
Para Marcos Radosh, actuar en El hilador es un viaje físico, emocional y profundamente simbólico. En esta puesta en escena, escrita y dirigida por Paula Zelaya Cervantes, da vida a un personaje tan omnipresente como intangible: la muerte. Sin rostro, sin voz y sin texto, su reto actoral se centra en la expresión corporal, el movimiento y la sutileza.
“Es un personaje muy interesante porque no tiene cara, no tiene texto, y está cubierto por un traje bastante grande que diseñó Sara Salomón”, explica Radosh. Este traje se convierte en una extensión escénica del propio misterio que rodea al personaje. “Había que encontrar otras maneras de como expresar y de cómo crear a este personaje sin tener uso de la voz ni de la expresión facial”, detalla. Para lograrlo, recurrieron a técnicas de danza, clown y un trabajo riguroso de construcción física, donde cada gesto comunica.
La muerte, en esta obra, no es el villano. Tiene momentos dulces, incluso ingenuos, y acompaña silenciosamente la narrativa central. “Creo que puede convertirse en una manera para el público de reencontrarse con la muerte desde otro lugar, a lo mejor no tan duro, no tan doloroso”, reflexiona Radosh.
El personaje fue construido de manera casi intuitiva, a partir de la imaginación colectiva entre él y Zelaya, ya que el texto original solo contenía acotaciones como “la muerte cruza” o “la muerte observa”. Así, se gestó una figura escénica que acompaña, que inquieta y que invita a mirar de frente aquello que nos incomoda: el final inevitable.
Pero el reto no fue solo conceptual. El actor destaca la exigencia física de la obra, tanto para él como para sus compañeros Ana González Bello y Evan Regueira, quienes interpretan a la pareja protagonista. La narraturgia, el movimiento constante y el montaje visual generan una experiencia escénica tan intensa como absorbente: “No, nada más es una obra donde hay una silla y el texto; visualmente estás viendo capas, cosas suceder, mucha acción”.
El impacto emocional de una historia universal
El hilador se estrenó hace siete años en el mismo Teatro Helénico donde actualmente se presenta. Sin embargo, Radosh observa una transformación significativa en la forma en que el público la recibe. “Ahora, después de la pandemia, hay muchas personas que se quedan llorando al final. El impacto es mucho más emotivo que antes”, afirma.
El contexto colectivo de pérdidas, duelos no resueltos y una nueva sensibilidad sobre la fragilidad de la vida hace que la obra resuene de forma diferente. Según el actor, la historia invita a imaginar qué podría haber más allá del final, convirtiendo el punto final de la muerte en puntos suspensivos escénicos.
Esta dimensión poética del teatro, que permite doblar la realidad, es uno de los grandes aciertos de la obra. “Queremos que nos cuenten historias, queremos escapar tantito de la realidad”, dice Radosh, consciente de que el arte no solo entretiene, sino que también refleja y transforma. “El teatro puede ser un espejo de nuestras propias emociones. A veces lo que no podemos nombrar lo vemos representado en escena”.
En este sentido, trabajar bajo la dirección de Paula Zelaya ha sido, para él, un proceso profundo y meticuloso. “Es una directora muy detallista, le encanta dar notas y siempre está ahí, acompañando cada función. No es de las que montan y se van”, comenta. Para el elenco, esta presencia ha sido fundamental: “Su sangre, sudor, su mente, su imaginación, todo está vertido en el escenario con nosotros”.
La obra ha sido bien recibida tanto en México como en Canadá, y Radosh considera que su impacto se debe a que aborda temas fundamentales como la vida, la muerte y el teatro mismo. “Son temas con los que todos nos podemos identificar sin importar el idioma, el lugar o el momento histórico”.

El teatro como espacio vivo: una conexión irremplazable
Aunque Marcos Radosh también ha trabajado en televisión y contenido digital, asegura que el teatro le ofrece algo único: la conexión directa con el público. “Ahí tienes una reacción inmediata. Lo que está pasando es completamente vivo y viene desde un lugar mucho más crudo y real”, afirma.
Esa conexión se renueva cada noche. La energía del público, el estado anímico de los actores, incluso si llueve o hay tráfico, todo influye en lo que ocurre en escena. “Estamos en ese momento vivo de conexión absoluta entre público, intérprete y lo que está pasando. Eso es muy especial”.
En lo personal, interpretar a la muerte le ha permitido enfrentar sus propios temores. “Como a muchos, la muerte me da miedo. Es algo que no sé cuándo va a llegar ni de qué manera”, confiesa. Sin embargo, habitarla desde un lugar lúdico, emotivo e incluso inocente ha transformado su relación con ella: “Me ha ayudado a abrazarla desde otro lado, a no tenerle tanto miedo porque no es algo que podamos controlar”.
Para quienes aún no han visto El hilador, el actor lanza una invitación sin juicios pero con entusiasmo: “Si crees que no es tu tipo de obra, date la oportunidad. Es como cuando vas al cine sin saber qué tal está la película, pero decides entrar. El teatro también merece ese voto de confianza”.
Radosh asegura que El hilador es una historia para todo público, un viaje emocionante, divertido y conmovedor. “Es una gran manera de empezar la semana con una sonrisa, incluso reflexionando sobre tu vida, abrazando las pérdidas”.
Además, invita al público a seguirlo en redes sociales como @MarcosRadosh, donde comparte detalles de su próximo proyecto: un monólogo que reestrenará el 9 de julio en el Foro Lucerna. “También es para todo público, y es otro viaje muy divertido y muy agridulce. Ahí los espero”.