Opinión

Democracia y oposición: el caso chileno

El presidente electo de Chile, José Antonio Kast (JUAN IGNACIO RONCORONI/EFE)

El pasado domingo se llevaron a cabo, en una segunda vuelta, la elección para definir la presidencia de Chile para los próximos cuatro años. Chile es un país cuya democracia se ha construido tras vergonzosos episodios entre los que sobresalen el derrocamiento mediante un golpe de Estado y la muerte del presidente Salvador Allende, en 1973, y la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet hasta 1990. En apenas 35 años, el país andino logro construirse como ejemplo y modelo de la democracia latinoamericana, consolidando instituciones fuertes que le permitido transitar entre gobiernos de izquierda y derecha sin mayores sobresaltos e incluso llevar a la Presidencia a un exlíder estudiantil que hoy ocupa la primera magistratura chilena y está por concluir su periodo de gobierno sin siquiera haber alcanzado cuatro décadas de vida.

Jeannette Jara, militante del Partido Comunista de Chile y candidata oficialista, fue superada por más de 16 por ciento de los votos por José Antonio Kast, líder del Partido Republicano – ubicado en la extrema derecha del espectro ideológico – y quien a partir de marzo gobernará el país andino. La elección, ríspida desde el inicio, polarizada en extremos y llena de señalamientos como la intervención del gobierno norteamericano en favor del ultraconservador Kast, marca el avance de la derecha en América Latina, sumándose a países como Argentina, Paraguay, Ecuador, Bolivia, Perú, El Salvador, República Dominicana, Costa Rica y Panamá, además del caso de Honduras, donde Nasry Asfura, candidato conservador, en un primer momento fue declarado ganador.

Sin duda, la derechización de la región es un tema que amerita un análisis por separado cuando la presión de Donald Trump se posa sobre Venezuela y Colombia, países que Junto con México y Colombia constituyen el bloque fuerte de la izquierda latinoamericana, pero ello será motivo de una siguiente entrega. En este momento, y quizá por lo extrañas que un par de actitudes resultan para la política mexicana, quiero concentrarme en un mensaje publicado por Jara en su cuenta de X, antes Twitter, y de un comentario vertido por Kast en uno de los primeros momentos públicos tras su triunfo. Ambos momentos, amén de refrescantes, estimulan a pensar – quizá anhelar – lo que México podría vivir si la madurez política nos alcanzara pronto.

Jeannette Jara publicó, tan pronto como los resultados eran claros, “la democracia habló fuerte y claro. Me acabo de comunicar con el presidente electo José Antonio Kast para desearle éxito por el bien de Chile. A quienes nos apoyaron y fueron convocados por nuestra candidatura, tengan claro que seguiremos trabajando por avanzar en una mejor vida en nuestra patria. Juntos y de pie, como siempre lo hemos hecho”. En un evento público con sus partidarios, Kast pidió “un momento de profundo respeto […] un gobierno tiene partidarios y tiene opositores y eso es normal y es legítimo […] podemos tener diferencias y duras […] alguien puede ser de una ideología distinta, pero es una persona igual que nosotros y ella asumió un desafío muy difícil y se la jugó en su estilo hasta el final y eso, al menos yo, lo valoro […] un gobierno no se construye solo con los partidarios. La oposición es importante”.

Kast y Jara, ubicados cada uno en el extremo ideológico de los partidos chilenos, tuvieron alturas de mira y descubrieron que en la derrota se pierde y se gana y, en ambos casos, es necesario saber hacerlo. Quien pierde debe saber que la derrota alimenta la democracia cuando ésta se reconoce sin cortapisas; quien gana debe saber que la victoria no es patente de corzo y ello no autoriza a excluir a quienes piensan distinto. La democracia sin oposición no puede ser, pues degenera en tiranía absoluta, como la oposición requiere de la democracia para existir y no ser considerada como insurrección o golpismo.

Sin duda, el caso chileno es una lección de la que la clase política y la ciudadanía mexicana tendrían mucho que aprender: los gobiernos deben ser para todos, sin distingo de quienes hayan apoyado o confrontado a uno u otro partido durante un proceso electoral, al tiempo que la oposición es fundamental para mantener vigorosa a la democracia. Ojalá esto lo entendamos todos y, cuando el momento venga, sepamos estar a la altura en la que hoy Chile, su sociedad y sus principales dirigentes políticos se han colocado.

Profesor y titular de la DGACO, UNAM

Twitter: @JoaquinNarro

Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com

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