El cuerpo humano está profundamente interconectado, y una de las relaciones más relevantes es la que existe entre las emociones y la alimentación.

La comida no solo cumple una función nutricional, también desempeña un papel esencial en la regulación emocional. Cuando nos sentimos tristes, ansiosos y/o preocupados, el apetito suele alterarse: en ocasiones disminuye y en otras aumenta, dejando de lado el valor nutricional al elegir los alimentos. Esta relación está vinculada con la producción de neurotransmisores como la serotonina y la dopamina, cuya deficiencia se asocia con cambios de humor, irritabilidad, tristeza, problemas de sueño, falta de energía y motivación. A su vez, estas carencias pueden abrir la puerta a otros problemas como alteraciones de la microbiota intestinal o inactividad física. Por ello, es fundamental asegurar un buen aporte de vitaminas, minerales y ácidos grasos omega 3 y 6.
En el caso de México, la alimentación emocional se relaciona fuertemente con la cultura y la familia. Las reuniones y celebraciones giran en torno a alimentos tradicionales como el maíz, el frijol y el chile, que forman parte de la rica gastronomía nacional. Sin embargo, algunas prácticas culinarias, como reutilizar aceite para freír, no son del todo saludables. Bajo situaciones de estrés, las personas suelen optar por lo que esté más disponible en el hogar, recurriendo con frecuencia a productos procesados o ricos en azúcar o alimentos altos en grasas.
También es importante considerar los patrones de alimentación en etapas específicas como la menopausia y la andropausia. Durante estas fases, los cambios fisiológicos influyen en el estado emocional. Por lo tanto una dieta adecuada puede contribuir a mejorar el ánimo al incluir frutas y verduras ricas en antioxidantes, alimentos con fibra, calcio y vitamina D, así como probióticos y prebióticos para mantener la salud intestinal. Igualmente, se recomienda preferir carbohidratos de bajo índice glucémico y complementar con actividad física y descanso suficiente.

Las emociones a menudo influyen en el apetito, por lo que conviene preguntarse si comemos por hambre real o por hambre emocional. Esta última se manifiesta como una necesidad repentina acompañada de antojos específicos por alimentos grasos, salados, azucarados, crujientes o picantes. El resultado puede ser un consumo excesivo seguido de culpa.
El abuso de alimentos procesados, altos en azúcares, harinas refinadas y grasas saturadas no solo afecta al estado de ánimo, también incrementa el riesgo de obesidad y desencadena alteraciones metabólicas. Estas incluyen trastornos en el metabolismo de la energía que pueden derivar en enfermedades como diabetes mellitus, dislipidemias, hipertensión arterial y obesidad, deteriorando la calidad de vida a largo plazo.
En contraste, ciertos alimentos estimulan la producción de serotonina y dopamina, mejorando el bienestar emocional. Entre ellos se encuentran las legumbres, frutos rojos, nueces, avena, aguacate, semillas de chía, girasol y calabaza, plátano, manzana, cacao o chocolate con más del 85% de pureza, así como el té verde.

La psiquiatría nutricional es la disciplina que estudia la relación entre la nutrición y la salud mental. El cerebro necesita nutrientes para funcionar correctamente, y una dieta adecuada no solo impacta en el estado de ánimo, sino también en la capacidad de procesar información. En este sentido, las elecciones alimenticias que hacemos día a día son la clave para sentirnos y vernos mejor.