Opinión

Ideales, música, poesía y ánimo combativo: Las muchas canciones satíricas mexicanas

(La Crónica de Hoy)

Sentimental y de lágrima fácil como era, al poeta, político y periodista Guillermo Prieto le ganó el llanto aquel 1 de enero de 1861. La Guerra de Reforma se había terminado con la victoria liberal en la batalla de Calpulalpan, y las fuerzas que comandaba el general Jesús González Ortega entraban a la capital recuperada cantando “Los Cangrejos”, la canción compuesta por Prieto y que se había convertido en un símbolo de la ideología liberal, enfrentada al partido conservador:

“Cangrejos al combate,

cangrejos, al compás.

Un paso pa’ delante,

Doscientos para atrás.

¡Zuz, ziz, zas!

¡Viva la libertad!

Remembranza
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México en el tablero geopolítico.
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¿Quieres inquisición?

¡ja-ja-ja-ja-ja-ja!

¡Vendrá Pancho Membrillo

Y los azotará!”

La verdad es que Prieto no se imaginaba que su canción, burlona e ingeniosa y que comparaba a los conservadores y a su “partido retrógrado” con el modo de caminar de los cangrejos, iba a convertirse en un verdadero éxito popular. La había compuesto en 1854, en uno de los muchos ratos de ocio de su destierro en Querétaro, decretado por Antonio López de Santa Anna, por andar publicando cosas incómodas para el presidente cojo.

Cuando Prieto se enteró del concurso convocado por el gobierno santannista para que el país pudiese tener, después de varios intentos fracasados, un himno nacional, echó mano a la pluma. Su habilidad poética, su desprecio por los sectores conservadores de la clase política y su antipatía por los fueros militares y religiosos, hicieron el resto. De un jalón quedó lista la cancioncita, a la que bautizó como “Los cangrejos”, y pidió a un amigo en la capital que la hiciese llegar, con un nombre falso, al concurso del himno nacional. Desde luego, “Los Cangrejos” no ganó el certamen, pero se hizo tremendamente popular.

Así permaneció la canción en la memoria colectiva, que decidió echar mano de ella en 1858, cuando estalló la Guerra de Reforma. A fin de cuentas, los conservadores mexicanos, clero y milicia incluidos, seguían siendo los mismos. Por eso, “Los Cangrejos” se convirtió en un himno liberal que lo mismo cantaban los soldados que lo citaban los periódicos que atacaban a los conservadores. Como el gran diferendo ideológico entre dos proyectos de país se prolongó por espacio de una década, la canción de Prieto sirvió para criticar a los conservadores monarquistas que impulsaron la invasión francesa y el imperio de Maximiliano. Algunos de aquellos caballeros hicieron berrinches mayúsculos cuando se enteraron de que, cuando estaba con sus colaboradores de confianza, el emperador Fernando Max se refería a ellos como “cangrejos”.

La canción de Guillermo Prieto se había colado hasta los salones del Castillo de Chapultepec.

La historia está llena de asuntos similares y la producción es particularmente abundante en tiempos de efervescencia política y en momentos de crisis de regímenes.Quizá el gran ejemplo del fenómeno es la Francia revolucionaria, que produjo cientos de versos y canciones satíricas, algunas muy violentas, contra  Luis XVI, su esposa María Antonieta y numerosos personajes de la corte. 

Motivos para los poemas y canciones satíricas nunca faltaban: podía ser una decisión poco acertada del gobernante, una ocurrencia, un suceso nimio o ridículo. Otro ejemplo europeo es el que también circuló en la Nueva España cuando el modernizador rey Carlos III dispuso que todos sus súbditos varones, europeos, americanos y asiáticos, tendrían que usar, forzosamente, sombreros tricornios cuando anduvieran por las calles. La respuesta del pueblo fue contundente: “Están las Indias perdidas;/ los pobres, abandonados;/ los lugares, despoblados;/ armas y letras caídas;/ las plazas desguarnecidas;/ muchos, con lo que hurtan, ricos;/ pero éstos son maléficos,/ y el punto que importa es/ que andemos de cabriolés/ y sombrero de tres picos”.

Nada extraña que, en momentos cruciales para la vida política del país, los versos satíricos y su conversión a canciones se convirtieran en auténticos éxitos que, cuanto más se trataba de reprimir, más se extendieran por ciudades, pueblos y rancherías.

Usualmente, los autores de las canciones satíricas echaban mano de algunos recursos para garantizar su eficacia: a veces se empleaba la melodía de alguna pieza popular, no necesariamente política, y la letra se adaptaba. De esa manera, a la gente no le costaba trabajo aprenderse la canción; también se tomaba como base algún poema conocido y se le hacían modificaciones que convertían la pieza en un arma subversiva de grueso calibre.

Guillermo Prieto fue uno de los artífices de la pésima fama histórica de Juan Nepomuceno Almonte, hijo de José María Morelos, y que no sólo pertenecía al partido conservador sino que era uno de los artífices del imperio de Maximiliano. Con canciones como “La Marcha a Juan Pamuceno” o “El Telele”, que llegaron a ser muy populares, Prieto convirtió al ambicioso Almonte en un personaje de caricatura, que se moría de un coraje y que, contra todos sus anhelos, no podía ser enterrado con banda de rey.

De todas esas canciones decimonónicas, acaso la que más ha perdurado en la memoria popular es “Adiós, Mamá Carlota”, de Vicente Riva Palacio, militar, periodista y dramaturgo, que la compuso en 1866, cuando se supo de la salida de la emperatriz Carlota hacia Europa. La pieza de Riva Palacio es una parodia del poema “Adiós, patria mía”, de Ignacio Rodríguez Galván, hoy prácticamente desconocido. En cambio, queda el “La nave va en los mares/ botando cual pelota/ Adiós, Mamá Carlota,/ adiós, mi tierno amor”. Pero como las circunstancias cambian y los buenos materiales han de aprovecharse al máximo, en 1876, cuando el presidente Sebastián Lerdo de Tejada se exilió dejando el poder a Porfirio Díaz, Riva Palacio cambió la letra de la canción para despedir al político en derrota con un “Adiós, mi presidente/ adiós, don Sebastián…”.

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