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El año terrible del asesinato de Luis Donaldo Colosio

Para los mexicanos de la última década del siglo XX, hablar de magnicidios era cosa muy lejana, por más que el crimen del cardenal Posadas había sido calificado como tal por muchos de los estudiosos de la vida pública. Pero 1994 fue un año de violencia, de tragedia, de extrañas desapariciones, de desastre económico. Un drama perfecto que fue desgranándose lentamente, desde el momento en que una bala cortó la vida de un hombre que iba en ruta hacia la presidencia de la República.

historias sangrientas

Los minutos inmediatos al atentado contra Colosio fueron de absoluta confusión.

Los minutos inmediatos al atentado contra Colosio fueron de absoluta confusión.

Imagine el lector del siglo XXI, o recuerde ese país que éramos en 1994. La inmediatez informativa, tal como la conocemos hoy, era, en el mejor de los casos, una mera fantasía: no existía internet, ni las redes sociales, y los teléfonos celulares eran cosa todavía infrecuente en el mundo de todos los días. Algunos sucesos de lo que solemos llamar “pasado reciente” habían mostrado lo que la televisión era capaz de hacer, con coberturas como la de la Guerra del Golfo, a principios de la década, o el intento de golpe de estado contra Mijail Gorbachov, contenido por el presidente ruso Boris Yeltsin, que llamaba al pueblo de un país que ya no existe -la Unión Soviética- a defender el orden constitucional. Eso era todo; esa era la vida en un marzo lejano, en que, en una colonia marginada del norte del país, llamada Lomas Taurinas, murió asesinado un hombre que estaba destinado a ser presidente de México.

Por eso, la noticia empezó a extenderse poco a poco, en la medida en que algunos reporteros que cubrían los actos de campaña del candidato priista a la presidencia, Luis Donaldo Colosio, lograban hacerse de un teléfono fijo -uno que otro ya tenía un celular- para avisar a las redacciones de la ciudad de México de la noticia más impactante que se hubiera escuchado en años: el candidato, sí, ese que muy probablemente era ya visto como el sucesor de Carlos Salinas de Gortari en la presidencia había recibido un balazo en la cabeza, y en un torbellino de gritos y carreras, había sido trasladado a un hospital, en lo que era un intento desesperado por salvarle la vida.

Unos pocos minutos después de lanzar un discurso que quería ser esperanzador, en aquella colonia marginada de la ciudad de Tijuana, Luis Donaldo Colosio estaba muerto.

Unos pocos minutos después de lanzar un discurso que quería ser esperanzador, en aquella colonia marginada de la ciudad de Tijuana, Luis Donaldo Colosio estaba muerto.

A partir de esas primeras llamadas telefónicas, el país se fue paralizando, y por unas horas, vivió en dos dimensiones: una vertiginosa, confusa, oscura, que se desarrollaba en Tijuana, donde se encontraba aquella colonia olvidada de funcionarios que era conocida como Lomas Taurinas. Otra, circular y reiterativa, y que parecía no ir a ninguna parte, fluía de las pantallas de las televisiones del resto de México. Porque eran la televisión y la radio los únicos recursos que intentaban correr a la misma velocidad que la realidad. Trabajosamente, las cámaras llegaron a las puertas de aquel hospital a donde habían llevado a Luis Donaldo Colosio.

EL DESCONCIERTO DE LAS PRIMERAS HORAS

Pocos hechos de sangre, en la historia mexicana, han sido seguidos de manera tan unánime, casi en el momento mismo de haber ocurrido, como el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Quienes vivieron aquella tarde de marzo de 1994 saben, hoy día, que los mexicanos estábamos ya “curados de espanto”, que éramos sobrevivientes de crisis económicas, de terremotos, de procesos electorales controvertidos, de una insólita guerrilla que se apareció el primer día de enero de aquel año, en tierras chiapanecas. Habíamos visto explotar colonias enteras, en el Estado de México y en Guadalajara. Habíamos mirado en la televisión el cadáver acribillado de un cardenal de la Iglesia católica. Paradoja, quizá no entraba en nuestro abanico de sucesos inolvidables, el asesinato de un candidato a la presidencia, ¡nada menos que del PRI!

