Cronomicón

Rulfo, nuestro "Gallo de oro"

Cumplirías 100 años Juan Rulfo; hubieras cumplido un centenario de vida, casi nada, si continuaras por aquí.

¿Qué dirías de nosotros? Quizá no te importaría; estarías ocupado con tus fantasmas, tus amores juveniles, precoces y malditos; olerías las gardenias, la caña seca en el campo y escucharías, por la noche, a las ranas croar en el pantano; a los muertos, los tuyos y de nadie más; galopar por los campos y huizacheras llenas de ceniza por la quema de la cosecha, la guerra y los bandidos.

Incluso muerto nos fascinas Rulfo. Será por la época; no, debe ser otra “cuestión” porque, en este tiempo, donde nada nos sorprende, no hay quien no sepa tu nombre, quien no se haya asustado o enamorado con “Pedro Páramo” (1955). No hay quien no sepa que eres dueño y señor de “El llano en llamas” (1953). Lástima, pocos saben de tu última novela breve “El gallo de oro” (1958). La publicaste en 1980; no te hagas, te moriste y ni nos avisaste, no nos dijeron nada, cabrón. Hasta el 2010 nos enteramos que habían sacado la edición definitiva.

¿A poco creíste que nos íbamos a olvidar de ella? Esa historia romántica sobre un pregonero pobrecito y tullido del pueblo San Miguel del Milagro; al tal Pinzón (así le pusiste) se le muere la madre mientras él cuidaba un gallo de pelea moribundo que le regalaron. El animal se recupera y se vuelve “di oro”, porque saca de la pobreza al Pinzón.

Sí. No te hagas, Rulfo, es tuya; ¿qué no recuerdas la historia? Deja te refresco la memoria. El gallo y el dueño se van a los palenques y ganan harta lana, dinero. Lo pone a pelear con los mejores y se vuelve famoso, Rulfo, ¿ya te acuerdas? En las andanzas, de pueblo en pueblo, el gallero se enamora de “La Caponera”, Bernarda Cutiño, cantante de feria; con el tiempo se volverá su mujer y talismán de buena suerte. Con la unión de ambos, sellarán un destino trágico.

Cuando terminé de leer la historia me pregunté: “¿A quién le dedicabas el libro, Rulfo? ¿Era para ti? ¿A la madre, al padre, ambos?”. No es más que un reflejo de la vida que te tocó. Perdiste a tus padres a temprana edad. En la casa donde vivías tenías la colección de libros de un cura; dicen que empezaste a leer y de ahí te nació eso de escribir. El talento te hizo salir de la pobreza.

Nunca estuviste en un lugar. Viajabas de Guadalajara a México y, cuando una puerta se cerraba, recuerda la que te cerraron en la Universidad Nacional porque no acreditaste las materias, tú abrías un agujero para ver al otro lado y poco a poco ibas escarbando, hacías un boquete y te colabas. El final de tu vida no fue tan trágico, no se parece a la de Pinzón en la novela; te dedicaste a lo tuyo, a estudiar, escribir y enseñar.

Eras, eres (porque, aunque muerto, olvidado no estás) enigmático. Te gustaba la historia, antropología y geografía; conocías a la gente mejor que nadie y escribiste historias que, a pesar de desarrollarse en un tiempo definido y brumoso, traspasan las décadas y el espacio mismo por los sentimientos universales que plasmaste.

Sin embargo, no eras sólo un escritor, también eras fotógrafo. Me contaron que a finales de la década de 1930 te iniciaste como fotógrafo y escritor. Publicaste tus primeros cuentos en 1945 en revistas y periódicos, las fotografías en 1940 en la revista América.

Tus imágenes eran un reflejo del mundo, tenían la firma del artista; un producto del presente que habitabas y deseabas dejar marcado en el blanco y negro; sombrío, sobrio, vivo y muerto, para la posteridad.

Cuando me enteré de ello, pensé: “¿Qué pasó con esa tradición? ¿Dónde está la sección en el periódico donde uno mandaba cuentos, poemas, historias, ficciones?”. Los diarios, los periódicos eran, y son, un montón de historias reales y ficticias ¿Por qué no vuelve la época donde cualquiera podía contar una historia? Era el semillero de las futuras promesas de la literatura.

Poe, Lovecraft, Conan Doyle, H. G. Wells y otros, muchos otros, escribieron en periódicos y, en su momento, el mundo no dio una moneda de tres pesos por ellos; el tiempo y el talento imperecedero se encargó de darles su lugar en la literatura. Hoy es diferente; tal vez soy un old fashion. “Los periódicos impresos están en auge”, dicen unos; “el modelo, el medio es el mensaje, es diferente”, gritaron otros; todo y nada es por Internet. La gente ya no sabe lo que prefiere. Parece místico, pero es metafísico, Juan.

Sabías qué inspiraste a harto escritor; un montón de borrachos y malditos te alababan: Günter Grass, Susan Sontang, Elias Canetti, Carlos Fuentes, García Márquez, Gao Xingjian, Kenzaburo Oe, Enrique Villa Matas, Mario Benedetti… también (muerto) taloneas por Alemania, Noruega Argentina, China y otros países. Cada año te recordamos. Cada año, inicio de semestre, de semana, fin de semana; un niño, joven, adulto, mujer, literata, ingeniera, psicóloga, abre una de tus obras y se deja, se dejan, llevar en una barca; por aguas mansas navegan al territorio escondido en lo profundo del dolor e irredimible pasión del pasado de México. Hasta “ruta cultural” te hicimos; se pone buena, Juan, ojalá pudieras ir.

No puedes. Eras nuestro gallo de oro, Rulfo. Han pasado 100 años; te fuiste hace 31 años (un 7 de enero de 1986) y no puedo evitar pensar “nos haces falta”. Ya sé, debemos dejar descansar los viejos huesos, a los muertos y los recuerdos; “ya déjalo, llorón”, susurran y menean la cabeza. No obstante, te hubieras quedado un rato más a esta ingrata y efímera fiesta que es la vida; a una última ronda, pelea; nos faltó una novela, un cuento, un último ensayo, un round, de despedida.

Japr02@hotmail.com

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