
El propósito de la educación no debe ser otro que el de enseñar a pensar dice en Enseñar a pensar (Trotta, 2025) el Dr. Rodolfo Vázquez, autor, asimismo, de La educación liberal (Fontamara, 1997). El pensar autónomo es lo propio del hombre libre, adulto, ciudadano.
El hombre pensante y racional es la principal herencia del Siglo de las Luces: sus atributos son razonar, reflexionar, argumentar, dialogar-- son los atributos del buen ciudadano en la democracia. Es verdad que hoy se insiste en incorporar a la escuela elemental otras dimensiones: la educación emocional, las habilidades socioemocionales, la educación artística y la educación física, son cualidades humanas necesarias y complementarias de la intelectual.
Pero la construcción de la inteligencia es el eje de la educación; el desarrollo de la autonomía es también un objetivo educativo fundamental. Al decir autonomía no nos referimos solo a la auto-regulación motora. La autonomía humana es la capacidad de una persona para pensar, tomar decisiones, y actuar de acuerdo con sus propios valores, razonamientos y principios, sin estar sometida a imposiciones externas. Este concepto es fundamental en diversas disciplinas como la filosofía, la ética, la psicología y el derecho, y se asocia estrechamente con la dignidad, la libertad y la responsabilidad personal.
En la filosofía kantiana, la autonomía se entiende como la capacidad de la persona para darse a sí misma sus propias leyes morales, es decir, actuar según principios que uno mismo se impone racionalmente, sin depender de deseos o influencias externas. Immanuel Kant sostiene que la autonomía es la base de la dignidad humana y de la moralidad, ya que permite a los individuos actuar de acuerdo con su razón y no simplemente seguir impulsos o normas impuestas por otros.
Por su parte, la autonomía no solo es la libertad de elección, también incluye la responsabilidad sobre las decisiones tomadas. Esto significa que una persona autónoma asume las consecuencias de sus actos y es capaz de reflexionar críticamente sobre ellos. Además, la autonomía está vinculada a la autorregulación emocional y la capacidad de gestionar la propia vida de manera independiente, lo cual es esencial en procesos educativos y de desarrollo personal.
Aunque la autonomía es un valor fundamental, no es absoluta. Existen situaciones en las que las decisiones autónomas pueden entrar en conflicto con otros principios éticos, como la protección de la vida o el bienestar de los demás. Por ejemplo, un problema conocido se presenta en casos de eutanasia o suicidio asistido donde se plantea el dilema de si una persona puede ejercer su autonomía para decidir sobre su propia muerte, o si esa decisión debe estar limitada por consideraciones éticas y legales que protejan la vida humana
Lo nefasto es la heteronomía heteronomía, que se refiere a la condición de actuar según normas o leyes impuestas desde fuera, sin una reflexión crítica propia. Mientras que la autonomía implica autodeterminación y libertad racional, la heteronomía se asocia con la sumisión a influencias externas, como deseos, presiones sociales o autoridades ajenas a la propia razón
La autonomía humana es un pilar esencial de la dignidad y la libertad individual. Permite a las personas vivir de acuerdo con sus propios principios y asumir la responsabilidad de sus decisiones. Sin embargo, su ejercicio debe ser equilibrado con el respeto a los derechos y el bienestar de los demás, reconociendo que la autonomía no es un poder ilimitado, sino una capacidad que debe orientarse hacia el bien común y la justicia.
La dimensión racional (o intelectual) es la columna vertebral del desarrollo humano. El acompañamiento emocional tiene gran relevancia, sobre todo, en la educación inicial. El concepto de educación inicial corresponde a la educación que se debe ofrecer a los pequeños entre el nacimiento y los 4 años y se reconoce que esa educación tiene un enorme potencial para el desarrollo del ser humano. En esa edad el cerebro (y las redes neuronales) experimenta un crecimiento extraordinario, único, que multiplica los aprendizajes y deja huellas positivas y perdurables en la inteligencia.
La racionalidad es una de las capacidades más distintivas del ser humano. Es la facultad que nos permite pensar de forma lógica, evaluar argumentos, tomar decisiones basadas en evidencia y prever las consecuencias de nuestras acciones. A diferencia del impulso o la emoción inmediata, la racionalidad exige reflexión, análisis y una disposición a cuestionar nuestras propias creencias.
En su dimensión práctica, la racionalidad guía nuestras decisiones cotidianas. Desde elegir una ruta más corta al trabajo hasta planificar el futuro financiero, actuamos racionalmente cuando consideramos datos objetivos, comparamos alternativas y seleccionamos aquella que mejor se ajusta a nuestros fines. Esta forma de razonamiento es central en campos como la ciencia, la ética y la política, donde las decisiones deben estar fundamentadas en principios coherentes y no en prejuicios o intuiciones erróneas.