Opinión

Porfirio Díaz, héroe del 2 de abril

Porfirio Díaz, héroe del 2 de abril

Porfirio Díaz, héroe del 2 de abril

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las vueltas que da la vida. Corrían los primeros días de marzo de 1867. Porfirio Díaz, soldado, liberal y republicano, por añadidura, locamente enamorado, se aprestaba a poner sitio a la ciudad de Puebla, de donde se había fugado el 20 de septiembre de 1865.

Allí, en Puebla, se hallaba atrincherado Leonardo Márquez, el siniestro Tigre de Tacubaya, uno de los tres generales principales de las fuerza imperiales que áun intentaban dar la pelea. Márquez había salido de la Ciudad de Querétaro, dejando allí a Maximiliano y a sus dos colegas, Tomás Mejía y Miguel Miramón. La intención era que Márquez pudiese llegar a la ciudad de México, aún en poder del imperio, rehacer fuerzas con las guarniciones destacamentadas en la capital, y volver a Querétaro para auxiliar al emperador y frenar el rápido avance de los republicanos hacia Querétaro. Porfirio Díaz se interpuso en la ruta del Tigre: no llegaría al lado del  archiduque austriaco.

UN MILITAR TRIUNFADOR.

Porfirio era el líder de un ejército triunfador: más de un año de trabajos y audacias le habían permitido reconstruir el Ejército de Oriente. Tantos esfuerzos habían fructificado en octubre de 1866. El día 3, venció en la batalla de Miahuatlán, y el 18, en La Carbonera. Un par de meses después, el 27 de diciembre, entró victorioso en la ciudad de Oaxaca. Convertido en gobernador provisional, Díaz tomó el poder y persiguió a los pequeños grupos imperialistas que aún andaban levantados en armas en los caminos oaxaqueños.

Dueño de Oaxaca, Díaz miró hacia el centro del país. Nadie tenía duda de que Porfirio era el gran general del momento. Maximiliano intentó contactarlo, ofreciéndole la jefatura de las fuerzas acantonadas en México y en Puebla. Con mucha dignidad, el general oaxaqueño les respondió al emperador en crisis: desde su encomienda, emanada del Supremo Gobierno republicano, no podía tener con el Habsburgo otro trato que no fuera el que se dispensa al jefe de una fuerza enemiga.

Con quien sí contactó Díaz, fue con Achille Bazaine, a quien entregó un millar de prisioneros de guerra. Además, le compró montones de fusiles baratísimos, que los franceses no tenían cómo sacar de México.

Dicen que cuando Juárez se enteró de todo esto, sonrió: “Díaz es un buen chico”. Algo similar creía el pueblo, los mexicanos que llevaban años sufriendo la guerra, pues ellos eran los que cantaban:

Ya viene Porfirio Díaz,

Ya viene con sus chinacos,

Pa que corran los franceses

Y los mochos retiznaos

PUEBLA, CERCADA.

Porfirio puso sitio a Puebla el 9 de marzo. De esa manera bloqueó el paso a las tropas de Leonardo Márquez, que prefirió atrincherarse en la ciudad. Las vías de comunicación fueron cortadas. El tiempo comenzó a correr a favor del general oaxaqueño.

La madrugada del 2 de abril de 1867, las tropas republicanas iniciaron el ataque a Puebla desde el Convento del Carmen, donde la defensa imperial parecía más sólida. A las tres y media de la mañana, Porfirio dio la orden de tomar por asalto las calles de la ciudad.

Trece columnas avanzaron a sangre y fuego. Más de 150 hombres del Ejército de Oriente quedaron tendidos en ofensiva, que duró unos quince minutos. De los muertos, tres eran jefes de columna, y otros eran jóvenes entusiastas, como el teniente Santiago Pou, a quien Porfirio recordaría años después como un muchacho valiente y honrado.

Otros compañeros de armas de Porfirio sobrevivieron, aunque no ilesos: el mayor Carlos Pacheco, quien viviría para convertirse en general, perdió un brazo y una pierna; Manuel González, cercano amigo de Díaz, también se quedó manco.

Amanecía cuando Porfirio Díaz entró a la Plaza de Armas, arropado por los vítores de sus hombres.

“EN LA BALANZA DE MI CORAZÓN NO TIENES RIVAL".

Cierto: Puebla era la gran ambición militar de Porfirio. Pero una vez tomada la ciudad, decidió atender un asunto mucho más personal e igualmente importante: su boda con Delfina Ortega, su sobrina, que en la primavera de 1867 tenía 21 años..

