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La tragedia de una estrella: Lucha Reyes, suicida

Parecen tenerlo todo, y se convierten en bellas muertas que, al dejar este mundo, nos heredan los secretos que quisieron resguardar en la eternidad. Entonces, esos rostros se vuelven carne de nota roja, se revelan pasiones, fracasos, soledades inmensas que pocos sospechaban. Pero ya no hay vuelta atrás. Los suicidios de las grandes estrellas de la primera mitad del siglo XX mexicano tocaban el alma de quienes las seguían en el cine o en la radio

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Su voz le abrió la senda del éxito. Lucha Reyes empezó a alternar, en la pantalla de plata, con estrellas como Jorge Negrete

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Contó cuarenta tabletas en el frasco. Empezó a tomarlas. Una, dos, tres, cuatro… y así, hasta veinticinco. Se detuvo. Estaba segura de que no necesitaba más para desaparecer del mundo. Una neblina densa le empezó a invadir la cabeza. Los sonidos empezaron a apagarse. María de la Luz no estaba. No la vería morir. ¡Pobrecita niña! La chiquilla de once años ni se imaginaba que, cuando su madre, la muy famosa cantante Lucha Reyes, la envió a la farmacia a comprarle una medicina, era porque estaba preparando su suicidio.

Era famosa, se contaban por millones quienes la aplaudían cuando aparecía en películas, que no se perdían sus presentaciones en la radio y sus discos se vendían muy bien. Y sin embargo, a Reyes, una de las reinas de la canción ranchera de México, la vida le dolía. Cada nueva mañana era el preámbulo de una jornada de dolor que no cesaba, y que el cariño de su pequeña no alcanzaba a desvanecer.

SALA DE URGENCIAS

Había perdido la conciencia cuando María de la Luz la encontró. A la niña le extrañó que su madre se hubiera encerrado a dormir. No entraba en sus hábitos, ni siquiera en aquellos días de honda depresión. Lucha Reyes se movía por su hogar como un fantasma, muerta en vida, pero no se refugiaba en el pesado sueño de los deprimidos.

Por eso, cuando la niña entró al cuarto de su madre, se dio cuenta de que algo terrible ocurría. Lucha Reyes estaba inconsciente. Junto a ella, el frasco que María de la Luz había comprado unas horas antes. Acostumbrada ya a los altibajos emocionales de Lucha, la pequeña se dio cuenta: su madre había intentado suicidarse y, probablemente, lo había logrado. No lo dudó: salió corriendo de la casa. A un par de cuadras, vivían sus tíos, Carmen Reyes y Manuel Flores, quienes corrieron con la niña para intentar rescatar a Lucha. La encontraron convertida en una sombra, apenas respiraba. Llamaron a la Cruz Roja. Una ambulancia llegó pocos minutos después, y partió a toda prisa hacia un hospital en la calle de Durango, en la colonia Roma.

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Lo que quedaba de Lucha Reyes entró en camilla a la sala de urgencias. Los médicos le aplicaron varios lavados intestinales, peleándole a la muerte la existencia de aquella mujer. Todos los recursos de los que disponía la medicina de emergencia en aquel junio de 1944, fueron aplicados. La mujer seguía en un estad comatoso; nunca recobró la conciencia. Con el alma en un hilo, la pequeña familia que aguardaba en la sala de espera, estaba pendiente de cualquier dato, por pequeño que fuese, que diera una pizca de esperanza; que permitiera creer que Lucha Reyes no se moriría.

Los médicos inyectaron a su famosa paciente dosis de estricnina y de coramina, en un esfuerzo para contrarrestar los efectos de los barbitúricos que la cantante había ingerido. Ayudaban a los agotados pulmones de la mujer con oxígeno y una transfusión de emergencia.

En sus primeros años de cantante, Reyes se asociaba con otros colegas. Pero después de 1928 decidió que ella sola se bastaba para llegar al éxito.

En sus primeros años de cantante, Reyes se asociaba con otros colegas. Pero después de 1928 decidió que ella sola se bastaba para llegar al éxito.

Pero nada funcionó. Lucha Reyes no reaccionó a los esfuerzos médicos. Murió en la madrugada del 25 de junio de 1944. De estrella, pasaba a ser una inmortal, una de esas mujeres de las que permanece el recuerdo de su muerte prematura, envuelta en la soledad y la desdicha.

En el fondo, lo que había ocurrido es que Lucha Reyes se había cansado de vivir.

