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Dijo “no” y esperó a la muerte: el drama de don Alejo Garza

Es historia larga la normalización de la violencia desatada por el crimen organizado. Hay, en el territorio mexicano, regiones que ya no conocen otra ley que la que dictan los narcos o los cárteles de la zona. La gente opta por hacerse invisible, por salir poco, por resignarse, o por escapar, dejando casa, pertenencias. Quienes se rebelan a la brutalidad de ese poderío criminal, se ganan el castigo de las balas.

historias sangrientas

De familia de madereros, Alejo Garza dejó su natal Nuevo León para establecerse en Tamaulipas. A quince kilómetros de Ciudad Victoria hizo florecer el rancho San José, que despertó la ambición del crimen organizado.

Alejo Garza dejó su natal Nuevo León para establecerse en Tamaulipas. A quince kilómetros de Ciudad Victoria hizo florecer el rancho San José, que despertó la ambición del crimen organizado.

Los mandó directo al diablo. Sin dudarlo ni un segundo. Le dieron veinticuatro horas para que lo pensara. Si se ponía necio, ya sabía lo que pasaría. Alejo Garza Tamez sabía de sobra lo que pasaría, y sabía de sobra lo que, de todas maneras, volvería a contestar. Que se fueran al diablo, que chingaran a su madre, que no les iba a entregar su rancho. Lo más seguro era que lo mataran, pero no estaba manco, ni atado de manos. A sus 77 años, le iban a contar de narcos. Bastante había visto en el pasado reciente en esa tierra tamaulipeca que, a fuerza de trabajo y esfuerzo, él había hecho florecer.

La decisión de Alejo Garza estaba tomada desde que vio llegar a los Zetas a las puertas del rancho San José: él no iba a salir corriendo; él no iba a doblegarse. Si eso significaba morir baleado por aquellos criminales, ya estaría de Dios. Pero no se iban a ir limpios. Alejo Garza Tamez se iba a llevar por delante a cuantos pudiera.

UN HÉROE CONTEMPORÁNEO

Hace mucho que el calificativo de “héroe” le resulta incómodo a los historiadores y a los analistas de temas de seguridad. Pero el imaginario y la cultura populares no vacilaron en convertir a Alejo Garza Tamez en un héroe del violento Tamaulipas en noviembre de 2010, cuando se rehusó a entregar al grupo criminal Zetas el rancho que había levantado con su esfuerzo personal. ¿Por qué don Alejo, como se le conoció en todo el país, adquirió esa categoría? Por no haberse doblegado a los caprichos del crimen organizado. Por haber tenido la entereza a decirle “no” a quienes, hace 13 años y ahora, están seguros de que su voluntad es la única que prevalece, por encima de leyes y autoridades.

La historia del “no” de Alejo Garza estremeció al país entero como una cruenta instantánea, tomada siete días antes de la conmemoración del centenario del inicio de la revolución maderista de 1910. La fama de ese “no” y de sus consecuencias rebasaron las fronteras de México. El valor de enfrentarse en soledad a uno de los grupos criminales más notorios, violentos y organizados, los Zetas, convirtió a aquel anciano nacido en Nuevo León, pero tamaulipeco por decisión, en un símbolo de resistencia a la normalización de la presencia del narcotráfico y las muchas operaciones que de él se derivan.

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Porque los Zetas se presentaron en el rancho San José, el 12 de noviembre de 2010, con la tranquilidad que da la impunidad y la certeza de que, sea por incapacidad o por corrupción, no hay autoridad policiaca o militar, estatal o federal, que se oponga o resista a sus movimientos.

El San José es un rancho de 2 mil hectáreas, ubicado a unos 15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas, entre los municipios de Padilla y Güémez. En él, en noviembre de 2010, se trabajaba en agricultura y ganadería; se criaban yeguas y caballos, se promovía la pesca. Era sabido que don Alejo, como era conocido en los alrededores, era desde su juventud, un aficionado a la caza, con reconocimientos otorgados por varios clubes. Gran entusiasta de las grabaciones de video, tenía numerosos materiales que daban cuenta de sus logros en la materia.

Ciertamente, el San José era un buen sitio: daba trabajo, se podía vivir con honestidad si se era empleado de don Alejo. Era demasiado atractivo para los delincuentes de la zona, que poco a poco se habían ido apoderando de otros sitios, con el mismo método: amedrentar a los propietarios, amenazarlos de muerte si no se marchaban, a toda prisa, de sus hogares. No solían encontrar resistencia. Se quedaban con casas, con ranchos que volvían bases de operaciones, sitios donde enterrar a sus enemigos. El rancho San José resultaba una tentación. En el otoño de 2010, los Zetas decidieron que lo querían para ellos.

