
En una mañana cualquiera, el bullicio comienza desde las primeras horas. El motor de los taxis, el claxon de los camiones, los motores de motocicletas, los altavoces de los vendedores ambulantes... para muchos capitalinos, ese “ruido de fondo” nunca se apaga. En realidad, esa sinfonía urbana puede alcanzar niveles de 85 decibeles, 20% por encima del máximo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), según datos difundidos en un foro reciente del Congreso de la Ciudad de México.
La Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT) ha recibido cientos de denuncias por ruido. Entre enero y agosto de 2025, por ejemplo, se reportaron 859 quejas, especialmente en las alcaldías de Cuauhtémoc, Benito Juárez, Miguel Hidalgo y Coyoacán.
Algunos de los principales motivos son camiones de carga, transporte público y motocicletas con escapes alterados, las cuales generan ruido excesivo, superando los 95 decibeles.
Además, barrios como Polanco se van transformando por la música de restaurantes y antros que se escapa al exterior, alterando lo que para algunos era vida cotidiana y para otros, un problema de salud.
Ruido como enfermedad
El ruido no es solo una molestia, puede enfermar. Según la UNAM, la contaminación acústica es la segunda causa de enfermedad de origen ambiental, solo después de la contaminación del aire.
No solo provoca pérdida auditiva; también acelera el pulso, aumenta la presión arterial, genera fatiga, ansiedad, problemas de concentración y trastornos de sueño.
Además, la Secretaría del Centro Histórico alerta que muchos establecimientos ignoran los límites legales: por la normativa NADF-005-AMBT-2013, los decibeles permitidos van de 65 dB durante el día a 62 dB por la noche.
Pero en la práctica, esa regulación muchas veces no se cumple, y los residentes pagan las consecuencias.
Investigaciones académicas también confirman que la exposición prolongada resta rendimiento escolar y laboral, daña la memoria y la capacidad de atención.
“Es como si el asfalto respirara de día y de noche”, dice doña Mary, quien vive en la Calzada de Tlalpan, una de las vialidades más transitadas de la ciudad. Según ella, los camiones, motocicletas y transporte público resuenan constantemente en su casa y sus momentos de descanso se vuelven una pelea por comerzar a relajarse.
“Me he acostumbrado, pero no por gusto. Desde que compré tapones para dormir, al menos descanso un poco. Antes despertaba con el oído retumbando”, relata. Asegura que ha intentado denunciar el ruido a través de aplicaciones de la alcaldía y la PAOT, pero no ha sentido una intervención real. “A veces dudo que alguien venga, y cuando lo hace, es muy lento el proceso”.
Su desesperación expone una experiencia compartida por muchos: la resignación. En un estudio de la Universidad Iberoamericana, la investigadora Jimena de Gortari Ludlow subraya que los habitantes de la CDMX están expuestos a fuentes de ruido como tránsito terrestre, aéreo, antros, restaurantes y talleres, pero hay poca regulación efectiva.
El costo invisible del sonido
Para el Dr. Césareo Estrada Rodríguez, académico de la UNAM especializado en psicología ambiental, el ruido urbano es un asesino silencioso. Explica que “no solo daña el oído, sino que altera el sistema nervioso autónomo: hay efectos circulatorios, problemas de sueño, estrés crónico y hasta enfermedades cardiovasculares”.
Además, añade que el impacto psicológico no debe subestimarse: irritabilidad, falta de concentración, depresión y ansiedad son frecuentes entre quienes viven en zonas con alto nivel de ruido. A largo plazo, esto tiene un costo social: menor productividad, más gasto en salud y una calidad de vida deteriorada.
Desde una perspectiva ecológica, el ruido también afecta a la biodiversidad. El estudio en parques de la CDMX “Influencia del tamaño de los parques y la contaminación acústica en la riqueza de especies de aves en espacios verdes urbanos” encontró que el sonido urbano cambia la composición de las aves: las especies más sensibles al ruido desaparecen, dejando solo las más resistentes.
Hacia una ciudad más silenciosa
Ante esta realidad, el Congreso de la Ciudad de México ha pedido a la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) establecer regulaciones más claras, como mapas de ruido para definir límites máximos y zonas de especial protección —por ejemplo, alrededor de escuelas, hospitales y vecindades.
