Todos hemos pasado por esa etapa: ser estudiantes, profesionistas o trabajadores que viven corriendo contra el reloj. Desde el niño que cursa primaria hasta el universitario de posgrado o el típico “godín” que entra antes del amanecer, todos hemos dicho alguna vez: “No me da tiempo”.
Entre despertarse temprano, trasladarse y cumplir con las tareas diarias, solemos olvidar algo esencial: el combustible del cuerpo y la mente, la alimentación.
¿Cuántos prefieren dormir diez minutos más antes que preparar el desayuno? ¿Cuántos salen de casa con solo un café? Las consecuencias de esos pequeños hábitos recaen, sobre todo, en los estudiantes.
El cerebro también tiene hambre
El cuerpo humano cuenta con miles de conexiones neuronales que permiten aprender, procesar y retener información. Pero ese proceso exige energía y micronutrientes clave como vitaminas y minerales.
El omega 3, presente en pescados, chía y nueces, favorece la memoria; el hierro y la vitamina B12 ayudan a prevenir la fatiga mental; el magnesio y el zinc colaboran en el manejo del estrés y la calidad del sueño.
El cerebro, órgano maestro del cuerpo, consume cerca del 20% de la energía total incluso en reposo. Por ello, necesita una fuente constante de glucosa proveniente de carbohidratos complejos: avena, frutas, legumbres y cereales como el arroz, el pan o la tortilla. Saltarse el desayuno, por tanto, reduce la concentración y afecta directamente el rendimiento académico.

La rutina como aliada del rendimiento
El desempeño no depende solo de estudiar más, sino de mantener una rutina equilibrada. Algunos hábitos básicos pueden marcar la diferencia:
• Descanso adecuado. Dormir entre 6 y 8 horas al día permite la regeneración metabólica, neurológica e inmunológica.
• Hidratación suficiente. Beber de 2 a 3 litros de agua diarios ayuda a mantener la temperatura corporal y previene enfermedades crónicas.
• Movimiento diario. No todos pueden ir al gimnasio, pero caminar, subir escaleras o simplemente levantarse del asiento cada hora mejora la circulación y el estado de ánimo.
Cuando la deshidratación o el cansancio se acumulan, el cuerpo lo resiente y el cerebro también. Mantenerse activo y bien alimentado es una inversión en energía y concentración.
Comer bien no es complicado.
Planificar la alimentación no tiene por qué ser un tormento.
Preparar snacks sencillos como yogurt con fruta, avena o huevo puede evitar los atracones y los ayunos prolongados. Una planificación semanal simple (cocinar una noche antes o porciones en volumen) ayuda a comer mejor sin perder tiempo.
La organización es un desafío, sobre todo para los jóvenes, pero los beneficios son tangibles: más energía, mejor humor y menor riesgo de enfermedades.
Alimentar el conocimiento
Comer bien no es un lujo ni una moda; es una herramienta para aprender, rendir y pensar mejor. Evitemos los extremos dietéticos y redescubramos el placer de cocinar y nutrirnos con conciencia.
Porque el conocimiento también tiene hambre, y el cerebro nuestro motor de vida necesita alimento para seguir aprendiendo.