Había sido un idilio nacido casi sin darse cuenta. La muchacha,  hija no reconocida del médico Manuel Ortega y Nicolasa, hermana de Porfirio, se convirtió, de repente, en una sorpresa para el arrojado chinaco. No era sino una niña de 9 años cuando su tío salió de Oaxaca, perseguido por oponerse a Santa Anna; la volvió a ver hasta los días de la guerra de Reforma, cuando ya era una jovencita.

Ni la memoria familiar ni la documental ha podido explicar en qué momento la relación tío-sobrina se convirtió en un romance apasionado. Se cree que pudo haber ocurrido a finales de 1866, cuando, al mando del rehecho Ejército de Oriente, Porfirio se apoderó de la ciudad de Oaxaca. O, tal vez, el amorío se concretó entre el 10 y el 26 de enero de 1867, última estadía de Díaz en Oaxaca antes de la ofensiva final contra el imperio.

Lo cierto es que, para febrero de 1867, las cartas que Delfina recibía de su tío no podían ser más apasionadas: “Que te conserves buena desea quien te ama como un loco y se despide con un ardiente beso y un abrazo muy estrecho”, le escribió Porfirio. “Para ti, el alma y la vida de tu tío”. La carta escrita para Fina –como la llamaba su familia- el 18 de marzo de 1867 contenía una propuesta de matrimonio. Si Delfina rechazaba la oferta, Porfirio la adoptaría legalmente como su hija, “y me abstendré de casarme mientras vivas, para concentrar en ti todo el amor de un verdadero padre”, le advirtió.

Pero, como finalmente Porfirio Díaz era un hombre enamorado, la misma carta era también un reclamo urgente: “Si me quieres, dime sí, o no, claro y pronto. Yo no puedo ser feliz antes de tu sentencia, no me la retardes”. Claro que Delfina lo amaba. La respuesta llegó hacia el 30 de marzo: “Me resuelvo con todo el fuego de mi amor a decirte que gustosa recibiré tu mano como esposo a la hora que tú lo dispongas”.

Ese día fue el 4 de abril de 1867,  cuando Porfirio firmó un poder donde reconocía su intención y compromiso de casarse con Delfina. Para eso, otorgaba a Juan de Mata Vázquez, presidente del Supremo Tribunal de Justicia de Oaxaca, la facultad para que en su nombre desposara a Fina. El matrimonio por poder se llevó a cabo en Oaxaca el 15 de abril, después de que Porfirio consiguiera una dispensa de las autoridades republicanas por ser tío directo de su esposa.

En esas circunstancias, la posición social de Delfina cambió radicalmente. Su padre, el doctor Ortega, accedió, finalmente a reconocerla y darle su apellido. Inmediatamente, se convirtió en la esposa del victorioso general Porfirio Díaz.

EL HÉROE DE GUERRA.

Puebla estaba ya en manos de las fuerzas republicanas. Solamente quedaban dos ciudades en poder del imperio: la Ciudad de México y Querétaro, a donde Maximiliano había ido a encerrarse con lo que le quedaba de ejército. Leonardo Márquez se movilizó hacia Toluca, con la esperanza de fortalecerse allí. Pero solamente contaba con 700 hombres, y Porfirio envió al comandante Gonzalo Montes de Oca en su persecución. Se enfrentaron en las lomas de San Lorenzo el 16 de abril, 14 días después de la caída de Puebla. Márquez fue derrotado, y decidió escapar del país; ya no compartiría el destino final del emperador.

Porfirio Díaz, general triunfante, se dirigió a la Ciudad de México para sitiarla. Otros compañeros de armas, con el general Mariano Escobedo a la cabeza, se movilizaron hacia Querétaro. El imperio vivía sus últimas horas. Porfirio, con habilidad y serenidad, llevó a sus hombres hacia la capital. Se adueñaría de ella el 15 de junio, cuando Maximiliano ya solo esperaba la muerte.

Lentamente el nuevo escenario político comenzaba a perfilarse: surgía una nueva generación de hombres jóvenes, victoriosos… y ambiciosos, los héroes militares  de la guerra de intervención.  Díaz, Riva Palacio, Escobedo, Corona. Al paso de los meses, ellos  también reclamarían su parte de poder y el derecho a suceder a la generación liberal de la Reforma. Bien se lo habían ganado en los campos de batalla.

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No hay duda de que, en la primavera de 1867, Porfirio Díaz era el gran general victorioso. Su brillante campaña en Oaxaca la toma de Puebla y el sitio victorioso que impuso a la Ciudad de México, lo convencieron de que tenía fuerzas para disputarle el poder, por vía electoral, a Juárez. Pero aún pasarían algunos años antes de que Díaz viera sus ambiciones colmadas.