Momento, opondrían los memoriosos: ¿Qué, el atentado contra Álvaro Obregón cuando decidió que dejaba el Náinari para regresar a la capital a recuperar La Silla no contaba? Bah, eso era de lecciones de historia de primaria. ¿las balaceras de la elección en la que triunfó Manuel Ávila Camacho en 1940?

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No, ¿quién se iba a acordar de eso? Eran sucesos que habían ocurrido ¡hace tanto!

En1994, ya bastante tenían los habitantes de este país con las resonancias del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Aquella irrupción, con todo y Declaración de la Selva Lacandona, donde el EZLN aspiraba al derrocamiento del Estado, había descolocado a muchos, empezando por el gobierno federal, y había dominado las coberturas periodísticas durante ese inicio de año, por delante de la campaña de Colosio.

Si esa campaña levantaba o no levantaba, si las gestiones de Manuel Camacho como comisionado negociador en Chiapas —después de inconformarse públicamente— le “robaban cámara” al candidato, había sido la sustancia del cotilleo político de todos los días de aquel inicio de año, hasta que el balazo que destrozó la cabeza de Luis Donaldo Colosio atrajo la atención de todo el país.

La noticia comenzó a correr por las redacciones de los periódicos, por las estaciones de radio y las televisoras. Con dos horas de diferencia, eran en la capital cerca de las 7 de la noche, y allá en la colonia Lomas Taurinas aún había luz de día, cuando entre la multitud que acompañaba y estorbaba el avance de Colosio, en el cierre de un mitin que después se calificó de desangelado, entre el barullo de la gente y las notas de “La culebra”, una mano apretó el gatillo sobre la cabeza del candidato del PRI, quien cayó al suelo, sangrante, aún con signos vitales, pero con los ojos abiertos y mirando algo que ya no era este mundo.

Cuando, poco después, se dio a conocer un video que logró captar el momento justo del atentado, el país entero se horrorizó, una vez más, a partir de lo que veía en la televisión.

Cuando, poco después, se dio a conocer un video que logró captar el momento justo del atentado, el país entero se horrorizó, una vez más, a partir de lo que veía en la televisión.

Ésa, la de Colosio caído, fue la foto que casi todos los periódicos del país reprodujeron al día siguiente.

EL TIEMPO CONGELADO.

Acostumbrados como estábamos a fines del siglo XX, a que casi todo lo importante ocurría en la capital, el país, poco a poco aprendía que la vocación centralista ya no era definitiva, y que no era del todo cierto aquel dicho, según el cual “fuera de México, todo es Cuautitlán". Tal vez, el primer timbrazo de alerta había ocurrido también en Baja California, en julio de 1989, cuando, por primera vez, una candidata priista perdió las elecciones para gobernador. En 1994, el panista Ernesto Ruffo era el primer gobernador de oposición. El segundo timbrazo había ocurrido en Chiapas, con el neozapatismo.

Que el atentado contra el candidato Colosio ocurriera en el norte del país mostró que, en esos días, y para enterarnos de todo lo que ocurrió aquella tarde, los mexicanos apenas contábamos con la televisión y la radio en una cobertura que, en contraste con nuestros hábitos del siglo XXI, parecen casi elementales.

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Finalmente, y pese a la escasez de información, el oficio y los reflejos de los medios funcionaron. Las programaciones habituales se interrumpieron; a nadie le importó quedarse sin ver el capítulo de su telenovela o serie preferida, y la gente se colgó de los receptores y aguardó a que los fragmentos de la realidad, que transcurría en Tijuana, fluyera, lentamente, a través de la voz de periodistas y locutores.

La información esencial venía desde Tijuana. Con reporteros apostados en la sede del PRI, y en la que entonces era la residencia oficial, Los Pinos, se empezaba a armar, a puro parche, a puro dato aislado, una narrativa de lo ocurrido. Pero parecía que la cobertura en la Ciudad de México era insuficiente; apenas lograba reflejar chispas de una dimensión dramática de la noticia, con secretarias llorosas en los pasillos de a sede del PRI, del silencio en espera de información fidedigna en la Presidencia.

