
Algunos de los cárteles mexicanos más poderosos han emprendido una “feroz carrera armamentista”, alertó este lunes en un extenso reportaje el diario The New York Times, para hacer frente a la creciente ofensiva del gobierno de Claudia Sheinbaum, “sometido a una intensa presión de Estados Unidos para combatir el narcotráfico”, pero también para hacer frente a grupos criminales rivales “que se disputan territorio y recursos, dejando un saldo mortal entre sus miembros y civiles, atrapados en medio”.
“Los narcotraficantes y los sicarios de los cárteles ya no solo portan pistolas o rifles automáticos, según funcionarios y expertos, sino también minas terrestres Claymore, granadas propulsadas por cohetes, morteros fabricados con tubos de tanques de gas y camiones blindados equipados con ametralladoras pesadas. Están enterrando minas improvisadas para matar a sus rivales y modificando drones comprados en internet para fabricar drones de ataque, cargados con sustancias químicas tóxicas y bombas”, según el rotativo neoyorquino. “Los delincuentes también utilizan ingeniería inversa para fabricar armas, a veces imprimiendo piezas en 3D”, agregó.
Grupos paramilitares
“No podemos seguir tratando a estos tipos simplemente como pandillas callejeras locales”, declaró el secretario de Estado de EU, Marco Rubio, en una entrevista con EWTN, una cadena de televisión católica, el mes pasado. “Tienen armas similares a las que poseen los terroristas, y en algunos casos, los Ejércitos”, aseguró.

Pero lo que no dice el jefe de la diplomacia estadounidense (y sí destacó el diario) es que lo repiten sin éxito las autoridades mexicanas: que “la mayoría de armas de uso militar que han adquirido grupos poderosos criminales provienen de Estados Unidos, que hasta medio millón de armas de fuego se contrabandean al sur cada año”.
Además de la negativa de Trump a endurecer la venta de armas, el gobierno mexicano recibió con indignación y rechazo la orden del mandatario republicano de “usar la fuerza militar contra los cárteles de la droga designados como grupos terroristas”, escribió el NYT en alusión a los cárteles de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, Noreste (derivado de Los Zetas), Del Golfo, Unidos, y La Nueva Familia Michoacana.
Sin embargo —señala el diario— a pesar de sus desacuerdos sobre las medidas a tomar, funcionarios y analistas de seguridad de ambos países coinciden en que los cárteles están acumulando nuevos niveles de poder de fuego, transformando a algunos grupos en fuerzas paramilitares.
“Estamos presenciando la última fase de la guerra: un movimiento hacia tácticas y capacidades de estilo paramilitar”, dijo Alexei Chávez, analista de seguridad que ha asesorado al Ejército mexicano.
Drones con explosivos y armas químicas
Así como los drones, baratos y fáciles de modificar, han proliferado en los campos de batalla de Ucrania, su uso por parte de los cárteles (para vigilancia y bombardeos de precisión) ha aumentado drásticamente en los últimos años, según funcionarios gubernamentales, expertos en seguridad y analistas.
Los drones permiten a los delincuentes “atacar a rivales o a las fuerzas de seguridad con mucha mayor precisión” que las bombas rudimentarias de las que antes dependían, afirmó Vanda Felbab-Brown, experta en grupos armados no estatales del Brookings Institution. “Con los drones”, añadió, “los cárteles han adquirido la capacidad de penetrar profundamente en territorio enemigo, alcanzando objetivos que antes habrían sido inalcanzables”.
Para prepararse para la mayor presión de la administración Trump, los grupos criminales también comenzaron a importar radares para detectar drones lanzados por el Pentágono y a contratar a más personas con experiencia en el uso y rastreo de estas aeronaves. Como medida adicional, según los operadores, aumentaron los envíos de armas desde Estados Unidos.
Los cárteles también están fabricando cada vez más bombas químicas, dicen las autoridades, cargando drones con compuestos como fosfuro de aluminio, un pesticida tóxico que puede provocar hipoxia e insuficiencia circulatoria, así como otros pesticidas y venenos.
En abril, un cártel lanzó bombas similares en tres localidades del sureste de Michoacán, donde los residentes dijeron a los medios locales que sintieron picazón, ardor en la piel y, en algunos casos, asfixia.