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Rusia tiene una guerra mucho más grave que la de Ucrania… y la va a perder

El país más grande del mundo sufre una sangría demográfica que se está agravando con la guerra en Ucrania. Los expertos advierten que con miles de varones en edad fértil muertos en combate o huidos del país, Putin fracasará en su intento de revertir esta tendencia, vital para volver a ser una superpotencia

invierno demográfico

La plaza Roja de Moscú desierta, una postal premonitoria del invierno demográfico que está llegando a Rusia

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Hay una imagen nocturna satelital que a Vladimir Putin debería quitarle el sueño, tanto o más que el reguero de soldados rusos muertos en la guerra de Ucrania (si es que esto le importa mucho): se trata de la península coreana, en la que se ve oscuridad en el norte, con un insignificante punto —Pyongyang—, y un poco más abajo un gigantesco destello de luz —Seúl—, perlado de tantas luces que se distingue fácilmente el mapa de Corea del Sur.

Imagen satelital de la península de Corea, en la que se distigue el Sur de la oscuridad en el norte, sólo rota en un pequeño punto: Pyongyang

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El contraste es tan brutal que no es difícil imaginar lo que está pasando: Corea del Norte lleva décadas viviendo un invierno demográfico, producto de un Estado fallido, con un régimen autoritario y represor y una economía anquilosada, cuyos único sector de la población con privilegios es el Ejército, para evitar que el régimen sea amenazado por la población o que la gente pueda escapar de la cárcel-nación.

¿Y qué tiene que ver Rusia en esta ecuación? Básicamente, que está presentando los mismos síntomas que ha convertido a Corea del Norte (o a Cuba o a Venezuela) en un enfermo demográfico crónico y sin cura, a menos que cayera la dictaduras y triunfara la democracia y un modelo económico eficiente que anime al exilio a regresar y a los ciudadanos a querer tener hijos.

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Los datos hablan por sí solos. Rusia perdió en 2021 unos 661 mil habitantes y cerró con 145.5 millones de habitantes (que habrían sido 143 millones de no ser porque el censo ruso de ese año incluyó los 2.5 millones de habitantes de Crimea, anexionada ilegalmente). En 1991, último año de existencia de la URSS, la parte rusa tenía 148.6 millones de habitantes, cifra que no sólo se ve ahora imposible de recuperar, sino que se agravará. Para 2050, Rusia tendrá, según las previsiones menos pesimistas, 12 millones de habitantes menos que en la actualidad, unos 133 millones.

Con estos datos sobre la mesa, Putin, quien lleva años alertando que Rusia no podrá competir con los países más poderosos, si no corta en seco su acelerado proceso de envejecimiento (“Si no hay más rusos no seremos nadie”), propuso en 2021 un plan de choque en plena pandemia para animar a los jóvenes rusos a tener más hijos, mediante incentivos económicos, aprovechando la década de bonanza económica por la que atravesaba el país gracias a la riqueza en petróleo y gas. Dicho plan, según el Kremlin, devolvería a Rusia al crecimiento demográfico pleno en 2030.

Pero, poco después de su anuncio, cometió un error gravísimo que arruinó por completo sus metas demográficas y agravará las previsiones hasta hundir a Rusia en un invierno demográfico durante muchas décadas: decidió que era su deber invadir Ucrania.

Putin se dio un baño de masas poco después de ordenar la invasión de Ucrania en febrero de 2022. Casi un año después, la fiebre patriótica es más forzada

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EFE

Tormenta perfecta

A días de que Rusia sobrepase el hito de 400 mil muertos por COVID, las estimaciones más conservadoras de soldados rusos fallecidos en la guerra de Ucrania apuntan a un mínimo de 40 mil, mientras que la inteligencia estadounidense calcula en unos 100 mil entre muertos y heridos, todos ellos varones en edad fértil.

