Opinión

Contra la democracia

Es sabido que el modelo de democracia universal se ubica en la antigua Grecia, en especial en Atenas. Alguien, hace poco, recordaba que el punto culminante de la democracia ateniense se localiza en la época de Solón. Sin embargo, conviene complementar este señalamiento con una pregunta: ¿Cómo brotó la democracia ateniense? Pues bien, el asunto es que antes de que se implantara la democracia de Solón había “discordias entre los nobles y la masa durante mucho tiempo; pues su régimen político era en todas las demás cosas oligárquico.” (Aristóteles, “Constitución de los atenienses”, Madrid, Gredos, 1984, p. 55). Como la mayoría era esclava de la minoría, el pueblo se levantó en armas contra los nobles. Entonces, de común acuerdo, decidieron llamar como árbitro y arconte a Solón. Le encargaron que hiciera una nueva constitución.

Imagen ilustrativa

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Una vez aprobada la constitución, la verdad es que tanto pobres como ricos iban a consultar a Solón para saber cómo interpretarla. Por este motivo, Solón decidió ausentarse de Atenas, adujó que iría a Egipto por razones comerciales y de curiosidad. Les pidió a los atenienses que mientras él estuviese ausente obedeciesen las leyes que les había dado. Vale decir, se auto desterró: dio paso al gobierno de las leyes e hizo a un lado el gobierno de los hombres.

El problema fue que Pisístrato, demagogo y estratega, se impuso como tirano en tres ocasiones distintas; heredó esa tiranía a sus hijos, Hiparco e Hipias, quienes fueron derrocados. Y aquí aparece un personaje al que no se le ha hecho justicia, Clístenes, que profundizó la obra democratizadora de Solón.

La verdad es que ese modelo de democracia universal, fue visto durante mucho tiempo, con malos ojos. El propio Platón decía que la democracia era una “teatrocracia”, porque en ella todos querían exhibirse. Más adelante, Thomas Hobbes adujo que hablando de democracia la verdad se trataba de una “oligarquía de demagogos” porque, según se dice, ella consiste en el gobierno de la asamblea popular; no obstante, la verdad era que en las asambleas no todos hablan. Más bien toman la palabra los más leguleyos, los más parlanchines. Allí las leyes se hacen según soplan los vientos y después de largas discusiones; son como barquitos de papel en alta mar.

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Otro que la emprendió duro y macizo contra la democracia fue Benjamin Constant en su famoso discurso pronunciado en el Ateneo Real de París en 1818 “La libertad de los antiguos comparada a la de los modernos.” Allí destaca que para los antiguos la libertad consistía en participar en la definición de los asuntos colectivos; en cambio la libertad para los modernos consiste en gozar de nuestros bienes privados sin la intervención del Estado o de otros individuos. El error de los jacobinos, inspirados por Rousseau, consistió en querer traer a nuestro tiempo la libertad de los antiguos mediante la implantación de asambleas en la que los ciudadanos participaran directamente. Eso trajo consigo las desgracias más funestas.

Quien sí supo adaptar la democracia a los tiempos modernos fue Montesquieu en su libro “El Espíritu de las Leyes.” En él introdujo la democracia representativa, la división de poderes, el gobierno de las leyes, el federalismo y tanto los derechos civiles como los derechos políticos.

Convengamos en que el pensamiento antidemocrático viene tanto de la derecha como de la izquierda. Desde la derecha tenemos, por ejemplo, a José Donoso Cortés primer marqués de Valdegamas, quien escribió: “El liberalismo y el parlamentarismo producen en todas partes los mismos efectos, ese sistema ha venido al mundo para castigo del mundo, él acabará con todo, con el patriotismo, con la inteligencia, con la moralidad, con la honra. Es el mal, el mal puro, el mal esencial y sustancial. Eso es el parlamentarismo y el liberalismo.” (Gabino Tejeda, “Obras de D. Juan Donoso Cortés”, Tomo quinto, Madrid, 1855, p. 136).

Desde la izquierda bien sabemos que Karl Marx, Federico Engels y Lenin despreciaban a la democracia burguesa: sostenían que la democracia proletaria sería “mil veces más democrática que la democracia liberal.” Y vean en lo que terminó esa utopía, en el Gulag.

Habiendo vencido a enemigos tan poderosos como el nazi-fascismo y el comunismo durante el siglo XX, la democracia liberal hoy se enfrenta a un enemigo igualmente insidioso, el populismo. Lo que hacen los demagogos populistas es utilizar los mecanismos propios de la democracia liberal para después, cuando se hacen del poder, destriparla por dentro.

Eso es lo que hoy está sucediendo en México: Andrés Manuel López Obrador y su partido Morena han hecho de todo para destruir la división y equilibrio de poderes. Afortunadamente no les salió la jugarreta de imponer como presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) a Yasmín Esquivel. Pero lo que ahora están intentando es, literalmente, destazar al INE. En eso consiste en “Plan B”.

Tomemos en cuenta que la democracia no es simplemente el gobierno de la mayoría, sino el gobierno de la mayoría que respeta a las minorías. Pues bien, lo que intenta el “Plan B” es, como bien dijo Lorenzo Córdova, imponer la “tiranía de la mayoría” que degenera en despotismo: “Se trata de una triste y penosa expresión de la vocación autoritaria de quienes piensan que el ser mayoría permite hacer lo que quieran y esa renuncia a la política, inevitablemente, erosiona a nuestra democracia.” (“Renunciar a hacer política democrática”, El Universal, 19/1/2023).

Simple y sencillamente, el “Plan B” se propone vaciar de contenido a la democracia mexicana para imponer una tiranía. Así está operando el Pisístrato de Macuspana.

Mail: jsantillan@coljal.edu.mx