
La manera en que leemos y socializamos ha cambiado drásticamente en la era digital. La lectura, una actividad que alguna vez se consideraba fundamental para el desarrollo cognitivo, ahora se ve amenazada por el exceso de pantallas y la inmediatez de la información en línea.
Según expertos, la lectura transforma el cerebro creando nuevas conexiones entre regiones visuales y de lenguaje. Cuando leemos una novela, por ejemplo, se activan regiones motoras y sensoriales, lo que nos permite sumergirnos en la historia con una comprensión más profunda. Sin la práctica de este tipo de lectura secuencial, existe el riesgo de que disminuya la capacidad para retener y recordar información y para comprender argumentos complejos.
Por ello, el uso excesivo de pantallas y el consumo de contenidos breves, escuetos e informales característicos del discurso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), pueden fomentar una lectura superficial, afectando negativamente la atención y la comprensión lectora. La exposición constante a la multitarea o “multiinterrupción” en los dispositivos puede desfavorecer el aprendizaje y la concentración.
Pero no solo la lectura se ve afectada. La socialización también ha cambiado con el auge de las redes sociales y las comunidades digitales. Las personas ahora se reúnen en espacios virtuales, donde encuentran un sentido de pertenencia y conexión con otras personas que comparten intereses similares. Incluso hablando de movimientos sociales, el académico catalán Joan Subirats, nos dice que ahora tenemos movimientos “conectivos” donde no necesariamente encontramos liderazgos visibles con un espacio físico para ubicarlos, sólo una serie de redes sociales digitales que, sin embargo, presiona.
Pensando en las juventudes, si bien se han roto barreras geográficas y temporales, facilitando la comunicación continua y el ocio, también están expuestas a riesgos. La falta de alfabetización digital y la exposición a contenidos nocivos como la desinformación, los discursos de odio o la pornografía, así como la presión social y la comparación constante, pueden afectar la salud mental aumentando la ansiedad, la depresión y la baja autoestima.
Por otro lado, la brecha digital entre padres e hijos agrava estos problemas, generando dificultades de comunicación y comprensión, pues los jóvenes son autodidactas en este entorno. El rol del adulto como guía que en ocasiones también imponga límites, se vuelve crucial para un desarrollo saludable en el entorno digital.
Es importante abordar estos desafíos de manera multifactorial. Los padres necesitan apoyo para comprender el uso de la tecnología, proteger a sus hijos en línea y promover un uso equilibrado. Los gobiernos deben generar políticas públicas que aborden estos temas y fortalezcan la capacitación familiar y la protección. Y las empresas de tecnología deben ser conscientes de su impacto y advertir sobre los riesgos del uso excesivo, la adicción y el contenido inapropiado.
En última instancia, el desafío reside en transformar la prohibición en acompañamiento, guía y supervisión. La tecnología es una herramienta que amplifica nuestras capacidades, pero es importante un sano equilibrio con la lectura tradicional y las relaciones cara a cara, que nos permita seguir manteniendo al cerebro en un ejercicio constante y profundo. Solo con la presencia activa y la empatía de los adultos, las juventudes podrán aprovechar las ventajas de la interconexión sin sucumbir a sus peligros.