
El viaje emocional de Viva Suecia
Hay discos que entretienen. Hay discos que acompañan. Y hay discos que abren una grieta de múltiples orígenes en el pecho: donde antes había silencio, ahora hay palabras. Donde había caos, aparece un eco de sentido. El amor de la clase que sea pertenece a esta última categoría.
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Este disco es un artefacto emocional, un testimonio convertido en música pero, comencemos desde el principio y hablemos de su banda autora.
Viva Suecia es una agrupación española que no nació para ser leyenda, pero lo están logrando. Y lo están haciendo con ruido, con verdad y con una elegancia rota que no se aprende: se sangra.
De la periferia a la cumbre emocional del indie español
Murcia, una ciudad donde el sol es severo y la tierra es lejana al circuito más visible de la industria musical española, nació una banda que nadie vio venir, pero que ya nadie puede ignorar. Viva Suecia no es solo una agrupación de indie rock: es una herida abierta que canta, una emoción hecha electricidad.
El grupo se formó en 2014, aunque su historia comenzó mucho antes, en las calles y bares españolas. Rafa Val (voz y guitarra), Jesús Hellín (batería), Fernando Campillo “Campi” (bajo) y Alberto Cantúa (guitarra) encontraron en la música una manera de sobrevivirse. No fue una reunión estratégica ni un experimento de laboratorio discográfico, fue algo más instintivo: una necesidad compartida de decir lo que no se podía callar.
Su primer EP homónimo fue como lanzar una bengala en la oscuridad. Desde entonces, Viva Suecia no ha dejado de crecer, paso a paso, sin atajos, construyendo una comunidad emocional que los sigue como quien se aferra a un faro en mitad del naufragio.
Parte importante del corazón del rock español
La agrupación ha sido una anomalía hermosa dentro del indie español. Un grupo que, sin fórmulas predecibles, logró convertirse en referente de una generación huérfana de himnos. Con cada EP y con cada álbum, tejieron una comunidad de oyentes que no solo los escuchaban, los sentían.
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Cuando firmaron con Universal Music Spain para dar forma a El amor de la clase que sea, lo hicieron desde un lugar de certeza creativa, no de complacencia.
En este disco no hay poses ni artificios. Lo que hay es una banda que ha comprendido que el dolor también puede ser semilla. Que las rupturas (sean amorosas, contractuales o existenciales) pueden convertirse en canciones que te salvan del abismo. Y eso es precisamente lo que han hecho: transformar las heridas en arte, y el arte en refugio.
Un disco como terapia colectiva
“Este álbum fue una especie de terapia grupal a cielo abierto”, confesó Rafa Val en alguna entrevista, y se nota. Hay algo profundamente honesto en estas canciones: como si fueran cartas no enviadas, pensamientos escritos a las tres de la mañana y promesas que duelen por lo que ya no serán.
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A diferencia de sus discos anteriores, “El amor de la clase que sea” se abre como una flor sin miedo al juicio. Es un álbum sin barreras estilísticas, donde el rock convive con el pop, la melancolía se mezcla con la esperanza, y las colaboraciones con Leiva, Rozalén y Valeria Castro, aportan nuevos matices sin diluir la identidad de la banda, por el contrario, hermanando la escena y difundiendo voces como un gran equipo sin competencias internas.
Este trabajo suena como si cada canción hubiera sido escrita con el corazón en carne viva y producida con la libertad de quienes ya no tienen nada que demostrar. Hay en él una confianza que solo se alcanza después de tocar fondo y elegir seguir creando.
Este álbum no es simplemente una colección de canciones. Es el mapa de un derrumbe y una reconstrucción. Es la crónica de una banda que ha sabido abrazar el vértigo del cambio sin perder su esencia. Porque si algo define a Viva Suecia es su capacidad para conjugar lo visceral con lo etéreo, lo íntimo con lo universal. Este disco es un grito contenido que se convierte en consuelo colectivo.
Letras que sanan y conectan
Hay versos que duelen como un golpe seco, y otros que te acarician como si te conocieran desde siempre. En "El amor de la clase que sea" hay de ambos. Temas como “Justo cuando el mundo apriete” o “No hemos aprendido nada” funcionan como espejos emocionales: devuelven al oyente su propia fragilidad, pero también su capacidad de resistir. Resiliencia, de la básica, pero de la que más hace falta.
Cada letra está escrita desde un lugar de verdad brutal. No hay cinismo, no hay pose, solo una necesidad urgente de comunicar. El perdón, la culpa, el desapego, la reconciliación con uno mismo… todo está ahí, latiendo. Y por eso, más que canciones, estas piezas funcionan como rituales de sanación compartida.