Además, hay preocupación legislativa: en el foro “Ruido en la ciudad, efectos y soluciones”, se propuso una ley más útil para equipar a las autoridades con herramientas de supervisión, sanción y prevención.
La norma actual (NADF-005-AMBT-2013) contempla sanciones por exceso de decibeles, pero falta aplicación efectiva.
En algunos casos, la Ley de Cultura Cívica sanciona con multas de hasta 3,379 pesos o arresto por causar ruido notorio.
Al respecto, la investigación de la Ibero apuesta por una cultura acústica más fuerte: no solo medición, sino educación ciudadana.
“Queremos que la gente entienda que el ruido es tan contaminante como el aire sucio”, dice De Gortari Ludlow.
Movilidad ágil e impacto creciente
El crecimiento acelerado del parque de motocicletas en la Ciudad de México también es un factor. En los últimos años, la cantidad de motos circulando por la capital se ha duplicado, impulsada por plataformas de reparto, traslados más económicos y la posibilidad de moverse más rápido en una ciudad saturada. No obstante, ese aumento ha venido acompañado de un fenómeno estrechamente observado por vecinos, autoridades y especialistas: el incremento del ruido generado por motores alterados, escapes modificados y aceleraciones bruscas.
El problema no radica únicamente en la presencia de motociclistas, sino en una práctica extendida: la modificación del sistema de escape para incrementar el sonido o liberar el flujo del motor. En zonas como Calzada de Tlalpan, Eje Central, Viaducto, Insurgentes o Circuito Interior, es frecuente escuchar motores que superan fácilmente los 90 o 100 decibeles cuando aceleran entre tráfico o en la madrugada. En términos de salud pública, esos niveles son suficientes para provocar estrés, taquicardia y alteraciones del sueño en quienes viven cerca de avenidas principales.
Especialistas en movilidad explican que muchos motociclistas recurren a escapes “libres” o sistemas deportivos por dos razones: lograr un mejor desempeño y aumentar su visibilidad sonora. Algunos argumentan que un mayor ruido reduce el riesgo de accidentes, bajo la lógica de “si me escuchan, no me chocan”. Sin embargo, organizaciones de seguridad vial han señalado que esta percepción es incompleta y, en ocasiones, incorrecta: la mayoría de los automovilistas no escuchan un motor ruidoso hasta que la motocicleta ya está demasiado cerca, por lo que el ruido otorga una falsa sensación de seguridad.
Por otro lado, para los vecinos, el ruido de las motocicletas se ha convertido en una molestia cotidiana difícil de denunciar. La movilidad constante, la dificultad para identificar a un vehículo en movimiento y la falta de operativos regulares de verificación impiden sancionar estas conductas. Aunque los reglamentos de tránsito contemplan multas para quienes modifiquen el escape, su aplicación es esporádica y depende en buena medida de operativos específicos.
Resignación y lucha
La contaminación auditiva en la CDMX es tan omnipresente que muchas personas se resignan a vivir con ella. Un estudio cualitativo sobre grupos de enfoque identificó justamente ese fenómeno: los residentes conocen sus efectos, pero creen que no hay alternativa.
Otros no se quedan de brazos cruzados. Denuncias ante la PAOT, denuncias vecinales, uso de tapones para dormir, recién cambio de ventanas o aislamiento acústico en viviendas. Algunos buscan soluciones individuales, pero exigen una respuesta colectiva.
María, desde Calzada de Tlalpan, pide “no un silencio absoluto, solo poder descansar sin pensar que se me va a subir el pulso por un motor que acelera en la madrugada”.
Como lo advierte el Dr. Estrada, el ruido no es solo un problema de volumen: es una ofensiva contra nuestra salud. Para enfrentarla, no basta con quejarse. Se necesita acción institucional, regulación, seguimiento y una ciudadanía que reconozca que el silencio también es un derecho.
En la Ciudad de México vivimos inmersos en una banda sonora que pocos denuncian, pero muchos sufren. La contaminación acústica no es un capricho urbano, es un fenómeno que tiene consecuencias reales para la salud, el bienestar y hasta la biodiversidad. Regularlo no es una acción urbana, y es una medida de justicia para quienes soportan el ruido día y noche.