
Proteger las tradiciones de los pueblos es una tarea en la que habrán de participar por igual los gobiernos y las organizaciones privadas y muy especialmente las familias. Las tradiciones enriquecen la vida de los países y de las ciudades, les conforman sus características y los hacen distinguibles.
Las tradiciones dan sentido a los comportamientos individuales y colectivos, por ellas se arraigan las costumbres que pasan a ser sistemas de vida, de creencias, de profesiones, de oficios, de alimentación, de vestimenta, en general del ser y hacer de las personas y sus comunidades.
Las tradiciones no son estáticas, se mantienen por la repetición constante de quienes las siguen y duran mientras haya quien las considere valiosas y por ello las repitan, pero también pueden desaparecer si pierden valor o impiden el desarrollo deseable.
Podríamos decir que el avance de los pueblos y de las instituciones se basa en la capacidad de conservar lo valioso de las tradiciones y en el enriquecimiento de ellas con nuevas prácticas, y con la eliminación de lo que pudiera serles negativo.
México es un país rico en tradiciones; las pasadas celebraciones del 1 y 2 de noviembre nos recordaron las múltiples formas en que cada pueblo o región acostumbran conmemorarlas y así podríamos repasar las de Navidad, Año Nuevo; los distintos aniversarios, los cumpleaños; las de los Santos Patrones, las de la Virgen de Guadalupe…
Pero también tenemos tradiciones muy negativas como la que se estableció pasada la Revolución, cuando los generales excombatientes consideraron que la patria les debía recompensar el haber arriesgado la vida por defenderla y que ese pago debía ser el ocupar la Silla Presidencial; pero como eran varios los “acreedores”, si la ocupaba uno venía el otro a quitarlo porque también tenía derecho y así sucesivamente hasta que llegó el Partido Oficial a evitar los magnicidios
Pero se implantó una nueva tradición (solo ha tenido pocas excepciones). La tradición consistió en que el que ocupaba la silla presidencial se volvía rico; no sólo él, sino sus parientes y amigos y esa tradición ha perdurado y se ha extendido hacia muchos gobernadores y presidentes municipales.
Las “tradiciones” de enriquecimiento de los gobernantes han llegado a tales extremos que con esos desfalcos se podría reducir la pobreza de muchos de los mexicanos especialmente los de Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Guerrero; se podrían mejorar sus comunicaciones y ampliar los servicios de salud y de educación media y superior.
Sería deseable cortar de tajo esas “tradiciones”. No más enriquecimiento con el dinero del pueblo. Se deberá instaurar la tradición de que “gobernar es servir y no servirse” y en estas fechas se presenta la oportunidad de implantarla en definitiva.
El próximo año tendremos uno de los procesos electorales más amplios de nuestra historia. Hemos avanzado en la unificación de fechas para que sólo haya elecciones cada tres años; es una lástima que la reforma municipal haya roto esa uniformidad, ya que el ahorro por la unificación es considerable, sería deseable extender hasta seis, sin reelección, a los gobiernos municipales.
También estamos ante la posibilidad de romper otra tradición, la que consiste en que todos los Presidentes de la República han sido varones. Hoy contamos con mujeres candidatas, especialmente una que va rompiendo barreras y que al alcanzar el poder, seguramente hará que florezca y perdure esta tradición, para lograr que cada vez más mujeres ocupen cargos de gobierno en los estados y municipios, y que desde allí rompan la nefasta tradición del enriquecimiento ilícito de quienes ofrecen servir y solo se sirven a sí mismos. Los millones de mexicanos que viven en pobreza exigen que esa tradición se extinga para siempre.
Copyright © 2017 La Crónica de Hoy .