
El espectáculo aéreo del Desfile Cívico Militar es uno de los actos más esperados del 16 de septiembre; miles de ciudadanos se toman unos minutos para mirar hacia el cielo al escuchar el rugir de las aeronaves, algunos preparan las cámaras fotográficas y celulares para capturar el momento en el que el cielo se tiña de verde, blanco y rojo. Una demostración que emociona a chicos y grandes.
Este no sólo se aprecia en la Ciudad de México, quienes corren con suerte, podrán escuchar y ver los aviones pasar por algunos municipios de la Zona Metropolitana. Un acontecimiento que convoca el orgullo, despierta la memoria, e incluso, saca lágrimas.
Los elementos a bordo de las aeronaves llegan a la parada aérea desde muy temprano, para alistar las formaciones de los distintos tipos de aviones, se necesita coordinación y precisión para lograr a la perfección las maniobras.
La tripulación del Casa 295, matrícula 3203, está lista para realizar la inspección de la aeronave; de este modelo son cuatro las que participan, haciendo una formación en rombo y ésta es la que se posicionará en último lugar.

Se abre la plataforma del avión, el piloto y el copiloto parecen relajados, aunque son serios, sus rostros revelan que no es la primera vez que participan en el desfile, ya tienen la suficiente experiencia para ejecutar las maniobras; intercambian palabras y se ríen entre ellos, dejan ver que están felices y aseguran que cada 16 de septiembre no pueden evitar sentir emoción al participar en el magno evento.
La tripulación alerta a los pasajeros que la aviación en todo momento incluye un factor de riesgo por lo que hay que adoptar las medidas de seguridad necesarias, para que todo salga conforme a lo planeado. La posición de la aeronave (último lugar) provocará movimientos más bruscos porque se irá adaptando a las aeronaves que estarán al frente.
En ese momento despegan los helicópteros, el sonido que generan es poderoso, emprenden vuelo más de 10, que comienzan a practicar las maniobras para cuando se les dé la indicación de dirigirse al Zócalo de la Ciudad de México. Algunos curiosos toman su tiempo para capturar su paso.
Los aviones arrancan motores, todos tienen que salir al mismo tiempo, provocan que el viento corra más rápido y su rugir hace que vibre el pecho y se ponga la piel de gallina, todos abordan y ocupan sus lugares; ha pasado casi una hora desde que inició el desfile, que por primera vez en su historia encabeza una comandanta suprema, la presidenta Claudia Sheinbaum.

Del otro lado de la pista se alcanzan a ver los T-6C, Texan II, aviones biplaza, de la Fuerza Aérea Mexicana, van saliendo en grupos de tres.
Los Casa avanzan en fila y en cuestión de segundos ya están en el aire; al hacer su formación, desde las ventanillas, se puede ver un avión a la derecha y otro a la izquierda. Los aviones comienzan a danzar en el aire, la presión en los oídos revela que suben y bajan constantemente; el sonido es envolvente, impone, la formación hace que se multiplique.
En la cabina también hay un espectáculo, —aunque es muy pequeña, con el espacio suficiente para dos personas— desde esta perspectiva hay tres aviones al frente. Los pilotos siguen relajados, saben lo que hacen.
Para los que creyeron que habían visto lo suficiente, faltaba una de las mejores partes, uno de los integrantes de la tripulación abre la rampa trasera del avión, el viento corre por la aeronave, la presión es aún más fuerte, incluso comienza a desestabilizar a los pasajeros. La altura provoca adrenalina pura, no siempre se puede apreciar este tipo de espectáculo.
Al bajar completamente la rampa se descubre la formación de aeronaves que va atrás de los Casa. Una de la Guardia Nacional lidera a tres aviones king Air. Que siguen el ritmo del Casa 295, de repente se alejan un poco, pero en cuestión de segundos se acercan de manera sincronizada, si una gira, todas giran.
La aeronave está a punto de sobrevolar el zócalo, está a 7 mil 900 pies de altura, y se distingue a lo lejos Paseo de la Reforma, Chapultepec, el Palacio de Bellas Artes, la Torre Latinoamericana y también la plancha del Zócalo capitalino, a distancia se alcanzan a ver las formaciones de los elementos que participan en tierra y miles de ciudadanos esperando el paso de los aviones.
Dan un par de vueltas en la zona bajo la misma formación y nuevamente se encaminan a la base aérea, en Santa Lucía, la puerta se cierra y, tras hora y media de vuelo, tocan tierra, aún se escucha el eco persistente.
Los pilotos descienden de la aeronave y celebran el exitoso espectáculo; ahora sí con una sonrisa, se despiden de quienes iban a bordo.