El cadáver de un soldado ruso yace junto a su tanque atacado por la resistencia ucraniana

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NYT

Igual de desastrosa que la invasión que creyó que iba a ser un “paseo militar” fue la decisión a la desesperada de Putin de ordenar una movilización de reclutas, que, aunque no fue general, 300 mil tuvieron que dejar sus hogares y parejas, desatando el pánico entre miles de jóvenes, que no entienden por qué tienen que ir a combatir contra un país “hermano” que no les ha declarado la guerra.

Desde el anuncio de Putin de movilización de nuevos reclutas para la guerra, el pasado 21 de septiembre de 2022 (señal de que, pese a que la censura lo oculte, en el frente está ocurriendo una carnicería de soldados rusos muertos), unos 500 mil jóvenes han huido del país, según Moscow Times, que acierta cuando señala que ninguno de estos desertores se traga el bulo del Kremlin de que en Kiev gobiernan los neonazis y los reclutas rusos tienen la misión sagrada de liberar al pueblo ucraniano, como sus abuelos liberaron al pueblo soviético de los nazis.

Jóvenes rusos con su equipaje cruzan un control fronterizo entre Georgia y Rusia, cinco días después de que Putin ordenara la movilización parcial

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EFE

La creciente política represora del Kremlin contra cualquier disidencia, con años de cárcel a quien deserte o realice proclamas antibélicas o antipatriotas, no hace sino animar a más jóvenes a huir a la primera oportunidad que tengan, y los que están teniendo más éxito son, precisamente los mejor preparados en conocimiento técnicos y de idiomas, por lo que el problema para Rusia es doble: se está despoblando y se van los más preparados.

Es lo que el demógrafo independiente Alexei Raksha llama “una tormenta perfecta”, porque llueve sobre mojado. Antes de la guerra Rusia tenía tres problemas graves en cuanto a salud demográfica: la tasa de mortalidad (y el abuso de vodka adulterado tiene mucho que ver) es una de las más altas del mundo (14.60%) —más del doble que México (6.1%)—, el índice de fecundidad es de los más bajos (1.5 hijos de media) y, sobre todo, el índice de esperanza de vida es también de los más bajos entre los países más industrializados (71.3 años) —frente a 75.3 de México o 83.7 de España—.

Con la guerra sin visos de acabar pronto, todos estos datos (faltan los de suicidios) llevarán a que Rusia bata en 2023 y 2024 su récord de menos nacimiento en la historia moderna—1.2 millones— mientras que el de muertos no bajará de los dos millones, según Igor Efremov, investigador y especialista en demografía del Instituto Gaidar en Moscú.

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Además, la combinación de guerra y sanciones internacionales hará que la tasa de fecundidad entre las rusas caiga a 1.2, siempre de acuerdo a Efremov, quien recuerda que se necesita una tasa de fecundidad de 2.1 para mantener las poblaciones estables sin migración. Y aquí viene el último ingrediente para este coctel explosivo: a diferencia de lo que ocurre con Estados Unidos, nadie quiere emigrar a Rusia.

Esta, y no otra, será la bomba que matará el sueño de Putin de devolver a Rusia la condición de superpotencia.

El país más grande del mundo, alertan los demógrafos rusos, no estará en condiciones de competir, entre otros factores, precisamente por su tamaño planetario (con ciudades aisladas en medio de inmensos vacíos), sin trabajadores suficientes para cultivar el campo, construir carreteras y extraer minerales, mientras las escuelas, laboratorios, universidades y hospitales tendrán serios problemas para encontrar personal cualificado.

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En el otro extremo, Estados Unidos no dejará de crecer demográficamente gracias al flujo migratorio constante —340 millones en 2023, 375 millones en 2050—, aunque no a un ritmo desbocado como en el siglo XX y las dos primeras décadas del XXI, pero lo suficiente para seguir compitiendo por la supremacía mundial en condiciones mucho mejores que su rival, China, que podría convertirse en la primera economía por tamaño del PIB en una década, pero que podría rápidamente perderlo por la sangría demográfica que, al igual que en Rusia, también allí ya ha comenzado inexorablemente.