
La producción de libros en braille y su distribución en librerías, es escasa a pesar de que la cifra de personas ciegas y con baja visión en México rebasa los cuatro millones, de acuerdo con el informe La discapacidad en México, datos del 2014 del INEGI. A esto se suma la existencia de sólo cuatro talleres especializados en braille a nivel nacional y los altos costos de impresión ya que es un proceso de hoja por hoja.
Crónica presenta una entrevista con Gina Constantine, directora de la Constantine Editores, sello que se dedicada a la producción de obras en braille y que el pasado mes de abril fue galardonado con el premio Accessible Books Consortium en la Feria del Libro de Londres. Además, del testimonio de la promotora Hilda Laura Vázquez Villanueva y un recorrido por las librerías incluyentes Educal, El Sótano y Porrúa.
De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública (SEP), en 2017 estaban inscritos 12 mil 22 alumnos con discapacidad visual, de los cuales en primaria mil 200 eran ciegos y 7 mil 900 tenían baja visión, y en secundaria 320 eran ciegos y 2 mil 700 presentaban baja visión.
“Pero ése no es total de la población joven ciega y con baja visión en el país porque hay chicos que viven en lugares lejos de las ciudades, entonces no hay un censo real, muchos no asisten a la escuela porque no existen materiales para ellos”, comenta Constantine.
Cuando Gina empezó el proyecto de braille realizó un estudio para conocer qué tipo de libros había y para qué edades estaban dirigidos. Los resultados fueron escuetos, ya que sí existen libros para niños y muy pocos para adultos.
“Para niños sólo existían los clásicos de dominio público como Caperucita Roja y Blancanieves, pero en versiones recortadas porque el braille tiende a aumentar el número de páginas al momento de imprimirse. Es decir, si el libro de Blancanieves tiene 56 páginas, en braille tendrá 80 y tantas”, precisa.
Imprimir en braille es caro y por lo tanto, también el costo del libro aumenta, añade la editora.
—¿Cómo imprimen sus libros?
—Hoja por hoja. Primero mandamos a imprimir el libro en tinta, después se envía a taller de braille, ahí la máquina —que es como una impresora vertical— empieza a pasar hoja por hoja, no es rotativa, aunque sí las hay y ésa la utilizan para los libros de texto gratuito.
—¿Por qué su editorial no usa rotativas?
—Los libros de la SEP no incluyen texto en tinta, es decir, sólo es una hoja en blanco con los puntos del braille, entonces no importa dónde caiga el punto. En nuestro caso, nuestros libros tienen imagen y hacemos una adaptación de la historia al braille. Eso lo encarece.
La editorial Constantine hace libros a color, con imágenes, con letras del abecedario español y sobre éstas imprime los puntos del sistema braille, para que la persona con discapacidad pueda compartir su lectura con cualquiera y para que en caso de que alguien quiera leerle la historia a un ciego, se esfuerce en describir la imagen del libro.
Sobre el número de talleres con impresoras para braille en el país, Gina Constantine indica que sólo hay cuatro y se ubican en la Ciudad de México. “Hay dos más, una en Aguascalientes y en San Luis Potosí pero ignoro si aún funcionan”.
El catálogo de Constantine Editores incluye títulos que sirven de apoyo en el aula escolar, por ejemplo: Los reptiles no son monstruos. Dinosaurios y reptiles, ¡Quiero ser astronauta!, Ciegos ilustres en la historia, Puntos con tacto. El ABC del braille y ¿Qué dijiste? Los sonidos.
“La selección de los temas fue fácil, nos preguntamos ¿qué temas ven los chicos en el colegio? Fue así que incluimos naturaleza, astronomía, biografías. Imprimimos obras por encargo, lo más que podemos tener en stock son 50 colecciones, pero si nos hacen un pedido, hacemos el tiraje que nos pidan”, comenta Constantine.
—¿En dónde se distribuyen sus libros?
—Lamentablemente de las siete mil 427 bibliotecas públicas que existen en el país, sólo 100 cuentan con libros en braille. Como editorial, la SEP adquirió 8 de nuestros títulos para imprimirlos y la colección completa se encuentra en la librería Elena Garro, en la Ciudad de México.
Esta librería ubicada en el barrio Santa Catarina, en Coyoacán, fue la primera incluyente y de acuerdo con Gina, este año la cadena Gandhi se sumará a la lista de librerías incluyentes, entre las que ya se encuentran Porrúa y El Sótano.