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No se hubieran imaginado que el dueño, un viejo de 77 años, los iba a mandar al diablo, y con ello, iba a escribir una página insólita en la historia criminal mexicana.

LA AMENAZA

El 12 de noviembre, un grupo de Zetas se presentó en el San José, exigiendo hablar con el dueño. Alejo Garza los encaró con seriedad. Escuchó la amenaza: tenía 24 horas para marcharse del rancho, con sus trabajadores y su familia. Ellos, los Zetas, con fama sobrada de violentos, volverían al día siguiente y matarían a todo aquel que se empeñara en permanecer ahí.

Pero no lograron asustar al anciano, quien los escuchaba calmosamente, acaso hirviéndole la sangre. No, no pensaba irse de su rancho, que había ido fortaleciendo al paso de los años. Había crecido en Allende, Nuevo León. Venía de una familia de leñadores y madereros. Desde chico era cazador y pescador; tuvo siempre fama de ser un buen tirador. En Allende, además del negocio familiar, que lo llevó a viajar por Chihuahua y Nuevo León, hizo negocios de avicultura. Luego, compró el rancho San José, en Tamaulipas, y lo convirtió en la expresión de sus sueños, los de un norteño trabajador.

No. Definitivamente no tenía intenciones de dejar el rancho. Los Zetas apretaron: volverían la madrugada del 13, poco menos de 24 horas después. A los que se encontraran ahí, les tocaba plomo. Como si no se supiera lo que costaba llevarles la contra. Luego, subieron a sus camionetas y se fueron.

Para Alejo Garza, las cosas estaban claras: mandó llamar a todos los trabajadores del rancho. Les pagó hasta el último peso. Los mandó a sus casas, con sus familias, y ordenó que nadie se presentara a trabajar al día siguiente. Se aseguró que su familia estuviera lejos. Cuando en el San José no quedaba nadie más que él, empezó a desarrollar algunas ideas que rumiaba mientras ponía a salvo a su gente. El país se enteraría de su estrategia cuando ya estaba muerto.

LA BATALLA

En la madrugada del 13 de noviembre, unas doce camionetas llegaron al rancho San José. A bordo de ellas, viajaba un grupo de sicarios, de Zetas bien armados con piezas de alto poder. Iban a tomar posesión del rancho. Pero el lugar no estaba completamente abandonado. Alguien había decidido hacerles frente.

Eran, al menos, una docena de Zetas. Anunciaron su entrada al rancho con ráfagas de “cuernos de chivo”. Un tiro que salió de la casa principal les advirtió que el rancho aún no era suyo. Había un pinche necio que no se había marchado. No podía ser otro que el viejo aquel, el dueño del San José. En fin, que si eso quería, plomo le iban a dar de sobra, antes de mandarlo al otro mundo.

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Pero las cosas eran diferentes esa vez. A la ráfaga que dispararon sobre la casa principal, les respondieron con tiros de escopeta. La furia invadió a los criminales: no estaban acostumbrados a que nadie les dijera “no”, y mucho menos, que alguien se atreviera a echarles bala. En el San José había al menos uno, dispuesto a morirse en la raya, y con toda la voluntad de llevarse por delante a cuantos fuera posible.

Fueron horas terribles. Al país entero le conmovería imaginarse a un hombre de 77 años, solo en su rancho, parapetado, dispuesto a morir peleando. Cualquiera habría salido corriendo, dejando a los narcotraficantes en posesión del rancho, antes de que se cumplieran cinco minutos de tiroteo. Pero Alejo Garza Tamez decidió que, si el precio por no regalarles el San José a los Zetas, era su vida, estaba muy dispuesto a pagarlo.

EL HORROR LLEGA CON LA LUZ DEL SOL

Naturalmente, la historia de las amenazas de los Zetas contra el dueño del San José se extendió por los municipios de Padilla y Güémez. Corrió la voz de alerta, que se volvió denuncia. Alguien tenía que ayudar a don Alejo. Había sol cuando elementos de la Marina Armada llegaron al San José.

Lo que encontraron fue una historia de resistencia como pocas se pueden encontrar en el pasado reciente: todo el rancho estaba semidestruido. En todas partes había huellas de disparos. Los sicarios echaron mano de armas de muy diverso calibre. La casa principal no solo tenía impactos de balas. También habían lanzado granadas contra ella.

