
La mayoría eran mulatas o negras, a veces indias, casi siempre mujeres racializadas, muchas de ellas esclavas, si acaso eran blancas, se trataba de criollas, viudas o tal vez gitanas.
Entre los siglos XVI, XVII y XVIII, la Santa Inquisición investigó y persiguió a docenas de mujeres bajo sospecha de brujería: las acusaban de hablar con el diablo, convertirse en animales, perros o aves, además de usar su menstruación con chocolate para ofrecérsela a los varones.
Eran de Michoacán o Jalisco, Yucatán, Puebla y Querétaro, algunas de Chiapas o en las antípodas, en Coahuila; otras brujas eran de Veracruz, de Guatemala y de Manila, pues eran parte de la Nueva España, y desde la Ciudad de México se gobernaba a las Filipinas.
Sin embargo, quizá el caso más emblemático de persecución de brujas avino en el año de 1666, donde en el pueblo de Real de Minas de Sombrerete, en Zacatecas, se investigó a un grupo de mujeres por bailar con el demonio y devenir en bestias.
Aún estaba fresco el recuerdo de los viejos dioses, Huitzilopochtli o Tonantzin, cuando la espada y el crucifijo trajeron la palabra de Cristo al Nuevo Mundo.
De acuerdo a documentos de dicho oficio, consultados por CRÓNICA en el Archivo General de la Nación, uno de los primeros casos de brujería investigados en el país aconteció en el año de 1566, en la Ciudad de México, apenas 45 años tras la caída de Tenochtitlán y el imperio mexica.
Tratose de un proceso criminal de la Santa Inquisición contra María de Lugo, que también usaba el nombre de Isabel de la Cueva, por hechicera y bruja, en un juicio que fue encabezado por el fiscal Juan Vallerino.
Casi dos décadas después, el clérigo Cristóbal de Villegas, también en la Ciudad de México, denunció en 1583 a la señora Mencia de Silva, viuda de Francisco Rodríguez, un encomendero de Tetela, por tener bajo su resguardo el libro de hechicerías de una mujer castigada por bruja.
Entre los años 1589 y 1594, la Inquisición llevó a cabo un proceso contra Margarita de Sossa, una mujer negra, casada con el señor Anton Álvarez, por presuntamente ejercer la brujería en Puebla.
Sin embargo, no fue hasta el siglo posterior, que se incrementó la persecución contra las mujeres por parte de las autoridades novohispanas.

En los años 1600... la Inquisición investigó a docenas de mujeres
En el siglo XVII bastaba con ser mujer en la Nueva España para que la Santa Inquisición te investigara bajo la más mínima acusación, en ocasiones por razones absurdas, quizá por venganzas, quizá por superstición, como aquellas perseguidas por presuntas conversaciones con el maligno.
Ocurrió que, en el año de 1612, en Yucatán, se le abrió un proceso a Isabel de Villatoro, quien ella misma aseguraba que era bruja; ese mismo año, también se enjuició a Ana de Sossa, una mujer mulata, vecina de San Francisco de Campeche, por tratarse de una bruja que supuestamente hablaba con el diablo.
Cinco años más tarde, en 1617, una mujer negra, Leonor, fue denunciada en Campeche por ser una bruja que volaba. Del otro lado del Pacífico, en Manila, aquel año se remitió a la Ciudad de México, en los tiempos que éramos una misma nación, el caso de un marinero llamado Juan López, que vivía en el Puerto de Cavite con una supuesta hechicera.
Al cumplirse un siglo de la victoria ibérica sobre los mexicas, en 1621, varias mujeres fueron denunciadas en Guadalajara ante la Santa Inquisición: la primera fue Caralina de Ovejo, por usar polvos maléficos. La segunda, se trató de María López, que mezclaba la sangre de su periodo con chocolate, para después darle el brebaje a sus amigos.
En aquella ciudad, en ese mismo año, el oficio persiguió a Inés de Tapia y a varias negras e indígenas por adivinas; se investigó a la curandera Leonor Ortiz de la Torre, por quitar la landrecilla; así como a Isabel de Vergara y al señor Hernando de Mejía, por brujerías. Mismo caso que Juana de Castro, otra bruja tapatía, que compartió la misma suerte que Francisco Covarrubias, un clérigo amancebado.
Un lustro posterior, se le abrió un proceso a Isabel de Villanueva, por hechicera y bruja. Pero un año antes de eso, en 1625, la Inquisición juzgó al señor Andrés de Rojas, por azotar a un Cristo, lo mismo que a su hija, María de Rojas, señalada por bruja, en la Villa de San Miguel.
A mediados del siglo, en 1652, la Inquisición realizó pesquisas en Puebla de los Ángeles contra Leonor de Ontiveros, mulata de Toluca, por sospechosa de bruja y fama de serlo.
Dos años previo a aquello, hubo una testificación de María Sánchez, vecina del Real de Santa Ana de las minas de Guanajuato, contra Beatriz, una mujer negra, por sospechas de que era hechicera o bruja, en 1650.

El año del demonio: 1666, la fecha que investigaron a las mujeres de un pueblo de Zacatecas
No fue, sin embargo, hasta el año de 1666, paradójicamente, aquel con el número de la bestia, donde ocurrió el caso más siniestro en el que mujeres fueron perseguidas por brujería: tal fue la historia de doña María de Valenzuela, vecina de la Villa del Nombre de Dios, señalada por hechicera y por bruja.
Según las indagatorias de la Inquisición, esa mujer, de origen peninsular, se volvía paloma y volaba de Real de Minas de Sombrerete a Zacatecas, además de que bailaba con un cabrito y, en palabras textuales del oficio, le “besaba el trasero”.
Durante ese 1666 y hasta la década de 1680, las autoridades inquisitorias, encabezadas por el padre fray Antonio de Valdés, investigaron a distintas brujas en el Sombrerete, no sólo fue María de Valenzuela, sino también fueron una señora llamada Felipe Conchula y otras mujeres de la villa acusadas de brujería.
Según la causa criminal seguida por el comisario del Santo Oficio de la Villa de Llerena en el Real de minas de Sombrerete, el referido padre fray Antonio de Valdés, María de Valenzuela y otras mujeres de la Villa del Nombre de Dios, públicamente afirmaban ser brujas y tener un pacto con el demonio.
Cuatro años antes de la investigación contra las brujas del Sombrerete, el vicario de esa villa, Pedro Flores de Rivera, fue la primera persona en denunciar a De Valenzuela y otras mujeres de la localidad de ejercer las artes oscuras.

A lo largo de siglo XVII y el siglo XVII, la Santa Inquisición persiguió e investigó a docenas de mujeres, como Francisca Serdán, mulata, quien fue enjuiciada en Puebla por tener pactos con Satanás. No fue hasta el siglo XVIII, en los años previos a la Guerra de Independencia, que las actividades del oficio se volvieron anecdóticos.
A diferencia de España, donde hubo más quema de brujas, en México, el oficio fue menos severo, no por eso menos condenable, pues los castigos por brujería iban de los azotes, a la excomunión, la humillación pública, penitencia, azotes y, en escasas ocasiones, la muerte.