
La conciencia no flota
Nos vendieron la conciencia como una nube blanca, quieta, flotante. Como si pensar fuera elevarse por encima del cuerpo, como si razonar fuera dejar de sudar. Pero no. La conciencia no es un monje: es un músculo. Se estira, se acalambra, se fatiga. Se arruga.
No hay idea que no pase por el diafragma. No hay recuerdo que no deje tensión en la nuca. No hay angustia sin taquicardia. Pensar es encarnar. El cuerpo no es un vehículo. Es el pensamiento mismo vestido de tejidos.
Negar eso es amputarse de uno mismo. Es vivir colgado en la pared de un sistema que solo premia a las cabezas parlantes. Y luego se extraña de que nos caigamos de nosotros.
LA TRAMPA DEL MANIQUÍ ILUSTRADO
Nos enseñaron a decir “yo pienso” como si el “yo” no tuviera riñones. A escribir tesis con la espalda tiesa y el intestino silenciado. A entrenar la mente como si fuera un CPU sin estómago. A amar con neuronas y a rezar con el pecho oprimido.
Pero cada decisión pasa por la sangre. Cada juicio es químico. Cada razonamiento tiene saliva. Quien lo niegue nunca ha tenido miedo real: de ese que se siente primero en las ingles y solo después se nombra.
El cuerpo no acompaña a la mente: la funda. La conciencia no es huésped. Es la casa. Y en ella hay ruidos, fugas, corrientes de aire. Sensaciones que piensan antes que tú. Intuiciones que se levantan antes que tu argumento.
PENSAR NO ES FLOTAR: ES TOCAR
¿Dónde empieza el pensamiento? ¿En la duda? ¿En el lenguaje? ¿En una célula? Tal vez empieza cuando algo nos roza y el cuerpo responde sin permiso. Una punzada en el pecho, una presión en la garganta, un silencio que se siente en la piel.
Ese es el primer acto filosófico: sentir antes de saber. Y todo lo que viene después, las frases, los libros, las cátedras, es solo una coreografía para explicar ese primer estremecimiento.
Nosotros no somos cuerpo y mente. Somos cuerpo que se sabe cuerpo. Carne con conciencia. Movimiento que se da cuenta de sí. No hay más.
EPÍLOGO CON EL CUERPO AL FRENTE
Y entonces, ¿por qué lo olvidamos? ¿Por qué nos avergüenza pensar desde el cuerpo, escribir con la tripa, decidir con el pecho? Porque nos domesticaron para no sentirnos. Para vivirnos como piezas intercambiables, desmontables, medibles.
Pero el cuerpo es nuestra única verdad. No se delega, no se sube a la nube. No se puede compartir pantalla con él. El cuerpo no es evidencia de nada: es la existencia misma.
Pensar no es un acto puro. Es un acto encarnado. Cada duda, cada miedo, cada hallazgo, pasa por ti. No por tu cuenta de correo ni por tus ideas: por ti.
Así que no lo ignores más. El cuerpo no es lo que te carga. Es lo que te escribe.Y si alguna vez dudas de si estás vivo… no lo pienses. Siéntelo.