
El movimiento como instinto
Probablemente, como escribió Manuel Vázquez Montalbán, el hombre aprendió a correr porque necesitaba huir. Aprendió a lanzar porque el hambre no toleraba distancia, y a nadar porque los ríos no tenían puentes.El movimiento era reflejo, no propósito: una reacción al miedo, no una idea del bienestar. Cada músculo se contraía para seguir vivo.No existían los retos personales ni las apps con medallas; solo la biología trabajando por turnos.El cuerpo era honesto: se movía cuando debía, descansaba cuando podía.
El hombre primitivo no sabía que hacía ejercicio; sobrevivía. Nosotros sobrevivimos fingiendo que hacemos ejercicio.Él se movía por hambre; nosotros, por ansiedad.Macedonio diría que el cuerpo fue el primer filósofo práctico: pensaba con las piernas y argumentaba con los pulmones.
Cuando llegó la civilización, el cuerpo dejó de tener hambre y empezó a tener tiempo. Y el tiempo, siempre incómodo, exigió justificación.Así nació el gimnasio: un teatro de lo necesario sin necesidad.El primer hombre moderno sudó sin causa y descubrió el vacío que hay entre un salto y una idea.
LA INVENCIÓN DEL DEBER CORPORAL
El ejercicio se volvió virtud cuando dejó de ser destino.Grecia lo convirtió en escultura, Roma en disciplina y la modernidad en horario.Moverse pasó de ser instinto a ser reglamento.El cuerpo se moralizó: quien sudaba era bueno, quien descansaba, sospechoso.
Durante siglos, la humanidad confundió la energía con la obediencia.La gimnasia entró en las escuelas como catecismo físico.Los cuerpos aprendieron a marchar, a alinearse, a medir su libertad por pasos sincronizados.El sudor se volvió signo de pureza: una penitencia sin pecado.
El siglo XX cambió el dogma pero no la fe.El atleta reemplazó al soldado y la marca al mérito.El cuerpo fue rebautizado como “rendimiento”, palabra que huele a fábrica y a domingo sin descanso.Parece que el hombre moderno cambió a Dios por el cronómetro: siguió creyendo en el juicio final, pero con tiempo intermedio.
EL SIGLO XXI: LA FUGA DIGITAL
Hoy el cuerpo no compite, se mide.Las pulsaciones son confesiones y los pasos, oraciones estadísticas.El reloj ha tomado el lugar del corazón: late, pero informa.Corremos para llenar de sentido el gráfico del día, para demostrar que existimos aunque no haya testigos.
El gimnasio es el nuevo templo del yo cuantificado.Allí el espejo ya no refleja, certifica.El cuerpo se observa a sí mismo como si fuera otro, un avatar que pide mantenimiento constante.Nunca hubo tanta ciencia para tan poca conciencia: sabemos exactamente cuántas calorías quemamos, pero ignoramos por qué seguimos ardiendo.
La humanidad ya no busca el bienestar; busca la confirmación digital de su movimiento.El cuerpo se convierte en algoritmo con forma de carne, obediente al sistema límbico y a la suscripción mensual.Entrenar es creer que el sentido puede generarse por fricción.Macedonio habría reído: el hombre corre detrás de su sombra, la alcanza, y luego la acusa de haberlo seguido.
Toda la historia del ejercicio podría resumirse así: el cuerpo huyendo de algo que ya no lo persigue.Primero del hambre, luego del pecado, ahora del aburrimiento.Pero la biología no se inmuta: el corazón late igual, el aire entra igual, la fatiga no distingue entre época y pretexto.
Quizá el futuro del movimiento consista en quedarse quieto sin culpa, en desobedecer al reloj y recuperar el silencio muscular.Porque, al final, seguimos corriendo para cruzar un río imaginario que nadie nos pidió cruzar.Y cuando al fin lo logramos, miramos atrás y no hay león, ni fiera, ni necesidad:solo el eco de nuestro propio jadeo, preguntándose, otra vez, de qué huía el cuerpo esta vez.
