Nacional

Una migrante mexicana relata a Crónica su travesía al dejar el país junto con su esposo a finales de los años 90 del siglo pasado, los sacrificios que enfrentaron en EU, su lucha por regularizar su situación y los consejos que ofrece a quienes bien una situación similar.

“Vivir sin papeles: la historia de una familia mexicana en Estados Unidos”

“Vivir sin papeles: la historia de una familia mexicana en Estados Unidos”

Emigrar a otra nación no es una decisión sencilla. Para quienes dejamos México con la esperanza de una vida mejor, la ilusión de prosperar suele chocar con la dura realidad: costos elevados, falta de documentos y la necesidad de adaptarse a un país desconocido. Cada paso está marcado por sacrificios personales y familiares, por noches de incertidumbre y el esfuerzo constante de salir adelante.

A finales de los años 90 del siglo pasado, esta migrante decidió dejar su hogar en México junto junto con su esposo para buscar mejores oportunidades en Estados Unidos. Lo que no imaginaban era cómo un camino rápido hacia la estabilidad resultó ser una travesía llena de retos: dormir en el suelo, trabajar sin experiencia, adaptarse a un clima y soportar la incertidumbre de no saber si podríamos quedarnos.

Hoy, después de más de dos décadas, comparte su experiencia para que otros migrantes conozcan la realidad de su aventura que implicó sacrificios, permisos temporales de trabajo y las lecciones que les llevó a enfrentar los retos de sacar adelante a la familia, la fe y la importancia de pensar en el futuro.

¿Por qué migrar a Estados Unidos?

Fue en noviembre de 1999 junto con mi esposo. Sólo teníamos la primaria y aunque después estudiamos secundaria abierta era casi imposible conseguir un buen trabajo. Yo tenía 27 años y mi esposo 31 y sentíamos que sin estudios nunca podríamos comprar una casa y queríamos progresar. Mi familia ya había comenzado a emigrar y eso nos dio confianza: dos de mis hermanos eran ciudadanos en EU y podían ayudarnos a iniciar una nueva vida. Cruzamos con un coyote, que tenía convenio con la empresa constructora donde llego a trabajar mi esposo, ellos se cobraban del sueldo y nos quedábamos con 50 dólares para vivir.

¿Cómo fue el inicio de esta aventura?

Al llegar nos recibió mi hermano en su departamento. Era pequeño, con dos recámaras y dormíamos en la sala, en el suelo, bajo una mesa y con una sola cobija. Llegamos un domingo y mi esposo empezó a trabajar un día después, el lunes. Yo estaba embarazada y con mi niña pequeña, así que me quedé en casa. El cruce fue seguro: me pasaron en auto junto con mi hija, mientras que mi esposo caminó solo unos minutos. Pasamos dos noches en una casa de seguridad donde nos trataron bien y después viajamos a Atlanta.

¿Qué esperaban encontrar?

Creía que ganar en dólares sería suficiente para ahorrar rápido, regresar a México en dos años y construir nuestra casa. Pero la realidad fue muy distinta: todo es caro y los gastos son en dólares. Además, lo primero que hicimos fue pagar la deuda del cruce. Dormíamos incómodos en el piso, sin almohadas, compartiendo la sala con otro migrante que roncaba mucho, lo que despertaba a mi niña. La vida era dura, pero también gratificante porque estábamos juntos y seguros.

¿Cómo consiguieron su primer trabajo?

Mi esposo llegó contratado para una compañía de construcción, aunque no sabía nada de ese trabajo. Fue muy difícil para él porque veníamos del otoño y el frío era intenso. Pasó cansancio extremo y burlas de compañeros por ser mayor y sin experiencia. Yo no podía trabajar por el embarazo y cuidar a mi hija pequeña. Comencé a trabajar después de que nació mí segundo hijo, ayudaba a mi hermana a limpiar casas. Con el tiempo conseguí mis propias clientas, pero en los primeros años mi prioridad fueron mis hijos y apenas ganaba unos dólares extra limpiando cuartos o cocinando para familias.

¿Tienes contacto con tu familia?

Siempre he sido muy unida con mis hermanos. Nos hablamos seguido, nos apoyamos y nos visitamos cuando es posible. Mi mamá falleció poco después de que me vine, en abril del 2000, y no pude despedirme de ella, lo que fue muy doloroso. Mi papá pudo visitarnos en dos ocasiones. Lamentablemente, una de mis hermanas falleció hace un año y ya no la vi desde que me vine. Por el lado de mi esposo, la relación con su familia es distinta: casi no se llaman ni en cumpleaños o Navidad, y eso es triste porque siento que no hay cercanía emocional.

¿En qué momento decidiste regularizar tu situación migratoria?

Siempre quise estar legal en este país, pero no podía sacar mi pasaporte por problemas con mi registro de nacimiento. Lo logré después de mucho esfuerzo, presenté actas de mi familia. Durante años escuchamos promesas de legalización por parte de distintos presidentes en este país, pero nunca cumplían. Con el gobierno de Joe Biden los mexicanos pudimos solicitar asilo político temporal, aunque no calificáramos antes. En septiembre pasado presentamos la solicitud, fue aceptada y en abril recibimos permisos de trabajo. Mi esposo obtuvo primero su seguro social y licencia de conducir, y yo poco después. Esta legalidad es temporal, por cinco años, pero nos da tranquilidad: podemos trabajar y manejar sin miedo, aunque aún no podemos salir del país ni sabemos cuándo podríamos obtener la residencia.

¿Has vivido alguna redadas del ICE o cambiado tu rutina por miedo?

Afortunadamente no hemos vivido redadas directas porque trabajamos limpiando casas particulares, pero cuando mi esposo estaba en construcción sí tuvo que escapar en dos o tres ocasiones. Antes de tener licencia y permiso de trabajo, evitábamos salir y pedíamos a mi hijo que hiciera las compras para no exponernos. Ahora estamos más tranquilos. Vivimos en una zona muy segura, con pocas familias hispanas donde no hay problemas con la policía ni con migración.

¿Cuál es tu mayor preocupación?

Gracias a Dios tenemos casa propia, auto y una cartera estable de clientes. No somos ricos, pero tampoco pobres. Vivimos al día, sin lujos, pero con seguridad. Mi única preocupación es ver pronto a mi abuelita y a mi tío Julián, por la edad y salud. Somos una familia tranquila, hogareña, que disfruta estar en casa sin necesidad de gastar en restaurantes o diversiones caras.

¿Qué recomendarías a otras personas en tu misma situación?

Que ahorren, no gastar en lujos innecesarios y pensar en su futuro. Muchos hispanos trabajan toda la semana y el fin de semana gastan todo en fiestas, alcohol, ropa de marca o camionetas caras. Es mejor ser prudentes, planear para la vejez y asegurar que nuestros hijos crezcan en un ambiente estable, sin violencia ni miedo.

Tendencias