UNA REINA DE LA CANCIÓN RANCHERA

María de la Luz Flores Aceves, tapatía nacida en 1906, estaba destinada a brillar en el mundo de la canción popular. Quienes la vieron actuar en el apogeo de su popularidad hablaban de esa presencia poderosa, de esa voz sonora que , con la ayuda de unos tragos de tequila, parecía fundirse en una peculiar mezcla de fuego y melodía.

Siempre le gustó cantar. Desde muy niña. En Guadalajara llegó a ganar un concurso que le valió ser nombrada La Reina del Mariachi. La búsqueda de la fama impulsó a la familia a moverse hacia la ciudad de México. Como tantos otros, llegaron a rumbos humildes, en lo que la diosa Fortuna se fijaba en ellos. Fueron días de penuria. Luz, Lucha, dejó la primaria. No había dinero para permitirse esos lujos. Pero la tentación del canto seguía ahí. La chamaca fue a enrolarse en el coro de la cercana iglesia del Carmen, a pocas cuadras del Zócalo. Aquello la entusiasmó. Luego, siguió un debut en una carpa del rumbo de la colonia Morelos, en la Plaza de San Sebastián.

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El talento de la muchachita afloraba no bien se paraba en el escenario. Alternaba con cantantes mayores que ella y con muchas más horas de vuelo. Quería triunfar; sentía que su voz la llevaría a la cima. Fue audaz. Le dijeron que su voz merecía estudio, preparación. Lucha decidió apostar fuerte: se iría a Estados Unidos para estudiar canto. Era 1920, y soñaba con volver a su patria convertida en una estrella, tal y como soñaba. El asunto del estudio pasó a segundo plano cuando fue contratada para una gira de varios artistas por la Unión Americana. Le fue bien, muy bien. Ganó dinero, le llovían aplausos. Incluso, se enamoró de un periodista, Gabriel Navarro. Se casaron muy pronto.

Ella creía que había alcanzado la felicidad, casi sin darse cuenta. Se embarazó. Pero, a los pocos meses, un aborto espontáneo le quitó a su hijo. La pérdida rompió por dentro a Gabriel, quien nunca se repuso. Empezó a tratarla mal; parecía que la culpaba de la pérdida del bebé. Acabaron divorciándose.

EN LAS GARRAS DEL TEQUILA

Un trago para darse ánimos. Unos tragos para olvidar el dolor del matrimonio quebrantado. Una botella para no pensar en el bebé muerto. Poco a poco, Lucha Reyes empezó a depender del alcohol. Y aún así, su talento le abría las puertas. Regresó a México, y se asoció con unas hermanas. Querían hacer un trío. Sus nuevas socias eran Ofelia y Banca Ascencio.

Su voz era única, inconfundible. Era áspera y aguardentosa. La voz de Lucha Reyes era como su ánimo: duro, fuerte, poderoso.

Su voz era única, inconfundible. Era áspera y aguardentosa. La voz de Lucha Reyes era como su ánimo: duro, fuerte, poderoso.

Se anunciaban como el Trío Reyes-Ascencio, pero la alianza no funcionó. En esos tempranos años veinte, Lucha ya padecía un severo alcoholismo. A menudo, las presentaciones terminaban con Lucha completamente alcoholizada, peleándose con cualquiera que se le acercaba. Las hermanas Ascencio no querían problemas y cortaron la sociedad. Ellas se harían famosas al sustituir a Lucha con Julia Garnica. El Trío Garnica-Ascencio llegaría al estrellato.

Lucha Reyes no se dio por vencida. En 1927, unida al Cuarteto Anáhuac, se fue a Europa, de gira. Los alemanes conocieron aquella voz poderosa, se sorprendieron ante la música mexicana. En Berlín enfermó: una grave infección de garganta la mantuvo fuera del escenario casi un año. Luego, la necesidad la puso en movimiento.

Pero su voz había cambiado: seguía siendo intensa, fuerte, pero el padecimiento en la garganta le dio una textura áspera, aguardentosa, como si Reyes viviera siempre al borde de algo que le estrujaba el corazón. Era una reina de la canción ranchera, pero una reina bronca, agresiva. Dispuesta a jugarse el corazón en cada pieza que interpretaba. Era buena, después de la enfermedad fue única. Había nacido el estilo de Lucha Reyes.

