
La migración alemana remontó el agitado siglo XIX y consolidó su presencia en México. Ya tenían sus pequeños espacios comunitarios que, poco a poco, se diversificaron. Nacieron y renacieron los espacios de convivencia, y complementaron su mundo con la creación de esas otras instituciones que hoy día existen y funcionan: del Club Alemán, hijo de sucesivos espacios, y donde hoy conviven alemanes mexicanos y mexicanos sin diferencias, hasta el Colegio Alemán Alexander Von Humboldt, que ya rebasa el siglo de vida.
Pero para llegar a esa institucionalización y a la intensa vida comunitaria que hoy tienen, tuvieron que sortear días difíciles, como las dos guerras mundiales, el complejo periodo de entreguerras que en México implicó complejos escenarios políticos e incluso, un capítulo amargo: el confinamiento de muchos integrantes de la comunidad alemana en un campo de concentración.
Fueron días de mucha efervescencia los de la primera mitad del siglo XX, en relación a la migración alemana. Incluso en los años que siguieron, se habló de la “germanofilia mexicana”, que hizo aún más compleja la vida política en los años 40 del siglo pasado. ¿Existió esa “germanofilia”? Sí, existió. ¿Tenía que ver con la comunidad alemana? Sí, porque impactó en la forma en que aquellos migrantes sortearon las coyunturas y permanecieron aquí, con todo y sus intereses y sus negocios. Y, como algunas cosas más en México, esa historia empezó en tiempos de don Porfirio, y tuvo que sobrevivir a la complicada circunstancia de la segunda guerra mundial.
El viejo Casino Alemán, ese donde los emigrantes alemanes se reunían a cantar y a conversar antes de 1870, era diminuto. “Era una lonja muy pequeña, nutrida por una comunidad de la ciudad de México, que tampoco era muy grande en aquellos años, pero con el porfiriato, los capitales crecieron y las casas comerciales fueron ganando presencia y fueron cada vez mas importantes”, señala la historiadora del CIESAS, Brígida Von Mentz.
Basta con asomarse a las fotografías del México porfiriano para detectar que, al contrario de lo que afirma el lugar común, según el cual Porfirio Díaz encabezó un gobierno “afrancesado”, con pasión por todo “lo francés”, la admiración por temas e instituciones muy específicos de la cultura alemana, también contribuyó a colocar en un espacio de influencia y visibilidad a una parte de la comunidad establecida en México.
“Porfirio Díaz sí admiraba al imperio alemán y a su káiser. Por eso, los alemanes ricos tuvieron mayor presencia en la prensa y recibieron mayor consideración política, y ellos tuvieron deferencias para el presidente: cuando el Club Alemán cambió su sede de la calle de San Francisco (hoy Madero), a la calle de López, invitó a don Porfirio a la inauguración”. Se sabe que la comunidad tuvo también un club hípico, pero claramente reservado para los integrantes más pudientes de la comunidad.
Así fueron naciendo las instituciones de la comunidad alemana: como todos los que se decidieron a hacer sus vidas en México, buscaron y obtuvieron un espacio para sus muertos: existe aún el Lote Alemán del Panteón de Dolores, pero en los años del México revolucionario, la comunidad obtuvo el permiso para crear el Panteón Alemán de Tacuba, creado entre 1917 y 1918, y administrado hasta la fecha por una sociedad mutualista.
La iglesia Evangélica de Lengua Alemana en México se fundó en 1904, pero el templo que es cabeza de la organización religiosa, el del Espíritu Santo, se consagró hasta 1958.
“Hubo más organizaciones”, añadeVon Mentz: clubes sociales, un club de remo que estuvo en Xochimilco –del mismo modo que hubo un club inglés de remo- “Muchas eran pequeñas instituciones que, por el lenguaje de la época se definían como “de la colonia alemana”, pero que lo mismo podían referirse a 5 que a 50 familias alemanas. Entre esas pequeñas instituciones estuvieron los colegios alemanes de Puebla y de Guadalajara”. De hecho, llegaron a existir, hacia los años 20 del siglo pasado, 11 colegios alemanes, de los cuales solamente permanecen el de Puebla y el Alexander Von Humboldt de la ciudad de México.
Muchas de estas organizaciones comunitarias experimentaron refundaciones a lo largo de los años. Hoy día, quizá las dos más conocidas sean el Club Alemán de México, A.C., con sede en Xochimilco, en la ciudad de México, y el Colegio Alemán Alexander Von Humboldt.
El Club Alemán de México que hoy se conoce se fundó en 1958, y, a diferencia de otras organizaciones comunitarias, en sus orígenes se decidió abrirlo a la participación de socios y potenciales accionistas que no pertenecieran a la comunidad alemana. De un multitudinario “día de campo”, donde hubo fiesta amenizada con música de mariachis, la organización evolucionaría: tenían cabida al Club los mexicanos de ascendencia alemana, los alemanes residentes en México, quienes tuvieran hijos inscritos en el Colegio Alemán y, además, como rezaba la invitación a aquel primer día de campo, “a todas las personas vinculadas amistosamente con la comunidad México-alemana”. En suma, se volvió, si bien un centro comunitario con claras raíces y actividades ancladas en la cultura alemana, siempre tuvo vínculos con los mexicanos con los que convivían todos los días.
El Colegio Alemán es, hoy por hoy, el más grande de su tipo fuera de Alemania. En el caso del proyecto educativo de la comunidad alemana, la figura de Alexander Von Humboldt sí resultó un elemento inspirador y así bautizaron al colegio fundado en 1894, que, después de existir en la colonia Roma de la ciudad de México, fue cambiando de entorno hasta tener las tres sedes de las cuales hoy dispone.
El Colegio Alemán tuvo, desde el principio, el mismo rasgo incluyente que el Club moderno: no solo se diseñó para que los hijos de los emigrantes conservaran sus raíces culturales y lingüísticas; también admitió, desde un principio, alumnos mexicanos o, incluso, pertenecientes a otras comunidades extranjeras asentadas en México;.
Con el Colegio Alemán se asocian, lo mismo, el nombre del periodista Julio Scherer –nieto del banquero alemán Hugo Scherer, llegado a México a mediados del siglo XIX- que el de los empresarios mexicanos de origen japonés Carlos y María Teresa Kasuga. De un puñado de alumnos, que cabían holgadamente en una casa adaptada, pasaron a un espacio claramente escolar en Tacubaya, donde ya eran cientos de alumnos y que, al llegar al siglo XXI, suman más de 3 mil, todos con un pie en cada mundo, vinculados a México y a Alemania.
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