Escenario

120 latidos por minuto: Un apasionado grito de igualdad

En la más reciente edición del Festival de Cannes se presentó este inquietante drama sobre el estado de impotencia, desesperación y frustración que viven un grupo de jóvenes que padecen SIDA

Orgullo Gay
Orgullo Gay Orgullo Gay (La Crónica de Hoy)

En la más reciente edición del Festival de Cannes se presentó este inquietante drama sobre el estado de impotencia, desesperación y frustración que viven un grupo de jóvenes que padecen SIDA. El cineasta francés Robin Campillo nos muestra una historia impactante y triste con un tono realista, casi documental, que con sus 120 latidos por minuto toca el corazón de los espectadores que quizás se vayan sobrecogidos de la sala de cine.

La historia que nos muestra se desarrolla en Francia, a principios de los años 90. Un grupo de jóvenes activistas conocidos como Act Up multiplican sus medidas para luchar contra la indiferencia del gobierno e intentan generar conciencia sobre lo letal que es el virus. Particularmente, la historia se centra en Nathan, un recién llegado al grupo, se enamora de Sean un chico enérgico y radical que gasta su último aliento en esta ponderosa y emotiva lucha.

Se trata de una película que en su narrativa encuentra la sensibilidad precisa para abordar temas como la devastación de los personajes, de una forma no tan manipuladora como se ha abordado el tema del SIDA en el cine. No es tan personal como aquella magnífica y desgarradora historia de Un corazón normal (2014), ni tampoco apuesta a conmover como lo hace aquella prosa melancólica de Philadelphia (1993), ni mucho menos tiene esa lírica entro lo hostil y lo vigoroso que se mostró en la descarnada El club de los desahuciados (2013). No, Campillo apuesta a mantener su mano en la cámara de una manera más firme y realista para tener un poco de estas películas mencionadas.

Sin duda alguna, en el realismo de los personajes es en donde ha encontrado la mayor virtud de su estética y propuesta argumental, y aunque tiene sus excesos, ya sea de tiempo o con la inclusión de escenas un tanto innecesarias, todo defecto queda relegado a tener una menor importancia ante el relato que nos presenta: es crítica en su discurso político, es emotiva en su carácter de la relación amorosa que se muestra, es audaz en su exposición sexual y es fría en el tratamiento de la muerte, pero sobre todo es apasionada en su grito sobre la igualdad que tanto anhelan sus personajes.

El cineasta utilizó la lucha activista como el personaje central sin embargo, el filme cuenta con actuaciones lo suficientemente sólidas para destacar a Nahuel Pérez Biscayart actor de origen argentino que hace una grandísima interpretación. En la parte femenina Adele Haenel (La chica Desconocida) resalta también.

Este filme de Campillo que llega a las salas de cine nacionales este fin de semana, es fundamental para concebir la percepción francesa de esta lucha de una comunidad vulnerada y que ha vivido contra el prejuicio: un nuevo clásico del cine gay.

Desde hace algunos años el actor Robert Pattison ha tenido su propia lucha por liberarse de aquel personaje de la saga Crepúsculo. Le ha costado trabajo pero con el tiempo nos ha convencido de que no se trata de un producto de Hollywood y el best seller, sino que se ha puesto a prueba con interesantes interpretaciones desde sus trabajos con David Cronenberg hasta esta maravillosa interpretación para los hermanos Safdie. Después de que el robo chapucero de un banco acabe con su hermano pequeño en prisión, Constantine Nikas (Robert Pattinson) se embarca en una odisea a través del mundo subterráneo de la ciudad en un intento, tan desesperado como peligroso, por conseguir el dinero de la fianza para poder sacar a su hermano de la cárcel. Este thriller, que también tiene tintes de una comedia negra, fue aplaudido con mucho mérito en Cannes.

Emilia (Tessa Ia), quien sufre una enfermedad terminal, deja un hospital de Tijuana y junto a su mejor amiga (Camila Sodi) emprenden un viaje hacia Balandra. En el camino se encuentran con Mark (Luis Gerardo Méndez), quien asegura ser un extraterrestre con la misión de destruir el planeta Tierra por considerar a la humanidad (y al amor) un virus. Sin embargo, Mark empieza a dudar de su misión al enamorarse de Emilia, infectándose del virus al que fue mandado extinguir. Este filme tiene una buena propuesta en cuanto a su apuesta por fusionar géneros como la comedia, la ciencia ficción y la fantasía, en su intento por reivindicar el cine comercial mexicano. Sin embargo, la cinta se queda solo en un intento, pues no logra superar los clichés del cine más criticado en México en su tono de comedia, y tampoco logra aprovechar la anécdota sin que se sienta como un manojo de pastiches de otros filmes del mismo estilo.

Dusty (Mark Wahlberg) y Brad (Will Ferrell) se han unido para ofrecerle a sus hijos la Navidad perfecta. Esta nuevo equipo se pone a prueba cuando el papá gruñón de Dusty (Mel Gibson) y el papá ultra cariñoso y tierno de Brad (John Lithgow) llegan para convertir las vacaciones decembrinas en un completo caos. Bajo este argumento se desarrolla la segunda parte de Guerra de papás, que no ofrece más que en el 2015, llegó con la tradicional fórmula de la comedia de “pastelazo”, y aunque en esta ocasión buscan utilizar más el tono de sátira ante este tipo de cine, no deja de sentirse como una película convencional, incluso con escenas con chistes fuera de lugar. Una película que cumple con ser de entretenimiento, que provoca diversión para aquellos que no son sensibles a los temas morales, pero que no ofrece nada más.

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