Opinión

La violencia como chantaje político

CNTE Protesta La CNTE se manifestó a las afueras de Segob. (Adrián Contreras)

La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) existe desde 1979 y se caracteriza desde su origen por el uso metódico de medios violentos: bloqueo de carreteras, de vías férreas, de arterias de la Ciudad de México, asalto a edificios públicos, destrucción de bienes públicos, etc. La historia de los delitos cometidos por la CNTE es larga y escandalosa. Lo curioso, sin embargo, es que, en ninguna —obsérvese, en ninguna— ocasión, las autoridades han intervenido para impedir esos actos de vandalismo o han sancionado a los perpetradores.

El Estado deja de cumplir su papel de sancionar a quien violan la ley.

Por el contrario, en vez de reprimir, las autoridades federales le conceden legitimidad a ese organismo, aun cuando no es la organización mayoritaria de los trabajadores de la educación --reúne solo a una parte de secciones sindicales de la Ciudad de México, de Guerrero, de Michoacán, Oaxaca y Chiapas.

Lo cual es una fuerza no despreciable. Oaxaca es el principal emplazamiento de la CNTE. Es la principal organización política del estado y, desde hace décadas, utiliza el chantaje (aceptado por la parte oficial) para relacionarse con los gobiernos local y federal. La CNTE no encaja en ningún encuadramiento político o ideológico: es una organización corrupta, demagoga, que año con año, en el Día del Maestro, presenta un pliego de demandas al poder ejecutivo y a la SEP con demandas desmesuradas. Este año, la CNTE pidió un aumento de sueldos de 100% y la derogación de la Ley del ISSTE de 1947.

Simultáneamente, sus militantes suelen apoderarse de la explanada del Zócalo y, desde ahí, envían brigadas de militantes para bloquear las principales avenidas de la capital y las carreteras adyacentes. Durante un mes, dominan, año con año, la capital sin que nadie se los impida. Las autoridades, por su parte, aceptan que se establezca una “mesa de negociación” bipartita en donde la CNTE trata de obtener beneficios extraordinarios para su causa.

Este año, mientras se negociaba, los golpeadores de la CNTE embistieron contra el edificio de la Secretaría de Gobernación y al día siguiente atacaron con salvajismo el edificio del SNTE prendiendo fuego a sus oficinas, en dos actos de barbarie desaforada.

En su “mañanera” la presidenta Sheinbaum afirmó que el grupo que inició los disturbios en Segob buscaba ser reprimido como una estrategia para afirmar que la Administración actual es un “gobierno represor”. Yo agrego: La gente puede pensar eso o pueden pensar, por el contrario, que: “este gobierno es cómplice de la violencia que ejerce impunemente año con año la CNTE contra los particulares y contra las instituciones públicas”

La tarea del Estado es castigar a toda persona que viola la ley y en ningún caso, el criminal está exento de ser “reprimido”. La política de “abrazos, no balazos” es, por tanto, una divisa estúpida que propicia la violencia y que es vista por pillos de la política (como los de la CNTE) como una carta blanca para infligir el derecho impunemente. Por eso es absurdo que la policía se abstenga de intervenir para conjurar actos descarados de violencia colectiva. La renuncia del Estado al uso de la violencia legítima es una renuncia del estado a cumplir una función clave para la convivencia pacífica y el orden.

La principal regla de la política es la no violencia, la solución pacífica, dialogada y razonada de las disputas. Este es el principio de toda civilización. En la sociedad moderna las relaciones de poder son mediadas por el Estado a través de la ley y la policía: lo que la racionalidad moderna no admite es que los conflictos de poder se resuelvan entre particulares —como se concibe en los míticos pueblos de vaqueros— la norma nace para asegurar la convivencia pacífica y el orden social basado en la ley y la aparición de ésta marca el principio de la civilización.

Ese principio civilizatorio tiene se observa en las naciones con más desarrollo, pero su vigencia no plasma cabalmente en países como México. Estamos entre los países económicamente más desarrollados, pero social y culturalmente somos profundamente desiguales; en otras palabras, somos una potencia industrial, y, al mismo tiempo, padecemos un fenómeno crónico y extendido de pobreza y de violencia.

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