Opinión

Inquietudes de un cuarto de siglo que termina

Influencer

La patria ya huele a tejocote. Un ciclo anual está por terminar, y eso es algo que suele venir a las mentes, para repensar. Entonces uno se da cuenta de que el tiempo pasa a una velocidad creciente, porque ya pasó un cuarto del Siglo XXI. Uno voltea hacia atrás y entiende, asombrado, que ese cambio de siglo que alguna vez vimos como ejemplo del futuro, ahora pertenece, de plano, al pasado remoto.

Habrá quien diga que no, pero varios tenemos la impresión de que la vida ha cambiado de una manera más profunda en estos últimos 25 años que en otros lapsos similares. Han sido varios los ejes que han cambiado. Daré cuenta de algunos de ellos.

Hace 25 años había un optimismo, que hoy podemos calificar de ingenuo, marcado por el fin de la Guerra Fría. Ese optimismo abarcaba muchas áreas.

Se pensaba, por ejemplo, que las democracias en el mundo se ensancharían y se desarrollarían de manera estable, con partidos tal vez menos ideológicos que antes, pero todavía con programas específicos, ligados a sus orígenes de clase y con proyectos de futuro colectivo. También, que el crecimiento económico mundial en un contexto de paulatina globalización, aunque ya daba señales de ralentizarse, bastaría por sí mismo para continuar sacando a millones de la pobreza.

Se veía en el horizonte la culminación de un cambio schumpeteriano que ya estaba en curso: la disrupción tecnológica que desplazaría unas empresas y sectores dominantes por otros, con un cambio en los modelos de negocio; pero se suponía que sería más amable que el viejo modelo industrial, que sería más integrador y, hasta cierto punto, liberador. Se decía, por ejemplo, que el internet, porque trabajaba en redes y no de manera vertical, era más femenino, menos opresor. Tiempos remotos en los que el módem ocupaba la línea telefónica y sólo unos cuantos sabían qué había un buscador llamado Google.

Se sabía que la era unipolar, con el dominio claro de Estados Unidos, sería efímera. Pero lo común para los analistas era pensar que la principal competencia vendría de la Unión Europea, que estrenaba moneda única. Otros imaginaban una constelación de potencias intermedias e incluían a Japón, algunos a Rusia, muy pocos a China. Se preveía una era de estabilidad relativa.

Un cuarto de siglo después, lo que priva es el pesimismo (al menos en comparación: tal vez lo que haya hoy sea un realismo desencantado). Parte de ese pesimismo es un antídoto a los errores a los que condujo el optimismo. Otra parte, a que los cambios acelerados todavía siguen su curso, hay una gran incertidumbre sobre su rumbo final y, en el inter, a que las posibilidades de acción de ciudadanos y agentes económicos parecen cada vez más acotadas. A diferencia de lo que sucedía anteriormente, cuando las coordenadas ideológicas, con todo y matices, estaban claras, priva la sensación de que no vamos, sino que nos llevan.

Tenemos que, aunque se vota en cada vez más países del mundo, la democracia representativa no se ha fortalecido. Han surgido gobiernos populistas (faccionalistas, se sienten dueños de los derechos y las instituciones, retuercen el principio de mayoría para servir a un grupo, se hacen pasar como encarnación del pueblo y son, casi siempre, personalistas), que buscan perpetuarse en el poder desfigurando las democracias hasta dejarlas en la mera cáscara. Los hay que se dicen de izquierda y también hay de derecha: su común denominador es que se arrogan más representatividad de la que tienen, pasan por encima de los contrapesos que hacen posible la convivencia plural y buscan perpetuarse torciendo las reglas del juego democrático.

Esta tendencia está ligada a otras, que venían de tiempo atrás, pero se han consolidado en este siglo. Una serie de sustituciones: la pantalla sustituyó al libro y, de manera creciente, al periódico; la opinión medida en encuestas sustituyó a la opinión publicada; las redes sociales sustituyeron a la plaza, el influencer, al maestro. Más importante todavía, la política ya no se hace para convencer, sino para seducir.

Al mismo tiempo, se ha ido diluyendo las afinidades y organizaciones de clase social (¡ahora suenan tan siglo XX!), lo que ha impactado a los partidos. Estas afinidades están siendo paulatinamente sustituidas por identidades, con la característica de que, como cada persona tiene una identidad única (nacional, regional, étnica, lingüística, religiosa, de sexo y género, de preferencia sexual y un largo etcétera), acabamos teniendo una miriada de iniciativas enfocadas a la promoción de un interés grupal y, contemporáneamente, una pulverización de lo que antes eran las organizaciones políticas. Vivimos el reino de los partidos atrapatodo (y los que no lo son tendrán más dificultades para acceder al poder).

Por el lado económico, se hicieron evidentes tres cosas. La primera, que no bastaba el crecimiento para hacer un cambio notable en la disminución de la pobreza (menos, cuando se llevó a cabo una suerte de competencia entre varios países, entre ellos México, para ver quién ofrecía la mano de obra más barata). Esto tuvo, a su vez, consecuencias políticas.

La segunda, que la caída en la tasa de ganancia de las industrias tradicionales propició un exceso de capital, que fue en busca de rendimientos fáciles y, en ausencia de una regulación correcta, terminó creando burbujas especulativas que tronaron (fue el caso de la crisis del 2008) y afectaron todavía más el crecimiento económico posterior.

La tercera, que los cambios tecnológicos que definieron un reemplazo en los sectores que jalan a las economías y también en las élites empresariales, no fueron de terciopelo, ni liberadores, ni disminuyeron la opresión. Facilitaron la vida cotidiana en muchas cosas y la complicaron en otras (ándele, haga trámites burocráticos en línea). De manera paradójica, acercaron a las personas y dificultaron la socialización. Pero, sobre todo, incidieron de manera desigual, y no siempre positiva, en la formación de empleos productivos. Las nuevas generaciones viven el mundo del trabajo precario. Sumémosle los efectos que han tenido estos nuevos sectores dominantes en asuntos como el control de los datos de las personas y tenemos un coctel que a varios les sabe mal.

Estas son sólo algunas de las inquietudes del fin de este cuarto de siglo. Vendrán otras en una próxima entrega, con la continuación de estos y con otros temas (como la educación y la migración).

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez

Tendencias