Superando obstáculos y críticas
El camino de Viva Suecia no ha sido sencillo. La ruptura con su antigua discográfica, las dudas internas, las expectativas externas… Todo eso podría haber acabado con una banda menos aferrada. Pero ellos decidieron hacer del caos su motor creativo. En vez de replegarse, avanzaron. En lugar de suavizar su mensaje, lo afilaron.
Y el resultado fue rotundo: llenaron el Wizink Center, ganaron el Disco de Platino, y, más importante aún, lograron que miles de personas encontraran en sus letras un salvavidas emocional. En un panorama musical cada vez más volátil, lograron lo más difícil: mantenerse fieles a sí mismos y, aun así, evolucionar.
Una declaración de principios
“El amor de la clase que sea” no es solo un álbum. Es una declaración de principios, una brújula emocional, una trinchera desde la que se canta al amor, al dolor y a la libertad. Viva Suecia ha logrado lo que pocos: hacer de lo íntimo algo colectivo, de lo particular algo generacional, y con ello, crear una mueva corriente de identificación social basada de espacios simples en donde cualquier ser humano ha estado: lo emocional.
Este disco es para quienes han amado mal, para quienes han tenido que despedirse sin querer y quienes reflexionan si lo que reciben es lo digno para lo que entregan; para quienes se reconstruyen a base de música y a quienes se les exige el progreso con un disfraz de “soltar te hará bien”, pero de momento, soltar no está ni cerca de reconfortar, desgarra.
Es una oda a todas las formas de amor: las rotas, las imperfectas, las que no caben en ninguna etiqueta, y a su vez, es un recordatorio de que, incluso en el dolor, hay belleza, agradecimiento y despedidas desesperanzadoras pero sin sabor a eternidad.
Al final, considero que Viva Suecia es precisamente eso: una banda que no hace canciones para sonar, sino para quedarse en la mente de alguien para poder ser usada “en caso de emergencia”. Y El amor de la clase que sea es su legado más poderoso hasta ahora.
El SEO de una banda joven que ya es una leyenda
La escena del rock español siempre ha sido relevante para los países de habla hispana; sin embargo, ha cobrado peculiar relevancia desde hace unos años para acá en donde gracias al sobreconsumo digital, muchos de nosotros pusimos la mirada, y los oídos, dispuestos a cruzar fronteras de toda índole con el fin de explorar lo que las paredes y la tierra nos bloqueaban.
La cercanía lingüística entre nuestro país y “la Madre patria” afinan la aceptación de grupos como Viva Suecia, lo que permite que generaciones que no los vieron nacer retomen su evolución y se apropien de la trayectoria emocional por la que han atravesado como músicos, pero más, como personas.
Ese involucramiento con lo honesto y lo que grita las quejas emocionales en una voz rasposa como la de Rafa, es lo que lame las heridas y le ofrece a quien lo consume un refugio de 40 minutos y 23 segundos que, si bien podría parecer volátil, marca.
En 11 canciones, Viva Suecia reveló razones sutiles de diversas emociones que han decidido sentenciar con frases completamente comunes: “el mal”, “el bien”, “quererme más”, “suerte”, “lo siento”, “lo harías por mí”.
La reconstrucción que este disco ofrece, habla de un calibre de artista que asume que no le debe nada a nadie y que crea y explora por el placer más simple barato de todos: permitirse sentir.
En su sitio web la agrupación asegura que el álbum acreditado como Disco de Oro en España: “es el significado de quitarse los miedos para seguir siendo fieles a esa sinceridad que ha hecho a Viva Suecia grandes frente al público”.
Entre curiosidades
- Rafa Val aprendió a tocar la guitarra de forma autodidacta. Su primera guitarra, a la que bautizó como “Gwendolyne” en honor a una canción de Julio Iglesias, fue su compañera de autodescubrimiento musical. Esa mezcla de ternura y pasión define también la personalidad de la banda.
- Han colaborado con figuras como Luz Casal y Dani Fernández, ampliando sus horizontes sonoros sin perder coherencia en su estilo, influencias y atemporalidad.
- A pesar de su éxito rotundo en ventas, reproducciones y sold out en foros de buen tamaño nacionales e internacionales, es una agrupación que sigue enfrentando obstáculos para sonar en radios comerciales, lo que pone en evidencia las tensiones entre la industria y el arte “under”.
“A veces las cosas se arreglan si asumes que nadie las puede arreglar. Solo duele porque crees que importa. No se va a curar y qué más da...”