
Hace dos décadas Japón batió un récord doloroso: 2003 fue el año con más suicidios desde que hay registros, con 34,427 personas que se quitaron la vida.
Del ranking de países con la tasa de suicidios más alta del mundo en 2003, nueve fueron del recién colapsado bloque soviético, mientras que sólo un país, Japón, se coló en la lista de los diez primeros, pese a ser la tercera economía del mundo y una de las naciones más desarrolladas.
Con una tasa de 25.2 suicidios por cada 100,000 habitantes, Japón era en 2003 el cuarto país con más suicidios por cada 100,000, sólo por detrás de Lituania (38.6), Bielorrusia (37.7) y Rusia (35.5), golpeados duramente por la depresión económica de la era post-soviética y el alcoholismo. Por su parte, Corea del Sur se situaba en el puesto 13 (19.1), aunque lejos de México, que con 4.4 casos por cada 100,000 habitantes estaba muy por debajo de la media mundial, que era entonces de 10.66, según la OMS.
Tan sólo 22 años después, se invirtieron los papeles de forma dramática en los dos países del extremo oriente asiático.
En 2024, Japón pasó de 25.2 a 16.4 casos por cada 100,000 habitantes (20,268 suicidios), una disminución de 7.2% respecto a 2023 (1,569 casos menos); mientras que Corea del Sur subió de 19.1 a 27.5 (14,439), un aumento de 10.1%, convirtiéndose en la segunda más alta del mundo (sólo superada por Lesoto).
Pero, ¿qué ha pasado para que dos países afines culturalmente y con niveles de progreso parecidos hayan invertido tan radicalmente los datos de esta tragedia?
La cultura K-Pop muere de éxito
El caso surcoreano está intrínsecamente relacionado con el fenómeno global K-Pop y a una fallida estrategia gubernamental, más preocupada en difundir por todo el mundo la nueva cultura coreana, que en prevenir una tragedia silenciosa, que se cebó primero con los ancianos, muchos desamparados por el Estado, y acabó permeando hasta los adolescentes en un número alarmante.
De hecho, todos los focos rojos se encendieron cuando la ola de suicidios alcanzó a estrellas del K-Pop, como los cantantes Wheesung (43 años), Park Boram (30), Jonghyun (27) o la actriz Kim Sae-ron (24). Todos ellos se quitaron la vida en plena cresta del éxito siguiendo un patrón casi idéntico: competitividad extenuante (los aspirantes a ídolos e incluso cuando ya lo son pasan años en programas de formación intensiva, con horarios agotadores, restricciones alimenticias y vigilancia constante), imagen hiperexpuesta (apariencia impecable, conducta irreprochable), acoso en línea (cualquier falla puede hacer caer al ídolo del pedestal y convertirse en blanco del acoso y mensajes de odio) y cultura del silencio (la falta de madurez de muchas estas celebridades hace que sigan ocultando sus emociones por miedo a represalias y a la pérdida de popularidad) .
Existe, además, un efecto contagio que convierte el fenómeno K-Pop en un arma de doble filo.
El peligroso “síndrome Werther”
El suicidio de estos ídolos surcoreanos, acompañado del bombardeo mediático sobre la tragedia, en vez de ser aprovechado por el gobierno para lanzar una campaña de concientización sobre lo absurdo de quitarse la vida al menor contratiempo, fue exprimido en las redes con una profusión de fotografías de las víctimas en la plenitud de su belleza juvenil, causado una espacie de idealización romántica del sufrimiento y el suicidio conocido como el “síndrome Werther”.
Wherther era el protagonista de la novela de Goethe que se suicida por un amor no correspondido. Tras su publicación, se reportaron múltiples suicidios entre jóvenes que imitaban el acto, lo que llevó durante un tiempo a la prohibición del libro en países como Alemania, Italia y Dinamarca.
Por tanto, el efecto o síndrome Werther describe cómo la exposición pública al suicidio de una persona —especialmente si es famosa o admirada— puede desencadenar una ola de suicidios imitativos entre personas vulnerables. Y ningún país en el mundo acumula tantos casos de celebridades que se han suicidado como Corea del Sur.
¿En qué ha fallado el gobierno surcoreano?
Las autoridades de Seúl fallaron al negarse a tratar la crisis con un plan integral para toda la nación, con un presupuesto y una campaña de prevención acorde con el tamaño de la problemática. Por el contrario, dejó el caso en manos de los gobiernos locales y no supo corregir a tiempo, mediante nuevos reglamentos, uno de ellos básico: perseguir judicialmente la apología del suicidio en las redes sociales.
De hecho, el último caso mediático, el de la muerte en diciembre de 2023 del actor de la “Parásitos”, Lee Sun-kyun, quien enfrentaba una investigación por drogas, volvió a ser tratado por la prensa sensacionalista con grandes titulares y algunos casos de forma glamorosa, generando en las semanas y meses posteriores una ola de suicidios entre hombres de mediana edad, según los expertos, que alertan que el método surcoreano antisuicidio es un fracaso.
En el caso japonés sucedió justo lo contrario-
El papel protagonista del papel higiénico
En 2010, el gobierno japonés presentó una campaña integral para abatir la epidemia de suicidios en la que invirtió 12.4 mil millones de yenes (133 millones de dólares) que incluyó programas de asesoría pública para personas con deudas, depresión o problemas familiares; asistencia 24/7 por teléfono, redes sociales y mensajería; servicios de salud mental en escuelas, empresas y hospitales; barreras físicas y sensores de movimiento humanos en puntos calientes “como andenes en estaciones de tren y puentes; y finalmente, la persecución legal a los centros que impongan “karoshi” (horas abusivas de trabajo) o hagan apología del “harakiri” o “seppuku” (literalmente, cortarse el vientre).
Asimismo, el gobierno nipón animó a los gobiernos locales y centros educativos a participar de forma activa. De una de estas, surgió una iniciativa que demostró su eficacia.
A finales de 2022, varias universidades decidieron poner en marcha a finales de 2022 una iniciativa original para prevenir el suicidio en los jóvenes: imprimir mensajes tranquilizadores en el papel higiénico.
“Estimado, que pasas días difíciles y pretendes que todo va bien… No es necesario que nos lo expliques todo... pero ¿por qué no un poquito?”, se puede leer en letras azules sobre estos rollos blancos”.
Además de este tipo de mensajes, escritos por un especialista en salud mental y que aparecen junto a números de teléfono de prevención al suicidio, también se imprimieron en el papel higiénico imágenes relajantes con gatos. “Se está solo en los baños y sentimos que en esos momentos algunas ideas angustiantes pueden venir a la mente”, explicó Kenichi Miyazawa, uno de los promotores.
Desde el pico dramático en 2003, cuando se registraron más de 34,000 suicidios, la cifra cayó en 2024 a 20,268, una caída de 1,569 respecto a 2023, y la segunda cifra más baja desde que se lleva registro.
Aunque se trata de una medida extravagante, el papel higiénico con mensajes aportó su granito de arena en toda esta batería de medidas para que unos diez mil japoneses decidieran en 2024 que merece la pena seguir viviendo (con información de Nippon.com y DW).