Escenario

‘La Golondrina’: ¿Qué es lo que verdaderamente nos hace humanos?

COBERTURA. La puesta en escena dirigida por Alonso Íñiguez cerrará su exitosa temporada el 30 de julio en el Teatro Milán

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Imagen de la obra 'La Golondrina'.

Imagen de la obra 'La Golondrina'.

CORTESIA Ady Reyes

Verano de 2016. El bar Pulse en Orlando, Florida, fue lugar de uno de los peores atentados vividos en tiempos recientes. Un hombre de 29 años abrió fuego en una discoteca popular entre la comunidad gay, matando al menos a 50 personas e hiriendo a otras 53, siendo uno de los peores tiroteos múltiples registrados en la historia de los Estados Unidos. Este fatídico hecho inspiró a un dramaturgo español llamado Guillem Clua para crear una obra que ha tomado vuelo en diversas naciones: La Golondrina.

Sentando cabeza en el Teatro Milán de la Ciudad de México, la pieza dirigida por Alonso Íñiguez, disfruta de una corta temporada donde el dolor y la sanación caminan de la mano ante una dramaturgia que utiliza el sentir de la pérdida, la soledad, el rechazo, la indiferencia y el miedo a romperse en pedazos como el motor para que, a partir de las ruinas que eso deja, uno pueda armarse de nuevo encontrando consuelo y comprensión con los otros.

Amelia, interpretada por la primera actriz Margarita Sanz, es una profesora de canto que recibe a Ramón (Germán Bracco y Alejandro Puente, alternando funciones), un joven que busca mejorar su técnica para entonar una canción en el memorial de su madre. El tema: “La Golondrina”, una composición que guarda un significado muy especial para ambos. En el transcurso de una sola tarde, el pasado de ambos los alcanza, revelando que fueron marcados por un atentado terrorista de diferentes formas.

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La obra, que debutó originalmente en España en 2017, comienza con cierto aire cómico que va soltando la tensión que poco a poco se irá acumulando ante las cuestiones de ese hecho que cambió sus vidas. Desde el significado del ataque mismo, las motivaciones del asesino y sus víctimas van poco a poco armando un rompecabezas reflexivo, duro y emotivo que muestra la verdad acerca de sus identidades, así como el afrontar la pérdida y lo frágil que es el amor.

El montaje cuenta con una escenografía llamativa donde la sala de Amelia funge como el escenario para el encuentro de dos almas destinadas a saber de sí para sanar sus respectivas heridas. Usando tres muebles donde el color verde destaca, un sillón y un piano, ofrecen los elementos para que la interacción, a veces dolida, otras veces graciosa o incluso iracunda, de Amelia y Román fluya y busque consuelo entre la memoria y la música.

Clua tiene una característica particular en sus textos, pues gran parte de ellos han nacido a partir de algún hecho real. En La Golondrina destaca que todo es en tiempo real, son dos horas de un melodrama que no tiene ninguna especie de corte más que algunas pausas silenciosas que van acorde a la construcción dramática de la conversación de la que somos testigos. Gran mérito de su texto radica en los diálogos y la manera en cómo se los dicen entre Amelia y Ramón, dotándolos de un aire crudo y doloroso que no deja indiferente a nadie en el teatro.

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El gran balance entre Román y Amelia es el corazón latente de este relato. Es grato ver a los jóvenes Bracco y Puente seguir los pasos de Sanz, quien desde el vestuario, la forma de caminar, el movimiento de sus manos constantemente nerviosas hasta la expresividad de su rostro, ocasionan una empatía directa. Ellos no se quedan atrás pues son los detonantes de ciertos puntos de inflexión en los que la plática se torna en una discusión que encuentra después paso hacia el concilio de dos almas que no han sabido superar la pérdida.

A través de un adecuado equilibrio que permite que ambos expresen todo lo que sienten y se lleguen a encarar por ello, La Golondrina crea la evasión al enfrentamiento dentro de la propia sala de estar, interponiendo la necesidad por aclarar los hechos, abrirse a lo que sienten y enfrentar los estragos que un hecho fatídico provocó en dos almas aparentemente contrarias pero con mucho en común. Destaca la dirección de Alonso Iñiguez, que logra un ritmo a través de los giros dramáticos de la dramaturgia que mantienen atenta a la audiencia y nunca caer en algo pesado sino dinámico, a veces acelerado y que libera las peores tensiones con cierta comedia que no desentona en el relato.

Aunque la traducción cuenta con ciertos cambios para tropicalizar el texto, esto ayuda que el público en este país pueda conectar desde el primer momento, dejando después todo en manos de Sanz y su aparentemente simplona profesora, que pasa de lo vulnerable a lo fuerte en segundos sin dejar de poner atención a su ‘alumno’. Por otra parte, Bracco y Puente muestran una postura firme en sus ideales y una gran sensibilidad, creando momentos conmovedores al lado de Sanz mientras el piano y la sala se convierten en pequeños personajes importantes para el gran drama de vida que absorbe a todos hasta su final.

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Imagen de la puesta en escena

La Golondrina es un gran acierto por parte de BH5 Producciones y Óscar Uriel, quienes muestran a través de la visión de Iñiguez y las palabras de Clua la dura realidad de un mundo cruel en el que no queda más que enfrentar los miedos mientras la pregunta se cierne para todos en el público: ¿Qué es lo que verdaderamente nos hace humanos? Para unos, es el amor, para otros es la sensibilidad al dolor. Dos opuestos que se atraen, se complementan y son la clave para encontrar la paz suficiente para volver a levantarnos y seguir adelante y poder así cantar hasta la última palabra de una sentida canción.

La obra cerrará temporada el 30 de julio.