Opinión

El populismo como conspiración de billonarios

El populismo como conspiración de billonarios

Hasta ahora, la discusión dominante sobre la crisis global de las democracias, (suprimidas paso a paso por los propios gobiernos que han llegado ahí gracias a la misma democracia), ha concentrado su mirada en líderes populares, políticos estrafalarios, orates vengativos, resentidos agazapados, outsiders del sistema a quienes hemos tomado como protagonistas absolutos de la regresión autoritaria. Pero el caso norteamericano obliga a pensar eso dos veces. Pues todo indica que tal destrucción ha sido asumida como tarea, también, por los archirricos, los multimillonarios que han comprendido que la democracia es una molesta camisa de fuerza para la expansión de sus fortunas y para el despliegue indiscriminado de sus negocios.

Vean si no. Informa Timothy Noah en New Republic (https://bit.ly/4n48hSe), el gabinete de Trump convocó a ocho cuates multimillonarios incluyendo al “empleado especial del gobierno” Elon Musk, el sujeto más rico del mundo (431 mil millones de dólares); el subsecretario de Defensa, Stephen Feinberg (5 mil millones); el secretario de Comercio, Howard Lutnick (3 mil millones); la secretaria de Educación, Linda McMahon (3 mil millones); el embajador en misión especial, Steve Witkoff (2 mil millones) y la responsable de la Administración de Pequeñas Empresas, Kelly Loeffler (mil millones). El secretario del Tesoro, Scott Bessent, es el pobre: su patrimonio declarado es de tan solo quinientos millones. Agreguen ustedes dos embajadores multimillonarios, Warren Stephens (banquero de Arkansas) y el magnate texano de casinos Tilman Fertitta y la riqueza combinada de ésos nueve, asciende a casi 460 mil millones de dólares. Según Noah, esas fortunas sumadas alcanzan para comprar Dinamarca, cuyo PIB es precisamente de 450 mil millones de dólares.

Estos billonarios tuvieron la firme determinación para apoyar a Trump, financiar su campaña, poner a disposición los medios de propaganda que poseen (especialmente Musk) y luego, incrustarse en el gobierno de los Estados Unidos. ¿Convencidos de su carisma, inteligencia y programa? Por supuesto que no. Lo hicieron porque así corresponde a sus intereses.

Es sabido que los muy ricos no tienen -históricamente no han tenido- un gran aprecio por la democracia, pero tras el fascismo, el cataclismo de la segunda guerra mundial y la amenaza del comunismo como régimen alternativo que los expropiaría, habían aprendido y asumido acuerdos, reglas, condiciones de distribución del ingreso para una convivencia social duradera amparados en el manto del modelo socialdémocrata, que en occidente duró treinta años. Pero con la caída del comunismo (entre otras cosas) los muy ricos fueron cambiando de opinión.

La concepción económica y social que convenía a los multimillonarios, a partir de los años noventa, empezó a difundirse y a permear en los países del primer mundo como del tercero. Keynes fue jubilado, se declaró muerta a la socialdemocracia, los ricos se hicieron más ricos y en ese trayecto se convirtieron en extranjeros económicos dentro de sus propias naciones, en Estados Unidos pero también en México.

Con los años, fueron creando su propio país dentro del otro; su propia sociedad dentro de la mayoritaria; su propia economía dentro de la preexistente y por fin, con Trump, su propio gobierno y Estado en lugar del Estado constitucional norteamericano.

¿Qué quiero decir con esto? Que la mutación Trump, no es sino una expresión política de una sociología previa, incubada varias décadas atrás cuyo rasgo característico fue la de una “monstruosa concentración del ingreso” (Noah). Los ultrarricos han venido por la revancha frente a las décadas del pacto redistributivo fundador del Estado de Bienestar.

El respaldo personal de los billonarios al presidente tiene poderosas razones. La medida estelar de su primer mandato fue, claro está, la rebaja de impuestos a las rentas más altas en 2017, de modo que la riqueza de los multimillonarios estadounidenses se duplicó hasta alcanzar los 6 billones de dólares, según un informe de julio de 2024 de Americans for Tax Fairness, una alianza de 420 organizaciones norteamericanas (https://bit.ly/3HN8B81).

Estados Unidos siempre ha tenido gente muy rica, y esta siempre ha influido en el gobierno, por supuesto. Pero nunca antes los ricos habían acumulado dinero y poder a una escala tan grande y nunca antes se habían inrustado de tal manera en el aparato del Estado. Gracias al mensaje y la política de Trump, la oligarquía estadounidense vive otra edad dorada, un esplendor ni siquiera alcanzado en los locos años veintes del siglo pasado.

¿Por qué habrían de tener un compromiso con las reglas y los límites de la democracia si les está yendo tan bien con su propio populismo?

De modo que el fenómeno político que se explicaba por el descontento de masas (de clases medias y clases bajas), por las expectativas rotas de una mayoría que acabó votando por Trump, ahora debe complementarse con el apoyo y la militancia explícita de los más ricos.

¿Asunto de los estadounidenses? Para nada. En México, los ultrarricos han sabido mantener su riqueza durante el sexenio de AMLO pero, y este es el dato, el número de ultrarricos se duplicó para pasar de diez a veintidós personas con fortunas individuales valuadas en miles de millones de dólares, según el informe de Oxfam Beneficios en fuga (https://bit.ly/4477wPD) 2025.

Así, encarrerados, en ciertos sectores de la derecha global han surgido voces que afirman que al capitalismo le iría mejor sin democracia. Martin Wolf ha llamado la atención sobre este fenómeno (La crisis del capitalismo democrático, Deusto, 2023), pues como hace exactamente un siglo vuelve una cuestión crítica, es decir, “la responsabilidad de las élites para salvar los logros del capitalismo democrático antes de que desaparezcan en una marea de populismo plutocrático y tiranía”.

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