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Decidió que ya no necesitaba andar buscando agrupaciones a las qué integrarse. Sería ella y solo ella: Lucha Reyes. Fueron tiempos de grandes éxitos: "La Tequilera", "¡Ay Jalisco no te rajes!", "El Corrido de Chihuahua", "El Herradero", "La Panchita", "Traigo un amor", "El Castigador", "Rayando el sol", "Caminito de Contreras", “Juan Colorado”.

Logró integrarse al selecto club de los mexicanos que triunfaban en Estados Unidos. En 1930, un empresario, Frank Founce, la llevó a Los Ángeles, para que se presentara en el Million Dólar Theater. Reyes fue un éxito, y arropada en su triunfo, regresó a México para que la industria cinematográfica la atrajera.

Actuó y cantó al lado de Jorge Negrete, del Indio Fernández, de Pedro Armendáriz, de Gloria Marín, de Domingo Soler. Sus admiradores no se perdían las películas, y luego corrían a escucharla cantar, botella de tequila en mano.

Era inevitable que la adicción al alcohol empezara a cobrar su tributo. Hacia el inicio de la década de los 40, Lucha dependía cada vez más del tequila. Era la estrella de los espectáculos del empresario Paco Miller, la cabeza de la compañía, y aún así, días hubo en que Lucha no estaba en condiciones de salir a actuar, porque ya no era un trago para soltarse, ni el “farolazo” en el escenario para entusiasmar a la audiencia. Empezó a ocurrir que Lucha Reyes estaba tan bebida que ni siquiera podía caminar ante su público.

LA SOLEDAD LA LLEVÓ A LA MUERTE

Lucha nunca había pensado seriamente en volver a casarse. Aquel periodista había sido el amor de su vida. En mayo de 1944, murió su ex suegra, a quien profesaba un gran cariño. La cantante se derrumbó. Bebía mucho más, perdió la alegría de vivir. Empezó a deteriorarse. Hoy diríamos que Reyes atravesaba por un episodio depresivo mayor.

Pero en 1944 nadie se tomaba tan a pecho esas cuestiones; nadie pensaba en el perro negro de la depresión como una fiera de cuidado. Había que echare ganas ya, así era la vida. Una botella de tequila para darse ánimos, y a la siguiente presentación, al siguiente disco. Fueron días negros. Y, de repente, a fines de mayo, parecía que Lucha Reyes se recuperaba. Dejó de beber. Se veía agotada, pero nada hacía pensar en que la cantante estaba quebrada por dentro, que ya no tenía nada para dar a sus admiradores.

Todos se equivocaron. Lucha estaba agotada. Tanto, que no pensó que dejaba a su hija en la orfandad. No tenía aliento para seguir siendo la cantante exitosa, ni para ser una madre adecuada para María de la Luz. Por eso la mandó a conseguirle la llave de la puerta que llevaba a ese punto del universo a donde no llegan los ruidos ni se siente hambre, miedo o sed.

EL ENTIERRO DE LA GRAN LUCHA REYES

El procurador de justicia del Distrito Federal influyó para que no se hiciera autopsia al cuerpo de Lucha Reyes. Era muy claro lo ocurrido, y así se reflejó, al día siguiente, en los periódicos. Empezó el lento y copioso fluir de los admiradores, de los entusiastas de la voz inolvidable de aquella mujer. Día y medio duró aquel lento río oscuro que se despedía de la cantante que ya no tuvo fuerzas para vivir.

Antes de que cerraran para siempre su ataúd, un amigo muy cercano de Lucha, escultor de oficio, Arturo Garres, se acercó, y con cuidado infinito hizo una mascarilla de aquel rostro atormentado. Anunció Garres que le haría una estatua a Lucha, para que nadie la olvidara cómo había sido en los escenarios.

Y allí iba la multitud, siguiendo a Lucha, en su camino hacia el Panteón de Dolores. Le cantaron "La Tequilera", "Guadalajara" y "La Panchita", que eran parte de su personalidad.

La muchedumbre llegó al Lote de Actores del viejo Panteón Civil. A esa mujer que se había muerto de soledad, la acompañaban sus colegas, Cantinflas y Jorge Negrete, líderes sindicales, toda la compañía del cabaret Casablanca. Se iba Lucha Reyes arropada en una suave brisa teñida de negro. Ya no importaba. Aunque hubieran sido los aplausos de México entero, resultaban insuficientes para mantener con vida el corazón de aquella mujer.