Opinión

Centenario de Rosario Castellanos, la literatura como hazaña de libertad

Rosario Castellanos, archivo inédito (Graciela López Herrera)

En el número de la Revista de la Universidad de México correspondiente al mes de agosto de 1961, dirigida en aquel entonces por Jaime García Terrés, Rosario Castellanos publicó un ensayo que, más allá de ser una lúcida aproximación a la figura de Virginia Woolf, se convirtió también en un manifiesto sobre el papel de la literatura como hazaña de libertad.

Titulado “Virginia Woolf o la literatura como ejercicio de la libertad”, el texto es una lectura crítica, cálida y comprometida que confirma el temperamento intelectual de Castellanos, y que hoy, a cien años de su nacimiento, resuena con la urgencia de las preguntas que aún no han sido resueltas del todo.

Castellanos no escribe desde la cómoda distancia del análisis académico, sino desde la identificación más íntima y personal con la figura de Virgina Woolf, una afinidad de destino entre dos mujeres marcadas por la melancolía, el desarraigo, la lucidez, y la convicción de que escribir puede ser -también- un acto de justicia.

En su lectura de Woolf, Castellanos reconoce a una escritora para quien la literatura fue un camino de liberación interior, pero también una trinchera ética desde la cual interpelar a su tiempo.

La operación crítica de Castellanos es doble. Por una parte, reconstruye con rigor la vida y obra de Virginia Woolf, insertándola en su contexto intelectual —la generación de Bloomsbury— y mostrando la radicalidad formal y estética de su escritura. Por la otra, Castellanos se desliza con sutileza hacia la problemática de las mujeres escritoras, la desigualdad estructural, la educación, la maternidad frustrada, y el costo subjetivo de elegir una vida dedicada a la creación, en una sociedad que históricamente ha subestimado el talento femenino.

El ensayo parte de un reconocimiento esencial: la literatura de Woolf nace de un “instinto de defensa” ante la fragilidad, la enfermedad, la soledad y la lucidez intransigente. Una lucidez que ve el vacío sin anestesia y que, por lo mismo, se aferra a la escritura como a una roca en medio del naufragio. Para Castellanos, esta pulsión creadora es también una forma de resistencia, una manera de seguir en pie cuando todas las demás certezas se han derrumbado. La escritura no como evasión, sino como confrontación.

En ese sentido, el texto va articulando una idea poderosa: que la literatura no es un lujo, ni un ornamento, ni una concesión del patriarcado ilustrado, sino un derecho, una necesidad, un deber incluso. Castellanos pone en boca de Woolf una declaración que sirve como brújula del ensayo: “Lo importante es liberarse; encontrar nuestras propias dimensiones sin impedimentos.” Y es en esa frase donde se cifra una de las claves éticas más notables de Castellanos: que la tarea del escritor, especialmente de la escritora, es abrir espacios donde antes sólo hubo exclusión.

El ensayo traza así un arco que va del reconocimiento de la opresión a la afirmación de la autonomía. Se detiene en la genealogía de las escritoras inglesas, desde Aphra Behn hasta George Eliot, pasando por las hermanas Brontë y Jane Austen, y muestra con agudeza las condiciones materiales y simbólicas que hicieron posible su escritura. La libertad creativa, subraya Castellanos, no es una abstracción; está en relación directa con el dinero, el espacio, el tiempo, el reconocimiento. Tener un “cuarto propio” y “una renta modesta” no es sólo una metáfora: es una reivindicación gremial.

Pero el ensayo no se limita a la crítica feminista o a la historia literaria. Su apuesta es más ambiciosa: situar a la literatura en el centro de un proyecto civilizatorio que se opone frontalmente a la guerra, la violencia y la deshumanización. En su lectura del largo ensayo de Wolf, Tres guineas (1938), Castellanos encuentra una de las formulaciones más lúcidas del pacifismo moderno. Woolf no confía en las grandes proclamas: su apuesta es por una transformación lenta, profunda, casi invisible, que pasa por la educación, la conciencia crítica y el rechazo a las lealtades impuestas por el nacionalismo, el patriarcado o la tradición.

En un pasaje notable, Castellanos cita la exigencia de Woolf a las mujeres educadas para que se liberen “del orgullo de la nacionalidad, del orgullo religioso, del orgullo del colegio, del orgullo del sexo” y que abracen una ética basada no en la pertenencia, sino en la responsabilidad. La propuesta puede parecer ingenua, pero es en realidad profundamente revolucionaria: se trata de desmontar las estructuras simbólicas que sostienen la guerra y la violencia desde su raíz más íntima.

Castellanos reconoce que esa visión ética de la escritura implica una renuncia. No hay vanagloria ni ambición en la escritora inglesa, sino una disposición constante al trabajo, al deber, a la fidelidad consigo misma. El trabajo de Woolf —nos dice Castellanos— no busca la fama sino la verdad, no busca los aplausos sino la transformación. De ahí su desconfianza frente al éxito, su rechazo a los reconocimientos oficiales, su renuencia a convertirse en ícono. “La marca de un escritor maestro es su poder para romper implacablemente su molde”, anota Woolf. Y Castellanos le da la razón.

En este punto, la lectura de Castellanos se convierte también en autorretrato. En su aproximación a Woolf se filtra su propia experiencia como escritora en un país donde la cultura literaria era aún territorio de hombres. Su voz se entrelaza con la de Woolf, no para imitarla, sino para responderle, para continuar la conversación. Y en ese gesto, profundamente literario y político, Castellanos hace de la crítica un acto de sororidad intelectual. Lo que está en juego no es solo la valoración de una obra, sino la afirmación de una forma de estar en el mundo.

El artículo culmina con una reflexión sobre el lugar de la mujer en la vida pública y la necesidad de que las nuevas generaciones tomen el relevo de esa lucha. No basta con reconocer a las pioneras; hay que continuar su trabajo. Por eso Castellanos insiste en que la contribución de aquellas escritoras “que no alcanzaron más que el fracaso” es también fundamental. Porque la literatura —como la libertad— se construye en capas, en sedimentaciones sucesivas, en los libros que se escribieron, en los que no pudieron escribirse, y en los que aún están por venir.

A cien años del nacimiento de Rosario Castellanos, este ensayo sobre Virginia Woolf sigue siendo un texto iluminador. No solo por lo que dice de la escritora inglesa, sino por lo que revela de su autora: una mujer que entendió la literatura como un ejercicio ético, como una trinchera desde la cual pensar el mundo y transformar la vida. En una época como la nuestra, marcada por la precariedad del pensamiento y la velocidad del olvido, volver a Castellanos no es solo un acto de memoria: es un acto de resistencia. Escribir, nos recuerdaa, sigue siendo una forma de libertad.

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