
Diecinueve pequeños del Colegio Enrique Rébsamen murieron el 19 de septiembre del 2017 tras un sismo magnitud 7.1, mismo día en el que se cumplieron 32 años del terremoto de 1985. Además de las y los niños, también fallecieron 7 adultos.
Han pasado 8 años y la tragedia aún mantiene un hueco irreparable en el día a día de quienes perdieron a un hijo esa mañana. Como cada año, algunas de las familias se reunieron en el Memorial dedicado a las víctimas del colegio, entregado en 2023, sus rostros revelan la tristeza que abunda en su corazón. De los 26 pilares de mármol que tiene el memorial, sólo en cuatro había coronas de flores.
Con la mirada perdida hacia el suelo y los hombros caídos, Alejandro, padre de la pequeña Paola Mireya —que en ese entonces tenía siete años— , escuchaba el sermón del cura, aunque su mente quizá estaba enfocada en su hija. Parado frente a la mesa donde se oficiaba la misa, con él, estaban su esposa Mireya, el papá de Raúl Alexis y la mamá de José Eduardo, eran pasadas las diez de la mañana y el sol ya les pegaba en el rostro.
El cura daba un mensaje sobre la paz, la armonía y también la resignación que deben aceptar quienes tienen un vacío por una persona que ya no está, una persona que terminó su misión en la tierra; de repente algunos asentaban con la cabeza. El cura concluyó la misa compartiendo la comunión con los padres de los finados, quienes se abrazaron unos a otros, y paseó por los pilares del memorial regando agua bendita con una rosa blanca.
“La corrupción mató a nuestros hijos… los funcionarios tuvieron demasiada culpa”, es la frase que destaca en la voz de uno de los padres, lo que deja ver que el duelo persiste pese al avance en la justicia, pues ya se concretaron algunas sentencias y castigos.
Alejandro se separa del grupo y con la voz entre cortada y silencios tristes cuenta que Paola cumpliría quince años este 2025, era una niña muy amada por su familia, además, compañera de su hermano mayor que actualmente tiene 17 años. También era muy querida por sus profesores, una de sus maestras en total sigilo dejó rosas blancas esta mañana frente a la columna que lleva su nombre, así lo hace cada año.

A pesar de su corta edad, Paola se caracterizaba por su madurez, ya sabía que quería ser doctora, como su mamá. Algo que sorprendió a Alejandro fue que un una ocasión la niña estaba tan cansada que no pudo hacer la tarea, y él decidió ayudarla, pero Paola reveló la verdad a su maestra cuando le pusieron un ocho y no diez, no podía aceptar una calificación menor para una tarea hecha por su padre.
También era detallista y admiraba a su hermano, que le llevaba dos años, se las ingeniaba para sacar dinero de la alcancía familiar y comprarle golosinas, danoninos o yakults; Alejandro siempre supo de dónde y cómo obtenía el dinero.
Además del vació que dejó la muerte de su hija, hay otra herida en su ser, las ofensas de funcionarios que sin escrúpulos, en su momento, dijeron que los niños podían ser alcohólicos o drogadictos; incluso, se atrevieron a hacer comentarios sin sentido, como que el memorial costó mucho dinero (más de 22 millones de pesos), lo que no se compara con una perdida humana, la respuesta de Alejandro siempre fue: “te regresó tu dinero y regrésame a mi hija”.
