Metrópoli

El pipazo en Iztapalapa golpeó a comunidades estudiantiles de una Voca IPN y de la universidad Rosario Castellanos; murieron chicos que trataban de forjarse un destino fuera de la marginación que marca al oriente de la zona metropolitana

“Los soltamos para que consigan sus metas, aunque nos quedeamos con el alma en un hilo cuando salen”

Ese día, como cualquier otro, Alí Yael González Aranda, estudiante de la Vocacional 7 del Instituto Politécnico Nacional (IPN), salió de clases rumbo a su hogar en Chimalhuacán. Subió al microbús con la rutina de siempre, sin imaginar que un estallido interrumpiría su vida y la de otros pasajeros. Alí, con apenas 17 años, se convirtió en la víctima número 29 del pipazo en el Puente de la Concordia; sus padres tuvieron que recorrer muchos hospitales hasta encontrarlo. En redes sociales lo habían visto en video, con el rostro quemado.

Jóvenes que resultaron muertos en el pipazo, como Alí, eran estudiantes de esa voca y otros de la Universidad de la 4T, la Rosario Castellanos. Pretendían convertirse en ingenieros, bibliotecarios, entre otras carreras. Maryan, una madre que colgó un mensaje junto al obituario virtual, en Instagram, dedicado a la memoria de Juan Carlos Sánchez, otro joven del CECyT 7 muerto en el mismo accidente, resume bien lo que en esta parte de la ciudad ha expuesto el brutal accidente: “Tan difícil soltarlos para que consigan sus metas; como mamás nos quedamos con el alma en un hilo cada que salen de casa. Abrazo a la familia de este jovencito”.

Quizá en el pasado los jóvenes del oriente de la ciudad podían salir a calles con menos delincuencia, pero ahora los jóvenes portan en muchas ocasiones celulares falsos, carcazas muertas que entregan en los asaltos que pueden ocurrir en el transporte público; el transporte público concesionado es, en sí mismo, un riesgo de accidente.

Y lo que se cortó, en el caso de Juan Carlos, es una vida imaginada por fuera del mundo de carencias educativas que son la constante en el oriente citadino: de acuerdo con su plan de estudios, el día del accidente dicho jovencito habría tenido que afrontar clases de física, química y cálculo durante la mañana, apenas unas horas antes de morir. Es eso a lo que se refirió Maryan a modo de obituario.

Eduardo Noé García Morales, otra víctima fatal, impartía clases en la Escuela Preparatoria Oficial 327, ubicada en la cima del cerro de las Lomas de San Sebastián. Sus estudiantes acudieron a las puertas de la escuela, donde colocaron un moño negro acompañado de flores y veladoras que se encontraban una al lado de otra, al pie del zaguán.

En redes sociales muchos de sus estudiantes compartieron imágenes con el profesor Eduardo, incluso videos, a los que añadieron mensajes como “descanse en paz profe, todos sus alumnos lo recordamos con todo el amor y cariño que usted nos dio en cada clase”; “fue el mejor maestro que me pudo haber tocado siempre apasionado a su trabajo y amando su profesión un gran ejemplo a seguir y agradezco el haber podido ser su alumna vuela alto”.

Misael Cano Rodríguez, un trabajador de limpieza de la alcaldía Iztapalapa, viajaba con familia que, también muestra las realidades de la zona: su hija Tiffany Odette, de 17 años, ya es mamá de un niño, Isaí, de un año. Los tres viajaban a hacer compras cuando las llamas alcanzaron su auto fue alcanzado por las llamas. Se sabe que Misael cubrió con su cuerpo a su hija y nieta. Dio la vida por su descendencia: En las imágenes difundidas en redes sociales se logra observar que Tiffany tenía quemaduras en piernas y brazos, pero el bebé salió prácticamente ileso.

Daños tras la explosión de una pipa de gas en el bajo puente de Puente de la Concordia y Calzada Zaragoza que dejó como saldo más de noventa personas lesionadas y decenas de autos
La empresa de Gas asumirá sus responsabilidades legales tras la tragedia. Daños tras la explosión de una pipa de gas en el bajo puente de Puente de la Concordia y Calzada Zaragoza que dejó como saldo más de noventa personas lesionadas y decenas de autos (Cuartoscuro)

Para la mayor parte de las víctimas, estas historias tienen connotaciones semejantes: mucha lucha para salir adelante, afrontar condiciones que en el centro de la urbe no se viven y, para muchos, terminar su vida en un accidente que es más probable en esos territorios que en otros menos desfavorecidos en cuanto a condiciones sociales y económicas.

Municipios como Chimalhuacán, Ecatepec, Nezahualcóyotl o Ixtapaluca no aparecen en las notas de reportes de las víctimas. Iztapalapa fue el área del siniestro, pero las vidas quebradas están ligadas a demarcaciones como aquellas. Miles de jóvenes y trabajadores deben levantarse dos o tres horas antes del amanecer para recorrer decenas de kilómetros rumbo a sus escuelas pasando por Iztapalapa. El sacrificio diario tiene que ver con la posibilidad de que, en el futuro, su vida sea de menores carencias.

El 10 de septiembre marcó un antes y un después para muchas familias. La explosión de una pipa de gas en el puente de la Concordia, Iztapalapa, dejó un saldo devastador hasta el momento, 29 personas que han fallecido, una tragedia que se plasmó en una zona oriente citadina en la que llagas, mucho más antiguas, ya estaban abiertas desde antes.

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