Los marinos avanzaron con cautela. Poco a poco fueron encontrando las pistas para comprender qué había ocurrido ahí. Pero no se trataba de la historia trillada de narcos asesinando a quienes se oponen a sus designios. Encontraron media docena de hombres tirados en las inmediaciones de la casa. Todos eran Zetas; cuatro estaban muertos, y dos heridos.

Cuando entraron a la casa, comprendieron que Alejo Garza Tamez había puesto en práctica sus mañas de viejo cazador para enfrentarse a los Zetas: reunió todas sus armas de cacería; sacó todas las balas que tenía. Iba a dar pelea y si querían el rancho, su trabajo les iba a costar.

Don Alejo había montado armas en todas las ventanas de la casa. Pudo moverse, accionándolas, y por eso tuvo más probabilidades de enfrentar a los invasores. Cuando la Marina exploró la casa, encontró montones de casquillos percutidos. Era claro que el anciano había dado batalla. Encontraron el cuerpo del dueño del San José, con un tiro en el pecho y otro en la cabeza. Tenía heridas producidas por las esquirlas de las granadas que, exasperados por la resistencia, los Zetas arrojaron contra la casa.

Pero no habían podido quedarse con el rancho. Abandonaron el lugar poco antes de que llegara la Marina, creyendo muertos a los dos sicarios que solamente estaban heridos. Poco a poco se reveló aquella sangrienta historia de coraje. Cuando la prensa de Ciudad Victoria llegó a cubrir el suceso, encontraron todo destrozado; la Marina informó que había más de mil impactos de armas de fuego sobre la casa. En el interior, los objetos de la vida cotidiana, pequeños y grandes, mostraban la intensidad del ataque.

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La muerte de Alejo Garza se volvió noticia de primera plana en todo el país. No era un crimen cualquiera, uno más entre las decenas que se cometen a diario en México. Era el asesinato de un hombre que se atrevió a decirle “no” al crimen organizado.

DON ALEJO O LA RESISTENCIA ANTE EL MAL

El expediente del asesinato de Alejo Garza y el ataque al rancho San José tiene, a lo más, 200 hojas. Las indagaciones para dar con los sicarios que sobrevivieron al enfrentamiento jamás avanzaron. En algún lugar de Tamaulipas, es probable que algunos de los asesinos sigan en esa brutal espiral que es la vida de quienes se unen al crimen organizado.

Pero Alejo Garza dejó de ser, solamente, el norteño trabajador y resuelto que decidió jugarse la vida para defender lo suyo. Cineastas, escritores y creadores gráficos decidieron que aquel hombre era un héroe, con todas sus letras, al ejercer resistencia contra una criminalidad que asfixia municipios enteros de nuestro país.

Después de su asesinato, Alejo Garza se convirtió en héroe de la cultura popular: se han compuesto canciones acerca de su fin, existen largometrajes, documentales y cortometrajes sobre su caso, y los valencianos Max Vento y Ricardo Vílbor lo convirtieron en el protagonista de un cómic:

Después de su asesinato, Alejo Garza se convirtió en héroe de la cultura popular. Los valencianos Max Vento y Ricardo Vílbor lo convirtieron en el protagonista de un cómic: "El Viejo y los Narcos".

Existe un documental sobre don Alejo, su vida y su muerte, “El valiente ve la muerte solo una vez”. También se produjo un cortometraje, “Masacre en San José” y la película de acción “El ocaso del cazador”. Hay un par de canciones que aluden al drama del San José: “La última cacería” y “El corrido de Feliciano”. Don Alejo llegó hasta el mundo de la novela gráfica, y es el protagonista de un cómic editado en francés, “El viejo y los narcos”.

Con admiración, el escritor y periodista español Arturo Pérez-Reverte recreó la historia del dueño del rancho San José: “Es así como imagino a don Alejo: sentado en la oscuridad con un rifle semiautomático entre las piernas, los bolsillos llenos de cartuchos, un tequila en una mano y la brasa roja de un cigarrillo en los labios, entornados los ojos para escudriñar la noche, atento a los sonidos del exterior. Recordando a ratos su vida. Esperando”. Aunque la de Alejo Garza no es sino una más de las historias sangrientas que documentan el desarrollo de la criminalidad en México, y a pesar de que puede ser que se pague un alto precio, todavía es posible decir “no”.