Opinión

Morena: Hegemonía y desmoronamiento

Un hombre sostiene una bandera de Morena
Un hombre acomoda una bandera de Morena Un hombre acomoda una bandera de Morena (Cuartoscuro)

La historia de México registra la existencia de dos partidos hegemónicos que, por prácticamente un siglo, han dominado la escena política. Si bien la Presidencia de la República ha sido ocupada por el PRI, el PAN y Morena, los albiazules nunca tuvieron la capacidad o el interés de convertirse en un factótum del poder político, quizá por incapacidad dada su propia estructura basada más en los cuadros que en las masas, quizá por asumir con mayor seriedad y compromiso el valor y la esencia de la democracia. En cambio, el PRI y Morena, en cuanto alcanzaron el poder, tuvieron la enorme tentación y vocación de controlarlo, incrementarlo y perpetuarlo. De otra manera no se explicarían las siete décadas de dominio tricolor o las expresiones morenistas respecto de “la transformación de la vida pública de México” como un antes y un después, con un dejo de “para siempre”.

En ese carácter hegemónico – no por si, sino por lo que se encuentra detrás de ello – es que se encuentran enormes similitudes que, en cierto modo, fundamentan dichos como que el PRI tiene paternidad sobre Morena o que Morena es el PRI del siglo XXI. El problema para el partido en el poder es que, si bien setenta años en la Presidencia de la República parecen una eternidad, ello no es un “para siempre”. De igual manera, los nuevos tiempos, donde todo parece efímero y lo que más permanece tiene la duración de un video en TikTok, el carácter hegemónico y perpetuo del dominio político se antoja, en el mejor de los casos, como un reto de enormes proporciones, si no es que como un espejismo que conforme más se acerca el observador, menos claridad tiene, hasta perderse en la imaginación de lo que se creyó como real.

El espejismo de la hegemonía, esa con la que en cualquier momento de la historia han soñado sátrapas, tiranos y antidemócratas, empieza a difuminarse cuando aún ni siquiera ha comenzado el próximo proceso electoral y el actual gobierno todavía se encuentra en sus prolegómenos. El PRI que perdió la hegemonía del poder frente a Vicente Fox y el PAN – en ese orden – lo hizo como consecuencia de fracturas internas derivadas de su enorme éxito como maquinaria electoral. Ese trirreme capaz de derrotar a quien se le pusiera enfrente fue un barco al que todos querían tripular para remar y, una vez hechos suficientes méritos, capitanear. El problema, lo mismo en la guerra que en la política, es que el timón de un barco o el liderazgo en un gobierno o partido, solo puede ser comandado por uno que establece el ritmo y destino del puerto al que se quiere llegar. El PRI fue incapaz de mantener en un solo par de manos el timón cuando Cuauhtémoc, Ifigenia y Porfirio quisieron tomar el control y hoy Morena parece estar en la antesala de una amenaza similar con varias de sus figuras relevantes e incluso con sus aliados de conveniencia: el PT y el PVEM.

Porque la rebelión que asoma con Manuel Velasco y los Verdes en San Luis Potosí dan visos de insurrección, lo mismo que las pataletas de senadores como Saúl Monreal o Feliz Salgado. Porque el aparente reposicionamiento de Adán Augusto López como operador de la presidenta Sheinbaum hacen suponer que en la lógica del tabasqueño el perdón político no es suficiente y sus méritos da para exigir posiciones y candidaturas. Porque la reaparición del ex presidente López Obrador para la promoción de su más reciente libro publicado por Planeta – la editorial española más poderosa de aquél país y con presencia en México – más bien parece un recordatorio de “aquí mando yo”. Pero, sobre todo, porque siempre serán menos los espacios de poder a ocupar que las personas que desean o creen tener méritos suficientes para hacerlo y, principalmente, porque ahora la capitana del barco y en cuyas manos está el timón del trirreme que busca no perder una sola batalla, es Claudia Sheinbaum.

El PRI no perdió la Presidencia cuando la noche del domingo 2 de julio Ernesto Zedillo anunció la derrota de Francisco Labastida, sino en marzo de 1987, cuando el Miguel de la Madrid, a través del presidente de ese partido, perdió el control de la sucesión y provocó el surgimiento de la Corriente Democrática. Ahí comenzó a fraguarse el fin de una hegemonía que, hasta entonces, parecía incuestionable y destinada a la perpetuidad. A partir de ahí, vino el desmoronamiento. En la historia del PRI hegemónico tendría que encontrar una importante lección Morena, pero ello implicará, de ser el caso, la ruptura de viejas alianzas dentro y fuera del partido y, sobre todo, retirarse el manto de soberbia y petulancia que cubre a muchas y muchos de sus dirigentes.

Profesor y titular de la DGACO, UNAM

Twitter: @JoaquinNarro

Correo electrónico: joaquin.narro@gmail.com

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