capaz de las mayores bondades y de los actos más reprobables. Es refugio, castigo y espejo de los personajes.

Una escritura nacida en la oscuridad

Escribir la novela fue un proceso emocionalmente duro. Elaine vivía en La Habana, atravesando una crisis energética: apagones constantes, pocas horas de electricidad y tiempo limitado para trabajar. Tuvo que escribirla en menos de medio año, casi a contrarreloj.

“Sentía que salía de la selva voraz de la novela y entraba a un mundo igual de oscuro”, confiesa. La crudeza de la historia la obligó a atravesar esa oscuridad lo más rápido posible. Aun así, cree que la escritura sirve para depurar dolores propios y familiares, para reconectar con las ancestras, la memoria y las heridas que insisten.

El lenguaje como boxeo

Su estilo descarnado no es casual. Elaine busca que sus libros “friccionen”, que atraviesen al lector como flechas. Trabaja los personajes “hasta el tuétano” y pelea con las palabras como si fueran boxeo: someterlas, pulirlas, hacer que cada una encaje con la otra. La oralidad caribeña es parte esencial de su obra: viene de historias contadas en voz alta, de abuelos alrededor de la mesa, de cuentos con sabor de fogata y miedo antiguo.

La lectura como tribu

Aunque escribe en solitario, Elaine cree profundamente en la lectura colectiva. “Un libro solitario también es un acto colectivo”. La experiencia individual se ilumina cuando se comparte en clubes de lectura o en conversaciones posteriores: ahí nace la tribu, la comunidad que se forma alrededor de una historia.

Su primera tribu es su familia. Su esposo es su lector beta; su madre, su crítica más feroz. Una sonrisa o una mueca bastan para saber si un texto funciona.

Una jornada obsesiva

Cuando está dentro de un libro, trabaja ocho horas diarias, sin fines de semana. Se propone terminar en un año, aunque algunas novelas —como La piel hembra, próxima a publicarse— le toman más. La escritura le da felicidad, dopamina, sentido. Y ya prepara su siguiente proyecto, Todos mis huesos, novela que escribirá en una residencia recién otorgada en Suiza (noticia que recibió dos minutos antes de esta entrevista)

Lo que México ya puede leer

Además de El cielo de la selva, el público mexicano puede encontrar La tiranía de las moscas, publicada por Polilla. Este fin de año llegarán dos títulos nuevos:

  • Su primer poemario en México, editado por Concreto.
  • Salomé, novela breve que mezcla ciencia ficción, body horror, erotismo, identidad y preguntas sobre el cuerpo y el poder.

Escribir desde Latinoamérica

Para Elaine, la conexión con las lectoras mexicanas es natural: “Somos carne de la misma carne, tierra de la misma tierra”. Las violencias y dolores sociales atraviesan a toda la región. Cuando escribe, piensa en Cuba y el Caribe, pero también en las mujeres latinoamericanas que comparten búsquedas similares.

Su obra —ruda, luminosa, devoradora— es un diálogo con esa memoria compartida, con los dolores que heredamos y con las posibilidades de reconstrucción.

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