En realidad el país estaba en vilo, pendiente de lo que entre llamadas atropelladas podían contar los periodistas desde Tijuana. Las dos televisoras competían porque no se les cortara la comunicación, porque sus enviados o corresponsales pudieran pescar a alguien del equipo del candidato o alguien del equipo médico involucrado en la atención de emergencia para Luis Donaldo Colosio.

Fueron muy largas aquellas horas, entre la primera llamada que logró entrar a la Ciudad de México, y el anuncio oficial de la muerte del candidato del PRI. En esos momentos, no gustó que Jacobo Zabludovsky presionara a la conductora Talina Fernández —que por esos días residía en Tijuana y que, gracias a que su tipo sanguíneo era el mismo de Colosio, entró como donante a las zonas restringidas del hospital— para que entrara al quirófano donde atendían al herido. El país estaba hipersensible, pero era Zabludovsky, simplemente, un periodista que hacía su trabajo, frustrado por la lejanía y por la escasa información, dependiendo de una llamada telefónica mil veces cortada y mil veces vuelta a establecer.

Varias veces se habló, gracias a los servicios de las agencias noticiosas de un helicóptero que trasladaría al herido a un hospital de Estados Unidos. Nunca hubo tiempo para comentarios optimistas. El presidente de la Unión Americana, Bill Clinton, se declaró consternado al menos tres veces antes de que, extraoficialmente, Talina Fernández avisara a Zabludovsky de la muerte del candidato, que se volvió oficial cuando aún no terminaba su última frase la conductora: desde la capital, desde Los Pinos, se notificaba el fallecimiento de Colosio. Sólo entonces, en las escalinatas del hospital, el chihuahuense Liébano Sáenz declaró ante la multitud que el candidato estaba muerto.

¿Y EL ASESINO?

Las preguntas cambiaron. Ya no se inquiría por el estado de Colosio, sino por el autor del atentado. Como relámpagos pasaron un par de imágenes de un muchacho con el rostro ensangrentado. Se declaró duelo nacional, y al día siguiente no hubo ni bancos ni actividad bursátil. Lo cierto es que se temía un fuerte desequilibrio. Empezaban los días de las especulaciones, de las acusaciones basadas en la mera percepción. Se creó una fiscalía especial cuyos trabajos fueron polémicos y discutidos. Se acuñó una expresión ácida para designar al círculo cercano al muerto, que vio desvanecerse su futuro político, al menos como lo habían planeado: “las viudas de Colosio”.

Desde entonces, se ha reiterado, cada año, que Colosio, al llegar a la Presidencia, habría transformado de verdad al país; que era un auténtico demócrata, que hubiera marcado un antes y un después en la historia nacional. Pero eso nunca lo sabremos.

El “hubiera”, con todo y todo, no existe.

UN CASO ¿CERRADO?

Aunque la fiscalía creada especialmente para aclarar el asesinato de Colosio generó un grueso informe que señala como único artífice del crimen a Mario Aburto, el muchacho apresado instantes después de lo que resultó un magnicidio, fueron cientos de rumores, especulaciones y escepticismos la densa niebla que siempre acompañó las investigaciones del caso. Precisamente, porque a pesar de los esfuerzos de la fiscalía, fueron muchos quienes decidieron no creer la versión de las autoridades, fue la literatura la que intentó apostar por la fantasía para encontrar la realidad. Élmer Mendoza, sinaloense, con “un asesino solitario", exploraba el tema desde la voz de un sicario; Heriberto Yépez escribió la novela A.B.U.R.T.O, que intentaba descifrar el rostro del muchacho detenido. Hasta un exsecretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, tocó fugazmente el tema en El Penacho de Moctezuma. La idea de matar a un candidato apareció en la ficción como La Ministra de Francisco Rebolledo, y, de manera un tanto premonitoria, la novela A Imagen y Semejanza, escrita en 1992 por Guillermo Fárber, ya hablaba de un candidato asesinado.

Colosio es una nota en la historia del pasado reciente y es también el origen de algunos documentales y películas. Todas, sin excepción, alcanzan a reflejar el caos y la incertidumbre que hace 28 años, tocaron el corazón del país. En los tiempos que corren, hay quien especula y juega, sin saber muy bien para qué, con la idea de reabrir el caso.