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Canciones y ácido: así se combatió a Sebastián Lerdo

A pesar de lo mucho que se dijo y se escribió acerca del control que Lerdo, desde la presidencia, ejerció sobre el congreso, es preciso decir que sus primeros años de gobierno, de 1872 a 1874, fueron razonablemente exitosos. Pero, a medida que se acercaba el momento de convocar a elecciones, y en la medida en que a Porfirio Díaz se le agotaba la paciencia, las críticas a aquel hombre que soñaba con reelegirse, se volvieron cada vez más duras.

Especial

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Lo trataron de lo más mal. A aquel solterón -cuentan que enormemente tímido- que, con frecuencia mandaba por su comida a la cantina que estaba frente al Palacio Nacional por la calle de Moneda -El Nivel, licencia número 1- en la prensa política que don Benito le dejó por herencia, engrosada por algunas publicaciones más, se le pintó como un sujeto lujurioso, aficionado a la buena comida hasta la glotonería más repelente, y con un comportamiento público donde se mezclaba la frivolidad más ridícula y la ambición política desmedida.

Cualquiera que hubiera abierto un periódico en 1876, intentando enterarse de cómo andaban las cosas en materia de política, no hubiera reconocido en el Sebastián Lerdo de Tejada al que se atacaba un día sí, y otro también, al antiguo rector del Colegio de San Idelfonso, frío y racional, que muchos liberales habían tratado en los años de la guerra contra los franceses y el Imperio.

Feroces, aunque de buenos instintos

Con muy mala fe, el famoso José María Villasana, el caricaturista que por esos días hacía de las suyas en El Ahuizote, pintó a don Sebastián en un “Antes y Después”: cuando llegó a la presidencia, en 1872, aparecía erguido y arrogante- Cuatro años después, al calor de la lucha política y el desgaste natural derivado de la tarea de gobernar, Lerdo aparecía encorvado, con los ojos más saltones que de costumbre, con la chistera hundida hasta las orejas.

A algunos de sus ministros no les va mejor: famosa fue la terrible zarandeada que se llevó el muy educado José María Lafragua, a quien se solía caricaturizar con sus anteojos de cristales entintados, en la cual se le hizo protagonista de un viaje a Europa, incapaz de hablar francés, y preocupado, todo el tiempo, de no perder su manual de gramática, solución a todas sus dificultades de viajero. El autor de aquellas páginas, graciosas pero escritas “con tinta de escorpiones”, como una vez dijo Guillermo Prieto, no era otro que Vicente Riva Palacio, periodista, poeta y dramaturgo, partidario de Porfirio Díaz, y que, en aquella época de fuertes tensiones políticas desplegó en toda su potencia su conocida habilidad para la sátira.

Riva Palacio se multiplicaba y aparte de su lugar en el famoso La Orquesta, también llenaba páginas en el joven pero bullicioso El Ahuizote, que en su lema llevaba la identidad: “Feroz, aunque de buenos instintos”. El Ahuizote, que llevaba en el cabezal un bicho perverso medio humano, pero con alas de murciélago y patas de gallo, se dedicó a infernarle la existencia al gobierno de Lerdo, yendo más allá de lo logrado en La Orquesta por algunos de los integrantes de la redacción -Villasana y Riva Palacio especialmente. Muy famoso fue un “Diario” falso, que se atribuyó al ministro de Fomento, don Blas Balcárcel -a quien solían representar con aspecto de padecer retraso mental- lleno de elogios desbordados para Lerdo; tan desbordados que se volvían una burla inmensa.

No fueron solamente las caricaturas, que recibían el espacio predominante; no fueron solamente los textos críticos y burlones. El Ahuizote agregó a sus páginas una sección que llamó “La Historia Danzante”, donde se incluía una partitura para piano, partiendo del supuesto de que, en casi todas las casas de México, de pasar más o menos decoroso, había un instrumento de esos. Pero la partitura, que lo mismo eran polkas que chotises, venía acompañada de una letra que solía ser de tipo satírico, y dedicada al presidente Sebastián Lerdo de Tejada, sus ministros y su forma de gobernar.

Seguramente aquellas canciones, que se volvieron sumamente populares, al menos en la ciudad de México, que hervía de tensión política, molestaron mucho a Lerdo, pero su gobierno, en vez de perseguir a los autores de aquellas fechorías, adoptó la actitud de no darse por enterado de las burlas y las majaderías que El Ahuizote les recetaba en La Historia Danzante.

Sin embargo, no podían ignorar la realidad. El Ahuizote era tremendamente popular. Un amigo de Riva Palacio, el poeta Juan de Dios Peza, asegura que, originalmente, El Ahuizote producía 2 mil ejemplares, pero que, en sus momentos de mayor éxito, llegó a vender 20 mil. El primer número se había agotado desde su salida. Como no había de otra, en 1875, y en el Diario Oficial, el gobierno de Lerdo llegó a responderle a Riva Palacio, como director de la publicación, reiterando, como niño que le hace un mohín y le saca la lengua a los pilluelos que se burlan de él, que era una decisión muy seria ignorar los exabruptos y faltas de respeto que publicaban cada semana, respetando siempre el principio de la libertad de prensa, uno de los grandes valores que, peleados o “encontentados”, los liberales de una y otra facción veían como un valor intocable, que había costado muchos años de lucha ganar.

