
Vivimos un momento extraño: la etapa de la globalización llegó casi a un total “stop”, la política se polarizó, la tecnología avanza sin frenos prometiendo cada vez más disrupciones y las viejas certezas se desvanecen. ¿Cómo entender hacia dónde vamos cuando ni los gobiernos, ni los mercados, ni los organismos internacionales parecen tener un mapa claro?
Propongo dos brújulas para orientarnos, una micro y una macro. Dos lentes distintas, pero complementarias, para descifrar este periodo de transición profunda que nos genera ansiedad: Thomas Piketty para entender lo que pasa dentro de nuestras sociedades y Ian Bremmer para entender lo que pasa entre los países.
Brújula 1: Piketty y la fractura interior
Thomas Piketty vuelve a recordarnos algo incómodo: la desigualdad no es un accidente, sino una elección política, la cual tiene una definición clara en cómo los gobiernos de nuestros países recaudan los ingresos y cómo gastan esos ingresos. Sus investigaciones muestran que la brecha entre los más ricos y el resto de la población se ha ampliado a niveles que deforman la democracia.
En una reciente conversación, Piketty insiste en que el debate sobre “populismo” está mal planteado: cuando metemos en un mismo saco a Donald Trump y Bernie Sanders, la palabra deja de servir. El verdadero eje, dice, debería ser otro: la capacidad (o incapacidad) de nuestras sociedades para redistribuir riqueza, oportunidades y poder.
Según Piketty, la crisis actual no surge del exceso de demandas “populistas”, sino de la falta de respuestas de la izquierda democrática, que no ha sabido actualizar para el siglo XXI su exitoso proyecto redistributivo que ha llevado a las distintas versiones del estado de bienestar que conocimos a partir del S XX. Mientras tanto, el nacionalismo ofrece respuestas fáciles —migrantes, fronteras, identidades.
Tenemos problemas que son estructurales:
- Un sistema fiscal incapaz de gravar la riqueza extrema.
- Estados debilitados para proveer educación, salud, transporte y vivienda de calidad a sus habitantes.
- Una élite económica que usa su poder para frenar reformas y etiquetar como “populismo” cualquier intento redistributivo.
Ante estos problemas, la brújula que encuentro en Piketty es simple: si no corregimos la desigualdad desde la política fiscal, gravando a los más ricos y eficientizando el gasto público redistributivo, las sociedades seguirán volcándose hacia respuestas nacionalistas que no resolverán nada.
Brújula 2: Bremmer y el mundo sin norte (el G0)
Si Piketty ilumina lo que ocurre hacia adentro, Ian Bremmer ayuda a entender lo que ocurre hacia afuera. Su tesis del G0 sostiene que el orden internacional atraviesa un vacío de liderazgo:
- Ya no vivimos en el mundo unipolar de Estados Unidos post caída del muro,
- ni en un G20 coordinado,
- ni en un choque claro y estable entre bloques.
En lugar de eso, estamos en un escenario donde nadie manda y, sobre todo, nadie asume responsabilidades: no hay un actor global capaz de resolver pandemias, estabilizar mercados de energía, frenar el cambio climático o regular la inteligencia artificial. Ante la impresionante penetración mundial de China con productos cada vez de mejor calidad y con tecnología de punta, mantener la “pax americana” cada vez le rinde menos a Estados Unidos. De alguna manera está repitiendo lo que le pasó a la Inglaterra de entre guerras.
En términos simples: el sistema internacional parece haber perdido el norte, justo cuando más lo necesitamos.
En esta anarquía cooperativa a medias, los países compiten por chips, minerales críticos, talento y control tecnológico. China y Estados Unidos se enfrentan, pero sin reglas claras; Europa busca relevancia; Rusia invade, y el Sur Global —incluido México— intenta ganar espacio, pero sin tener la fuerza necesaria que permita mediar intereses o prevenir conflictos.
Una doble crisis: sin redistribución interna, sin liderazgo externo
Las dos brújulas señalan una misma conclusión: estamos atrapados entre una fractura interna y una desorientación global.
- Internamente, las democracias se erosionan cuando no atienden la desigualdad. El estado del bienestar del S XXI requiere recaudar más, pero no hay actores políticos importantes que se adueñen de esa bandera, antes bien, si hay de los que quieren gastar menos “ahorrando” en gastos a sectores vulnerables.
- Externamente, los países compiten sin un marco global mínimo que estabilice el sistema. La situación es más bien de placas tectónicas que, al moverse, reconfiguran el espacio sociopolítico internacional.
La combinación es explosiva: sin cohesión interna y sin orden internacional, los costos de la transición energética, la automatización, la IA y la reorganización geopolítica recaen sobre quienes menos pueden pagarlos.
¿Y México? Entre oportunidades y riesgos
México vive ambas tensiones. Hacia adentro porque el sistema fiscal recauda poco, y las acciones redistributivas actuales chocarán rápidamente con esta restricción si es que no se realiza una reforma fiscal progresiva. Además, la polarización política ocupa el espacio que debería llenar una discusión seria sobre impuestos, riqueza y servicios públicos. Hacia afuera porque la disputa entre China y EE.UU. limita lo que se esperaba se iba producir con el nearshoring: cambios en las normas del contenido local (léase: “no-chino”) hacen repensar las inversiones que se habían programado en el mundo pre-Trump.
Navegar estos tiempos
No vivimos un cambio de época: vivimos el fin de una época sin que la nueva haya nacido totalmente. Tal vez las dos brújulas que comparto aquí nos ayuden al menos a entender estos tiempos. Y también, más allá de esta comprensión, que nos recuerden que la redistribución importa y que es una agenda aún pendiente en la mayoría de nuestros países, y que nos recuerde que el mundo ya no tiene centro de gravedad.
Análisis de especialistas de la Universidad Iberoamericana son presentados a nuestros lectores cada 15 días en un espacio que coordina el Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericana, CDMX
Comentarios: pablo.cotler@ibero.mx
El autor es Director del Departamento de Economía.