“Son incluyentes porque tienen un espacio para la exhibición de nuestros libros y de otras editoriales que producen obra en braille. La exhibición correcta es importante porque los libros en braille tienen espiral y no pueden colocarse con el lomo hacia afuera, no pueden estar muy pegados unos con otros porque el punto (del braille) se aplasta y entonces los ciegos no pueden detectarlo porque debe tener un relieve específico. En la Elena Garro están con la portada expuesta”.
La también licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y egresada de la maestría de Alta Dirección, no acudió a una escuela exclusiva de ciegos, su mamá tuvo que aprender braille para adaptar sus libros de texto y los que por falta de tiempo, no podía transcribírselos, se los leía.
“En la secundaria y preparatoria ya no usé libros en braille, porque ya no había material; y cuando ingresé a la universidad, menos. Soy licenciada en Trabajo Social y tengo la maestría en Alta Dirección. He tenido diferentes oportunidades laborales en las cuales, dependiendo del contexto, he tenido que ocupar braille en diferentes grados; en donde más lo usé fue en mi primer trabajo, en un conmutador donde el directorio tenía mil 200 extensiones en braille”, cuenta.
Por su experiencia y formación, Hilda Vázquez ha trabajado tanto en instituciones públicas como en privadas, hasta hace dos años era trabajadora social en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero un accidente hizo que renunciara. Ahora dirige el Despacho de consultoría en inclusión y discapacidad, en donde diseña estrategias de inclusión para diversas instituciones.
“El braille es un sistema exclusivo para ciegos, impulsado por ciegos, usado únicamente por ciegos y que va en decadencia porque ya no hay personas que lo enseñen bien. Hay una deficiencia en el sistema educativo. Si quieres estudiar para maestra en educación especial, en el plan de estudios ya no aparece el braille como materia básica, está como una herramienta complementaria, es decir, puedes egresar como maestra de niños ciegos y no saber braille. Es una ironía”, platica.
Hilda Vázquez comenta que actualmente muchas de las personas que pierden la vista, la pierden en edad adulta como consecuencia de la diabetes y a esa edad, la gente pierde sensibilidad en los dedos, además de que se apoyan en las herramientas de tecnología, “entonces ya no les gusta aprender braille”.
Estos problemas hacen que la lectura en braille tenga pocos lectores junto con los altos precios de imprimir publicaciones. “De que hay recursos, los hay. México y Brasil son los países a nivel Latinoamérica que compran impresoras para braille; sí las hay, son cerca de 500 en todo el país, pero muchas están embodegadas”.
Para ejemplificar, Hilda Vázquez menciona a dos instituciones que cuentan con dichas impresoras especializadas: la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México, el Instituto de las personas con discapacidad de la Ciudad de México y los Centros de Atención para Personas con Discapacidad. “No hay gente capacitada para usarlas, porque cuesta caro y porque nadie conoce bien el sistema”.
Sobre las estadísticas de personas ciegas y con visión baja, Hilda Vázquez explica que no hay un censo para saber en dónde están las personas con discapacidad y por lo tanto no se conocen sus indicadores socioeconómicos, por ejemplo, la SEP indica que la población infantil menor de 14 años que vive con alguna discapacidad, el 60 por ciento sabe leer y escribir, pero “no hacen una clasificación de discapacidad de si son sordos, ciegos”.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), en México hay aproximadamente 12 millones de personas con discapacidad, no obstante, el INEGI reporta una cifra menor. “El INEGI dice que aproximadamente somos 4 millones de ciegos y de baja visión, de los cuales, el 40 por ciento conoce el braille pero no lo usa”.
Otro error educativo, añade, es la edición de los libros de texto. “Nosotros llamamos adaptaciones o adecuaciones curriculares la acción de pasar de la letra en tinta al braille y en esa adaptación existe el problema de que las palabras no cambian pero el uso, sí”.
Por ejemplo, agrega, “cuando tienes un libro de primaria y estás viendo los animales vertebrados y las instrucciones indican: de las siguientes figuras encierre en un círculo los animales vertebrados, el niño piensa ¿cuál siguiente figura? Lo que se debe hacer es describir la figura porque el resultado para los niños debe ser el mismo para cualquier niño de su edad y nivel. Pero esas adaptaciones curriculares la gente no las sabe hacer”.
“No tenemos por el momento libros en braille”, comenta un empleado de la librería Porrúa. “No manejamos esos libros, quizá en Gandhi tengan algunos”, responde un señor en la librería El Sótano. “No tenemos libros en braille pero contamos con algunos que hablan sobre el sistema braille”, explica un joven que trabaja para Gandhi.
Contrario a lo que sucede en esas librerías, el Centro Cultural Elena Garro tiene en el área infantil un espacio al que llaman “de inclusión”, en donde no sólo exponen los libros en braille, sino que tienen publicaciones para entender las diferentes discapacidades.
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