La caída, entre música y adioses

Esta prensa, puesta claramente de parte de Porfirio Díaz, desató una verdadera campaña de desprestigio contra Sebastián Lerdo en la medida en que se acercaban las elecciones de 1876. Un año antes, don Sebastián empezó a acariciar la idea de reelegirse, y no era un secreto que guardara en lo más profundo de su corazón.

Agotada su paciencia, y en ebullición su ambición, Porfirio Díaz se levantó en armas en enero de 1876: la revolución de Tuxtepec había comenzado, y su bandera era combatir las ambiciones reeleccionistas de Lerdo, del mismo modo que habían criticado las de Juárez. El Ahuizote dibujó a Lerdo asustado por dos fantasmas: uno, el de la democracia, que se aprestaba a hacerle frente e impedirle alcanzar su objetivo, y otro, el de Benito Juárez, que lo señalaba, en actitud de reprobación.

La prensa, como El Ahuizote y El Padre Cobos, nacidos para criticar a Lerdo, arreciaron sus críticas. El Ahuizote, en un alarde de creatividad, transformó algunas de las caricaturas de Villasana en patrones de bordado y de tejido, y en algunas casas mexicanas aparecieron manteles con la caricatura del presidente y de sus ministros.

El propósito era desacreditar por completo a Lerdo, para impedir que llegaran a concretarse sus sueños de reelección. Se llegó a representar al presidente al modo de los cuadros de Arcimboldo, construyendo un retrato con objetos de la vida cotidiana. A don Sebastián lo configuraron con sacos de dinero, instrumentos musicales, gatos -símbolos de la mentira y el engaño-. Elegantes platillos y botellas de vino. Como el Tívoli, un lugar de recreo, con jardines y restaurante, era el sitio preferido del presidente, se le pintó como un amante de las juergas y las comilonas, sin medida ni freno.

Como una de las estrategias de La Historia Danzante consistía en apropiarse de piezas musicales muy conocidas para aplicarles una letra satírica alusiva a la situación política, una de las más celebradas fue “¡Oh, Sillón!”, que exhibía la pasión de Lerdo por la silla presidencial, nada menos que con la música de un aria de la famosa ópera “Lucía de Lamermoor”:

¡Oh, Sillón a quien adoro

Con entusiasmo y fervor.

Tú eres mi mayor tesoro,

Tú eres prenda de mi amor

Por ti tan solo suspira

Con ternura el alma mía.

Ojalá que llegue el día

Feliz de mi reelección…

La rebelión de Tuxtepec siguió su curso: se formó una fuerza militar que se autonombró Ejército Regenerador, con Porfirio Díaz como líder y con Manuel González como segundo al mando. Entre tanto, don Sebastián, como único candidato a la presidencia, se proclamó reelecto, entre una lluvia de protestas y cuestionamientos.

Los rebeldes se acercaron a la capital por dos frentes: por Oaxaca y por Tamaulipas. Mientras el gobierno de Lerdo se enfrentaba a las fuerzas de Díaz, otros malquerientes del presidente actuaron: Desde la Suprema Corte, José María Iglesias declaró ilegal la reelección de Lerdo, y, como había ocurrido en 1857 con Juárez, reclamó la presidencia de la república. Creía el bueno de Iglesias que estaba en una posición de fuerza, porque las tropas del gobierno habían sido derrotadas en Tecoac. Pero no contó con que Díaz no iba a permitir que nadie más se sentara en la silla presidencial.

Lerdo intentó medidas emergentes; nombró nuevo gabinete. Pero, inteligente como era, se dio cuenta de que ya no tenía respaldo político, e indefensa la capital, por haber enviado la guarnición a engrosar al ejército derrotado en Tecoac, salió de la ciudad de México con su gabinete, y después de una accidentada persecución, se exilió a los Estados Unidos.

La prensa abandonó por una temporada las ácidas caricaturas que produjo por docenas, y publicó retratos realistas de un Porfirio Díaz triunfante, que, con un golpe de fuerza, se había adueñado del poder. Circuló una canción más que lo celebraba:

¡Viva, viva Porfirio,

Y su tropa liberal!

¡Que viva, viva el valiente,

El grande militar!

Ya no queremos tiranos,

Abajo el Dictador

¡Que muera, que muera,

El infame opresor!

El “Dictador”, naturalmente, era el depuesto Sebastián Lerdo de Tejada, quien, pese a todo, jamás persiguió a aquella prensa que tan duro retrato de él pintó.